Clarín

El frío de los “sin techo”

- Magdalena Ruiz Guiñazú

“Las callecitas de Buenos Aires tienen ese no sé qué .... ” cantó maravillos­amente Amelita Baltar cuando Astor Piazzolla comenzó a deslumbrar­nos a fuerza de talento y armonías. Sí, con su voz cálida y vibrante ella, Amelita, supo agregar emoción y recuerdos a la música de Astor.

Claro, cada calle y muchas cuadras tienen historias que a veces nos alegra recordar. Son cuadras, esquinas, árboles y edificios que hoy, con los primeros fríos también aparecen distintos con su propio lenguaje. Nos traen a la memoria tiempos escolares, adolescent­es (con los correspond­ientes noviazgos), primeros amores y, en la mayoría de las circunstan­cias los primeros nacimiento­s que formaron nuestra propia familia.

Sin duda, usted se preguntará también, por qué elegimos mencionar este momento del año cuando, en cambio, en la historia de cada uno, son infinitos los días y los meses en los que surgieron nuevas etapas y, obviamente, se terminaron otras. También nosotros nos hemos planteado este interrogan­te. Y, de pronto, surge una simple respuesta pero que suele cambiar según la vid de cada uno.

Con la llegada del frío, de los prólogos del invierno, de las jornadas más cortas y de las exigencias laborales que, a veces, las vacaciones nos permiten espaciar, permanecem­os más tiempo en el ámbito familiar. Iba a usar las palabras “techo familiar” cuando comprendí que en nuestras vidas disfrutamo­s de circunstan­cias inaccesibl­es para otros. Para algunos ese techo no existe porque no lo tienen. Viven prácticame­nte a la intemperie y mientras el termómetro implacable baja sus agujas el refugio deja de ser una opción. Reiteramos: es una manera de vivir. Desgraciad­amente, Buenos Aires y otras ciudades nuestras suelen estar rodeadas por esta terrible realidad: no tener techo se ha convertido en una coartada que la miseria ha transforma­do en marginalid­ad. Detengamos el fastidio de una calefacció­n deficiente o ausente; largas horas de encierro porque el gasto que supone una salida familiar excede los medios de muchas familias ciudadanas y, en cambio, logremos reflexiona­r acerca de las bondades del aburrimien­to bajo un refugio que transforma un domingo en una jornada con la que amanecerá inexorable­mente el día lunes pero a la que, temporaria­mente, quizás pueda llamarse “una casa”.w

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