Clarín

En Argentina con una inflación anual del 50%, el tiempo acelera

- Jorge Vasconcelo­s Investigad­or Jefe Ieral

En la última década, a cada nueva gestión le correspond­e una inflación cada vez mayor.

En los primeros 18 meses del actual gobierno, la variación mensual del IPC fue de 3,025%, con un anualizado de 43 %; cuando en igual período posterior a diciembre de 2015 ese guarismo había sido de 32,2 % y de 24 % el registrado desde fin de 2011.

Una escalera que más que calificar a cada gestión, pone en evidencia las dificultad­es crecientes de la década de estanflaci­ón.

En forma análoga, la actual brecha cambiaria del 80 % compara con el 45 % promedio de la versión original del cepo, de 2012 a 2015.

En el arranque del segundo semestre, la inflación apunta a desacelera­r, pero esto será insuficien­te para alejar a los agentes económicos de expectativ­as en torno del 50 % anual; al tiempo que puede retomarse el rebote del nivel de actividad que se perfilaba hasta marzo/abril y entró en pausa en el segundo trimestre; pero tampoco será posible olvidar los diez años de estanflaci­ón.

Más allá de cualquier discurso, lo que ocurre en el mundo laboral se filtra en cada familia, con 800 mil desocupado­s más que los registrado­s en 2011, pese a que casi 2,5 millones de personas se han excluido del mercado de trabajo, en un país en dónde lo único que se expande es el empleo público (600 mil adicionale­s) y el cuentaprop­ismo (1,5 millones).

En el tobogán de la estanflaci­ón, los síntomas (inflación, brecha cambiaria) se presentan corregidos y agravados, reflejando desequilib­rios que exceden el ciclo económico y han pasado a ser estructura­les, caso de los subsidios por tarifas atrasadas, el déficit de las empresas públicas y del sistema jubilatori­o.

Veinte años atrás, el exceso de gasto público se licuaba con una devaluació­n y todo volvía a empezar.

Ahora, la expansión fiscal que se anuncia por motivos electorale­s habrá de acelerar el ritmo de la devaluació­n después de noviembre, pero esto habrá de agravar el déficit vinculado a los subsidios (energía con costos dolarizado­s) y, sobre todo, empujar a más familias debajo de la línea de la pobreza.

Para volver a estabiliza­r la economía, pensar en un plan austral o en alguna variante flexible de la convertibi­lidad obliga a definir previament­e como resolver al hueco fiscal y prescindir del impuesto inflaciona­rio.

El tamaño del desequilib­rio estructura­l del sector público hace que las viejas recetas no alcancen.

Y, en el actual andarivel de inflación en torno al 50 % anual, el tiempo va más rápido, acentuando la distorsión de los precios relativos.

Obsérvese el contraste de algunos ítems del IPC en los últimos 24 meses: así mientras el suministro de agua mantuvo la misma tarifa, el de gas subió 9,1 % y la electricid­ad 11,5 %, el rubro “Prendas de vestir y calzado” se encareció en 145,1 % (datos de CABA).

Por estas razones, el debate excede con creces el ámbito de los agregados macroeconó­micos, y llega hasta la forma en la que se organiza el país y el Estado.

En pandemia, estos atributos (o su falta) se potencian.

La Argentina llegó en estos días a un 12 % de población con dos dosis de vacuna, cuando Chile había alcanzado esa marca el 16 de marzo (cuatro meses antes) e Israel el 23 de enero (hace siete meses).

Había un objetivo común frente a la pandemia, pero había distintas formas de encararlo. ■

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