“No se van huyendo de una guerra, se van buscando lo que acá ya tienen”
Mis abuelos eran inmigrantes, crecí con amigos y vecinos cuyos apellidos eran españoles, italianos, alemanes, algunos rumanos y otros árabes. Argentina crisol de razas, hoy sería crisol de culturas. La mayoría venía con las familias desmembradas, mi capacidad de análisis me dice que por esa razón los vecinos y amigos comenzaron a ser parte de la estructura familiar. Tal vez de ahí provenga esa hermosa virtud de los argentinos de valorar sobremanera la amistad, impensable para otras culturas.
Mis padres tenían altos ideales, y las mesas y sobremesas transcurrían en eternas discusiones políticas, que hoy agradezco porque eso me introdujo en los mundos de la curiosidad y de la búsqueda de la verdad -¿quién tenía razón, mi padre peronista o mi tío radical?-. En esos momentos sólo deseaba que me dejaran ir a andar con el negro (el caballo manso que nos daban a los niños). No hablo de estancieros, mi abuelo tenía una tienda en el pueblo, otro era panadero, otro tenía tambo y gallinas, había carretas y tren, o sea hace muuucho. Recuerdo a mi abuela descogotando una gallina, protagonista del puchero del almuerzo. Había una nostalgia subyacente, la Patria abandonada. No conozco a un millón de argentinos ni tengo un millón de amigos, pero siempre hay uno en las familias argentinas que se va a vivir a otro país, y todos los que pueden salen a ver el mundo para volver y comparar. Crecí recibiendo metamensajes de que las panaceas nunca estaban donde uno sí. Nací en el 66, tengo una hija y un hijo veinteañeros. Y tomé conciencia de cómo pensaba en mi país. Un país que desalienta, que atrasa, que no se pone de acuerdo, con una pobreza que no imaginábamos, una cultura decadente, con fanatismos increíbles, con identidad dudosa. Tomé conciencia cuando repensé mis ideas con respecto a las posibilidades de progreso de mis hijos, las que había mamado, ideas que funcionaron, de hecho mi hijo viajó, tuvo experiencias maravillosas, aprendió, se templó, le fue muy bien, conoció mucha gente y como es argentino es amiguero así que hizo tribus por doquier.
Y, otra vez, la familia desmembrada. Pensé en mis abuelos solitos en un barco dejando a sus padres, hermanos, tíos y abuelos, recordé a mi padre 30 años atrás despidiendo a mi hermana en el aeropuerto llorando como un bebé. Lo grave es que los de acá no se van huyendo de una guerra, por exilio o hambruna, se van buscando lo que acá ya tienen, pero allá, cualquiera sea el lugar, menos éste, se supone es mejor. Destino es lo que uno tiene que aprender, cómo, cuándo, dónde y con quién se puede elegir, es lícito, es genuino. ¡Es un derecho! Ahora, ¿nido vacío? Sí, nada que no se pueda llenar, nadie va a pasar por ésta existencia sin sufrir. ¿Duele que un hijo se vaya?, sí. Pero lo superás o te acostumbrás. ¿Es correcto?, ¡no!
La pandemia trajo a mi hijo de vuelta y eso me acomodó los pensamientos. La familia da fuerza, son las raíces y el país es la tierra donde están esas raíces. Esta pandemia mostró las debilidades de los seres humanos, pero, ¿cómo los gobiernos no se han unido para resolver el problema y buscar la solución para todos, unidos y mancomunados? Haciendo vacunas gratis, sin mezquindades y con enriquecimientos inmorales de unos pocos. Es una clara muestra del nivel evolutivo de la humanidad. Hay una idea sistemática para debilitar las fuerzas, “divide ut regnes”, es una estrategia antigua que se sigue aplicando porque funciona. La familia separada pierde su fuerza, un país dividido también. Y no me malentiendan, nadie habla de tener a los hijos en la casa hasta los 30. Tampoco digo que se nieguen si tienen la posibilidad de estudiar o perfeccionarse en otro lugar. ¡Pero tienen que volver! Pienso humildemente que no deberíamos promocionarles tanto el extranjero. Tan sólo observar cómo funcionaron los grandes imperios, cuando se dividieron perdieron. Tenemos tanto para hacer en este país, ¡tanto qué arreglar! Somos un pueblo tan dramático y culposo como simpático e ingenioso. Si seguimos poniendo expectativas afuera, ¿qué clase de personas vamos a ser? Personas solas, sin familias, sin fuentes de amor ni red de contención. Nadie puede ser feliz odiando o escapando del lugar donde nació. Lo bueno y lo malo está en todas partes, si fuéramos sólo lo nefasto patentémoslo y saquemos beneficio, sino dejemos de maltratarnos y empecemos a destacar nuestras virtudes, nuestros talentos y nuestros recursos, valorémonos, fortalezcámonos y sobre todo cuidémonos.
No estoy hablando de un sentimiento patriótico. Estoy hablando de no terminar desmembrados. Hay que replantearse qué es “calidad de vida”. Pensar la Argentina es repensar los mensajes que le estamos dando a nuestros hijos.