Los thrillers y la necesidad de un buen villano
Desde “La casa de papel” para acá, la televisión española produce thrillers que se caracterizan por tramas cada vez más rebuscadas, escaso apego por la verosimilitud, mucha voz en off y elencos internacionales en los que (casi) siempre aparece un argentino. Mal no les va. El último éxitazo es “El inocente” (Netflix), miniserie protagonizada por Mario Casas, un Luciano Castro sin voz rasposa. Resulta complicado resumir la historia, porque da más vueltas que una montaña rusa, pero lo intentaremos igual: Mat (Casas) va a la cárcel por matar sin intención a un muchacho, sale, conoce a Olivia, se enamora y todo parece encaminarse, pero... el pasado oscuro de la chica lo terminará metiendo en un montón de problemas. No faltan asesinatos, abusos, tiroteos y mutilaciones. Y desde luego, villanos. Y aquí surge otro rasgo de los thrillers españoles. Sus villanos son perversos y soberanamente tontos. Sin cometer pecado de spoiler, diré que uno de los malos de “El inocente” rifa dos chances servidas en bandeja para salirse con la suya. Otro sólo tiene que cerrar la boca y abrir una puerta para lograr su propósito. ¿Y adivinen qué? Ni cierra la boca ni abre la puerta. Como los malos de “Batman”, la vieja serie de los sesenta protagonizada por Adam West, el tipo termina revelando su plan con lujo de detalles y, obvio, fracasa. Un buen thriller necesita, sobre todo, de un buen villano, un inescrupuloso capaz de cualquier cosa pero inteligente y cínico. Que el héroe termine salvándose sólo porque su adversario hace una tontería inesperada es imperdonable para el género.