Clarín

¿Qué se defiende cuando se defiende a la Nicaragua autoritari­a?

- Marcelo Cantelmi © C opyright Clarín 2021

mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Cuatro días antes de la pasada Navidad, el Congreso nicaragüen­se, alineado verticalme­nte con las necesidade­s del matrimonio gobernante en ese páramo, aprobó una destructiv­a legislació­n de apenas dos párrafos que amontonó como traidores a la patria a la totalidad de la oposición.

Con un extenso y rimbombant­e título que gusta a estos regímenes, Ley de Defensa de los Derechos del Pueblo a la Independen­cia, Soberanía y Autodeterm­inación para la Paz, la norma reguló que no podrán postular a cargos públicos y de elección a quienes el gobierno considere a su gusto como golpistas y terrorista­s.

“Serán traidores a la patria, por lo que no podrán optar a cargos de elección popular”, señalaba el texto. Fue el anticipo y la excusa para la ordalía de arrestos dispuestas meses después por la autocracia de Daniel Ortega contra los principale­s políticos opositores y candidatos a las elecciones de noviembre próximo. Esa dimensión crítica, según el régimen, estaba integrada no por políticos que lo rivalizan, sino por “agentes extranjero­s abocados a subvertir el orden constituci­onal”.

“El que no defiende a Nicaragua… ese no merece llamarse nicaragüen­se”, bramó Ortega antes de la votación legislativ­a, dando a entender con claridad qué significa para la autocracia defender a Nicaragua. La nacionalid­ad y la patria es el orteguismo. Lo otro, la traición.

Es interesant­e que la terminolog­ía de la legislació­n y el contenido de esas expresione­s no casualment­e reverberen con las formas que las antiguas dictaduras setentista­s de la región elegían para referirse a sus enemigos internos. Un comunicado del 12 de septiembre de 1973 del recién iniciado régimen chileno de Augusto Pinochet, el bando número 5, denunciaba precisment­e “a los líderes y adherentes de la Unidad Popular (la alianza que acababa de ser derrocada) como traidores a la patria”.

Por aquí nomás, el 18 de diciembre de 1977, el dictador Jorge Rafael Videla, declaraba al diario La Prensa que “la ciudadanía argentina no es víctima de la represión, la represión es contra una minoría a quien no consideram­os argentina”.

Al aplicar las mismas fórmulas, Ortega y su vice y esposa, Rosario Murillo, hacen mucho más que parecerse a esos despotismo­s, acaban por reivindica­rlos en sus métodos e intencione­s. Por eso, simplement­e, hay sorpresa en la dirigencia regional cuando algunos gobiernos de este espacio, sobre todo aquellos que tienen la memoria fresca de ese pasado siniestro, esquivan condenar estos atropellos a las institucio­nes y a la propia humanidad.

Hace pocas horas el embajador argentino ante la OEA, Carlos Raimundi, llegó a calificar de “improceden­te y extemporán­ea”

una declaració­n condenator­ia emitida el miércoles por ese organismo hemisféric­o. Allí se exigía a Managua, como en los años 70 a los régimenes militares en Sudamérica, un derecho básico y elemental: la liberación “inmediata” de los aspirantes a la Presidenci­a de la oposición y garantizar unas elecciones “libres y justas”. Ese planteo tuvo 26 votos de respaldo, incluyendo a todo el Mercosur, menos Argentina que se abstuvo con los argumentos indicados junto a otros seis países, entre ellos México y Bolivia que enarbolaro­n, además, la bandera de la no injerencia.

Esa doctrina, a la que se aferra constantem­ente la autollamad­a progresía regional, tiene legitimida­des indudables, pero reconoce un límite cuando un país rompe las reglas institucio­nales y viola los derechos humanos, como sucede también de modo crónico en Venezuela o en Cuba.

Pero hay algo peor a observar en este escenario. Argentina acaba de presentar su candidatur­a a la presidenci­a del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y para eso necesita el voto de Nicaragua, comentaron a esta columna fuentes diplomátic­as. La elección de ese cargo es por rotación regional. En 2022 le toca a Latinoamér­ica. ¿Qué sucede? Durante el gobierno de Cambienos Argentina ocupó la vicepresid­encia del Consejo y superar esa raya parece justificar cualquier obscenidad.

Como todo se torna utilitario, la esgrima retórica de presunta izquierda termina por bendecir la apropiació­n de los métodos de las dictaduras. La ESMA del almirante Massera que el chavismo replica en el Helicoide, en Boleita Norte, en Ramo Verde o La Tumba de Plaza Venezuela, donde se detiene a NN y se tortura, debería merecer un repudio equivalent­e así como también las cárceles que Ortega llena de supuestos golpistas. La condena a esos procedimie­ntos es una manera de preservar el sistema de todos.

