Clarín

La censura y los softwares biempensan­tes

- Ricardo Braginski rbraginski@clarin.com

Algún día vamos a tener que pensar bien qué lugar le damos a la Inteligenc­ia Artificial en nuestras vidas, si siguen cometiendo errores como el que se conoció hace unos días. Resulta que los algoritmos de YouTube -como los de otras plataforma­sfueron entrenados para frenar a tiempo el lenguaje racista y evitar que se publique contenido inapropiad­o. Claro, sería imposible poner a personas a ver y escuchar las más de 500 horas de filmacione­s que se suben a diario a ese sitio. Es necesario un algoritmo. Pero el algoritmo puede fallar. Y falló. Fue en la transmisió­n de una partida de ajedrez del exitoso youtuber y ajedrecist­a croata Antonio Radić, que tiene más de un millón de suscriptor­es. Esa partida, de octubre de 2020, era seguida por cientos de miles de fanáticos y de golpe se cortó la transmisió­n. YouTube nunca dio una explicació­n, pero el servicio se restableci­ó en 24 horas.

Entonces surgieron todo tipo de elucubraci­ones, pero ahora investigad­ores del Instituto de Tecnología­s del Lenguaje de Carnegie Melon, que estudiaron el caso, concluyero­n que el algoritmo que usa YouTube (recordemos, un software que aprende solo a partir de ciertos parámetros) está cometiendo algunos “errores”.

Y el principal error, en este caso, fue no haber podido discrimina­r el contexto en el que se dicen ciertas palabras y frases como: “blancas atacan, blanca mata a negra, las negras están amenazadas, negra se come a blanca, entre otras”. El algoritmo lo entendió como mensajes racistas e hizo lo que tenía que hacer y para lo fue programado: bajó la palanca nomás.

No es el primer error de los algoritmos. Cada tanto aparecen obras de arte censuradas en Facebook por tener desnudos. O fotos de mujeres amamantand­o. También está el caso de Google Fotos que etiquetó como “gorilas” a una pareja de jóvenes negros. Todos casos conocidos, ahora ¿cuánto contenido habremos dejado de ver sólo porque un software lo quitó en silencio? Hay un debate ahí sobre la libertad de expresión y la censura, gobernada por máquinas digitales de grandes compañías tecnológic­as. Pero también un peligro de que los productore­s de contenidos -artistas, periodista­s, todos nosotros- adoptemos opiniones y visiones del mundo para el agrado de esos softwares censurador­es y biempensan­tes. Acaso, ¿a cuánto estamos de que -con el objetivo de eludir a esos algoritmos­terminemos jugando al ajedrez con verdes contra fucsias? ■

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