“La personalidad de Cristina y de Alberto F. podría acelerar disputas”
Dice que se acostumbró. A las citas que se cancelan y se reprograman para volver a cancelarse, entre otros trastornos que trae la pandemia como efectos colaterales. También dice que se acostumbró a ir perdiendo amigos a causa de los desencuentros, pero en eso la culpa no es de la pandemia sino de la política: “Si la política ocupa mucho, efectivamente los distanciamientos pueden ser largos”, dice la ensayista y crítica Beatriz Sarlo evitando referir a nadie en particular porque sabe que la entrevista telefónica en la tarde fría de otoño con Clarín será leída por propios y ajenos. Entonces, generaliza y no menciona ni a la académica Soledad Quereilhac, investigadora del Conicet y esposa del gobernador Axel Kicillof, ni al editor Carlos Díaz, que fueron incluidos en su declaración testimonial ante el fiscal Eduardo Taiano en la causa que investiga el Vacunatorio VIP. Es una delicadeza menor porque el episodio quedó atrás y porque ahora la mirada aguda está puesta en el presente, en el rol de la Corte, las tensiones entre los integrantes del Poder Ejecutivo, el poco protagonismo del Congreso, la configuración de la oposición y en la educación como zona de conflicto. Sarlo se presta al diálogo sin eludir temas, con rigor, con memoria y con un punzante sentido del humor que se permite ocasionalmente.
–“Yo les pido que miren bien esta foto”, pidió el miércoles el Presidente durante un acto en Ensenada, en el que participaron la vicepresidenta, el titular de la Cámara de Diputados y el gobernador bonaerense. ¿Qué ve usted en esa foto?
–En esa foto quiere mostrar, y quizá lo logré, que hay una relativa unidad dentro del Ejecutivo nacional, luego de haber tenido en los últimos días algunos problemas con nombramientos de secretarios que aparentemente eran queridos por el ministro Guzmán y resistidos por la vicepresidenta, o viceversa porque ya no se sabe cuál es la dirección de los problemas. Entonces, esa foto representa lo que todos deseamos: un Poder Ejecutivo más o menos concentrado y unido.
–¿Cuáles cree que son los problemas más serios este momento para sostener esa unidad en el Ejecutivo?
–Estamos ante un fenómeno que podría ser denominado como un “bipresidencialismo”. Lo digo entre comillas y no me gusta la palabra, pero lo que quiere expresar esa idea es que hay una parte importante del poder que está del lado de la vicepresidenta y no del Presidente, aunque eso no necesariamente deba resolverse mal porque también puede funcionar el diálogo. No soy catastrofista. De todas maneras, con una personalidad tan fuerte como la de la vicepresidenta y una personalidad como la del Presidente, que es alguien acostumbrado a ser segunda línea y fue un extraordinario jefe de Gabinete de Néstor Kirchner por ejemplo, eso me parece realmente muy peligroso. Porque en lugar de saldar algunas disputas, más bien las acelera o ahonda.
–Concretamente, ¿están dadas las condiciones para que se sostenga la alianza gobernante?
–Prefiero pensar que, con todas las dificultades que tiene esa convivencia, puede resolverse. Porque si no fuera así, estaríamos ante una crisis muy seria. En estos días, ha empezado a circular la palabra golpe. La vicepresidenta la utilizó para referirse la Suprema Corte de Justicia, que se comporta realmente con una discreción y con un saber excepcionales. A mí no me gusta cuando ese tipo de palabras empiezan a sonar porque tengo mucha memoria histórica. Por eso digo que si esa convi vencia se rompiera, estaríamos en una crisis política muy seria y hay que recordar que esa crisis se está dando en un país que no es importante para la geopolítica occidental: la Argentina no lo es en absoluto. No pasa en Brasil, que es un país importante. Ni en México, que tiene una frontera inmensa en su longitud con los Estados Unidos.
–¿Qué opina sobre el rol de Máximo Kirchner?
–Mi conocimiento de Máximo Kirchner se limita al proyecto de ley que presentó junto con Carlos Heller para sancionar un impuesto a las grandes fortunas y que generaría una recaudación enorme. A mí ese proyecto me parece muy interesante. Un proyecto que no se le ocurrió a la madre y que no tuvo quizá la repercusión que debería haber tenido porque nadie se fija demasiado lo que está pasando en el parlamento. Si la política no tuviera acá esta obsesión cotidiana por mirar si Fulano se junta con Mengano o con Perengano, este proyecto sería interesante porque el sistema impositivo argentino perdona a los grandes ricos y digo esto habiendo pagado impuestos en muchos lugares del mundo donde trabajé. La diferencia radica en que allá, a un profesor universitario le retienen el 50% de su salario nominal pero, a cambio, tiene salud pública y todos los servicios financiados por el Estado. Aquí, el Estado argentino se ha corrompido tanto que ahora solo puede atender, y muy mal, a aquellos que se arrastran hasta las puertas de un hospital público. Este es uno de los problemas más serios que tiene el país. Recordemos que estamos contando las camas de terapia intensiva en este momento. Es difícil de revertir un proceso de decadencia nacional.
–¿Le parece que se está gestionando bien la campaña de vacunación en este momento?
–Lo único que yo puedo analizar es cómo se dan los resultados por distrito. Los que tenemos la suerte de vivir en la ciudad Buenos Aires, nos vamos vacunando según los decenios de edad, de una forma por completamente regular y en excelentes condiciones. Cualquiera sabe que yo no soy partidaria del PRO, pero estoy contenta por lo que ha hecho la Ciudad y Horacio Rodríguez Larreta en ese sentido. Es probable que en otros municipios de la provincia o de algunas otras provincias eso también esté ocurriendo.
–Tiene usted muchos años de trayectoria docente, ¿qué opina sobre el conflicto entre la Nación y la Ciudad a propósito de la suspensión de las clases presenciales?
–Seguí el tema con mucho interés naturalmente. Si tengo que pronunciarme sobre un modelo de enseñanza, yo me inclino por la presencialidad sin duda, sobre todo pensando en aquellos que son sus protagonistas: los chicos más pobres, que no tienen educación privada, ni buena conexión en sus casas, ni tampoco padres o madres que puedan ayudarlos, y que no son un puñadito sino una mayoría. Con todos los recaudos que protejan a los maestros, por supuesto, que deberían estar garantizados por los ministerios. Ese discurso que insiste en que estamos en el mundo digital parece más propio de los países escandinavos que de la Argentina. Sabemos lo que es una conexión en la Argentina o una computadora que se ha mandado a arreglar muchas veces, padres que no alcanzaron el nivel de escolaridad que cursan sus hijos y lo que es vivir con abuelos, tíos y primos en una misma pieza. No digamos que la escuela no es necesaria: la escuela es absolutamente necesaria y, cuánto más pobres son los chicos, más necesaria es.
–Hace poco dijo que si le preguntaran ¿quién querés que te gobierne?, usted respondería Angela Merkel. ¿Que es lo que le gusta de ella?
–La extrema sobriedad en su vida personal. Sabe usted que ella llama por teléfono como cualquier ciudadano para sacar sus entradas para el Festival Anual Wagneriano y se sienta en la butaca que le corresponde. Esa idea de que no hay categorías de ciudadanos me parece completamente atractiva.
–¿Podría alguien con esa sobriedad notable seducir a los argentinos?
–Tal vez no porque los argentinos, me incluyo, probablemente estemos acostumbrados a ciertos rasgos más faranduleros en nuestra clase política. ■