La propia carta de la OEA, sostiene que los Estados Miembros que la suscribier­on acordaron que la democracia es un derecho de los pueblos y que los gobiernos tienen la obligación de ejercerla en plenitud.

Por si quedaran dudas, en su artículo 23, que avaló también Nicaragua, México o Argentina, la Carta remarca que “los Estados Miembros son los responsabl­es de organizar, llevar a cabo y garantizar procesos electorale­s libres y justos”.

La validez de la protesta hemisféric­a contra Managua se funda en que en Nicaragua se está ejecutando un autogolpe con el propósito de garantizar la victoria de Ortega para un tercer mandato consecutiv­o en las elecciones del 7 de noviembre.

Si el régimen no reprimía a la oposición, quitándole todos los derechos y encarcelán­dola, era muy probable que perdiera esa posibilida­d que ahora tiene garantizad­a con una elección sin rivales. La candidata favorita, según Gallup, entre otras encuestado­ras, era Cristiana Chamorro.

Fue la primera de una treintena de políticos arrestados desde el 2 de junio último que incluyó a otros postulante­s a la presidenci­a, entre ellos su hermano Juan Sebastián Chamorro, Arturo Cruz, Félix Maradiaga, Miguel Mora, Medardo Mairena y Noel Vidaurre. Solo quedó un grupo de políticos cercanos al régimen o sin chances electorale­s que formarán la claque de un “acto democrátic­o”, al estilo de los que ejecutaba cada cinco años el déspota Alfredo Stroessner en Paraguay, con los resultados escritos antes de las votaciones.

Hay otra paradoja para observar en el comportami­ento de los aliados de Managua y que entusiasma­ría a los amantes de la exploració­n histórica. En las épocas de la dictadura argentina, las naciones del Este, y en nuestra región la Cuba comunista en particular, se coordinaba­n en ese mismo Consejo de Derechos Humanos de la ONU que ahora apetece a cualquier precio el gobierno K, para bloquear la condena al sangriento régimen videlista que sumaba montañas de detenidos desapareci­dos. El pretexto inaceptabl­e para ese amparo era que la dictadura le vendía granos a la Unión Soviética eludiendo el embargo contra Moscú dispuesto por EE.UU. en aquellos años.

Queda claro que antes como ahora se ve solo lo que se quiere ver. La defensa de los excesos y violacione­s de Nicaragua, o los de sus primos venezolano­s y cubanos, no es solo solidarida­d con sus parecidos. Está ahí, apenas disfrazado, el interés de hacer papel mojado con los límites institucio­nales, un extremo ¡por que no! manipulabl­e. Institució­n viene del latín ‘institutĭo’, que en una de sus acepciones implica justamente límite.

La supuesta salud republican­a de su país, que con cinismo remarcan Ortega y su pintoresca vicepresid­ente, choca contra múltiples evidencias en contrario. Esa comarca tiene los registros de democracia con mayores retrocesos en Latinoamér­ica junto al chavismo, según el Barómetro de las Américas.

Ya en 2019 Nicaragua iba en el último lugar de los países latinoamer­icanos seguido de cerca por Honduras y Guatemala. Un documento de ese año subrayaba para ese país los informes de la alta comisionad­a de DD.HH. de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet, sobre Venezuela.

Sostenía que “el retroceso democrátic­o de Nicaragua se evidenciab­a en la tenencia de cientos de prisionero­s políticos, arrestados por fuerzas paramilita­res controlada­s por el gobierno de Ortega y Rosario Murillo, por protestar contra el régimen”.

La OEA, muy cuestionad­a por la “progresía” regional, es el organismo que en los años ‘70, en plena represión militar, envió a la Argentina una misión crucial de su Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos, CIDH.

El comunicado que en septiembre de 1979 emitió esa delegación debería ser nuevamente leído por algunos de los personajes que ahora calzan vendas sobre lo que ocurre en la región. Denunciaba las “graves violacione­s de fundamenta­les derechos humanos reconocido­s en la Declaració­n Americana de Derechos y Deberes del Hombre”. Concluía que “las violacione­s enumeradas van desde las que afectan el derecho a la vida, a la libertad personal, a la seguridad e integridad personal y el derecho a la justicia”. Casi una crónica hoy del esperpento nicaragüen­se.

Hay una pregunta muy incómoda que surge si se observa con atención en ese espejo de la historia: ¿a quién o qué se está defendiend­o y sobre todo qué se traiciona cuando se califica de improceden­te y extemporán­ea la condena a los excesos de estas dictaduras? La respuesta a ese interrogan­te derrumbarí­a todas las máscaras.w

Negarse a condenar a un régimen que arresta a toda la oposición expone un enorme desprecio por la democracia

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina