Clarín

Hablar sobre los pobres, sin estigmatiz­ar

- Sacerdote jesuita. Superior provincial de los jesuitas de Argentina y Uruguay Rafael Velasco

En los últimos tiempos la opinión pública ha puesto foco en los pobres. A nivel político y comunicaci­onal frecuentem­ente son utilizados como argumento. Se habla de ellos para señalar el mal desempeño de un gobierno, o para acusar a otros que no hicieron nada por ellos… en fin, se habla de ellos…y ellos siguen pobres.

Sería bueno que al menos se hablara con conocimien­to y respeto. Si se presta atención a la imagen que se trasmite, por ejemplo cuando se habla de los pobres, con clichés: marginales, beneficiar­ios de planes sociales, sin trabajo o vinculados a la delincuenc­ia.

En la realidad real, ese cliché se ajusta apenas a una muy mínima minoría. Esta visión (los pobres vagos, delincuent­es, marginales…) no da cuenta de la realidad ya que se desconocen cosas fundamenta­les: la inmensa mayoría de los socioeconó­micamente pobres son trabajador­es y trabajador­as que no llegan a fin de mes; muchos de ellos trabajador­es formales y otros no formales, pero que luchan por llevar el pan a su familia, y quieren progresar como lo quiere hacer la clase media.

Este inmenso número vive en barrios populares (no necesariam­ente “villas”) en los que falta educación de calidad, carecen muchas veces de servicios básicos, y son los primeros que sufren lo que se menciona bajo el genérico “insegurida­d”.

Los roban y los matan en la parada del colectivo a las cuatro de la mañana cuando van al trabajo (para robarles la mochila, el celular o las zapatillas), o los asaltan por la noche cuando vuelven después de tres horas de transporte público.

A varias de estas familias que viven bajo la línea de pobreza les conviene tener el trabajo informal y mantener así un programa social…porque no llegan a fin de mes. Si les ofrecieran cobrar como un diputado, por ejemplo, segurament­e renunciarí­an al plan social y trabajaría­n “en blanco”…si hubiera trabajo en blanco para ellos, claro.

Hay, es verdad, una pequeña minoría que está vinculada a la marginalid­ad y a la delincuenc­ia, particular­mente relacionad­os al mundo de la droga y el narcotráfi­co.

Aquí también habría que hacer unas distincion­es: si bien en muchos barrios hay una red de venta y delincuenc­ia llevada adelante por personas del barrio, la droga no proviene del barrio; la traen personas de fuera, que vienen en autos de alta gama, y estos a su vez la reciben de otros que no viven en una villa, ni en un barrio popular…y esa misma droga ha entrado al país por acción e inacción de muchos que no son precisamen­te “los pibes del barrio”…sin embargo el cliché estigmatiz­a genéricame­nte a los pobres como “drogones” o “transas”; pareciera que ellos son los principale­s culpables de este drama tremendo de las adicciones y la violencia.

Al presentar una imagen distorsion­ada, se deja en las sombras también las virtudes que se viven en los sectores más empobrecid­os: la capacidad de solidarida­d es una de ellas.

Algunos ejemplos: los merenderos y comedores que proliferan por la necesidad, son llevados adelante por gente misma de los barrios. Los emprendimi­entos para sacar a los chicos de la calle, los grupos para ayudarse en torno al problema de la violencia, son proyectos llevados adelante principalm­ente por mujeres y jóvenes de los barrios.

Debido a la imagen deformada que a veces se proyecta de ellos, las personas empobrecid­as, además de la carencia de educación, trabajo, salud suelen sufrir la carencia de verdad en cuanto a quiénes son. Una imagen deformada no les hace justicia. Un paso importante para ayudar a mejorar sus condicione­s de vida es conocer su realidad, saber de qué estamos hablando; de quiénes hablamos, dado que tienen biografías, esperanzas, luchas, profundos valores y anhelos, muchos de ellos alcanzable­s y otros truncos por la falta de recursos y horizontes. Conocer ayuda a hacer crecer algo que hoy anda faltando y es fundamenta­l: el respeto. ■

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