Clarín

No nos conocemos: vivimos cerca pero separados

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

Hace unos años me probaba un pantalón vaquero en el Once. Delante mío, un muchacho con claras facciones indígenas acababa de pagar el suyo y pedía tímidament­e su factura, algo poco común en la zona. Me llamó la atención. Cuando se fue, el vendedor me dijo: “Es que a ellos los paran en el tren y si no muestran un ticket, les dicen que lo han robado”.

¿Se puede sentir discrimina­ción hacia uno mismo? Los argentinos parecemos reforzar esa idea. No nos gustamos: los mestizos suelen hablar despectiva­mente de los indios, los blancos de los morenos mientras los cabellos teñidos de rubio rematan los rostros cetrinos.

La historia se trastoca para generar un espejo que no es real. América, como noción, como continente, fue pensada desde afuera y desde el Ártico hasta Tierra del Fuego parece más valioso ser pálido. En las últimas décadas, el lenguaje políticame­nte correcto intentó remendar la historia. En países tan democrátic­os como Canadá, por ejemplo, se llama First Nations a los pueblos originario­s. Lindo. Pero eso no impide que ellos detenten un mayor índice de alcoholism­o, menor educación formal, más delincuenc­ia. Y si bajamos hacia el Sur no vamos a encontrar enormes diferencia­s. Al contrario. El cholo, el moreno, el negro han sido invisibili­zados hasta donde fuera posible.

Desde el sarmientin­o “Civilizaci­ón y barbarie” parece no haber lugar para un mestizaje que no sea sólo de piel y de sangre sino cultural. El otro -el oscuro- aparece con un efecto contaminan­te. Mientras menos presente, mejor. Por eso la idea de la Argentina blanca, de los barcos, europea. Que existe y es inmensa pero, sólo una parte.

A un amigo, la señora -morocha- que le ayudaba en la casa lo invitó a una reunión por el casamiento de un hijo. Le dijo. “Mire, con los ‘negros’ no tendrá lujos, pero divertir, se va a divertir seguro”. Fue, y recuerda la alegría y la buena onda con una huella que lo marcó. Era su primera vez en un barrio carenciado. Y quizás ahí está la clave: no nos conocemos, vivimos cerca pero con muros invisibles que nos separan. Para romper prejuicios hay que “estar con”, darse cuenta que la afinidad no viene por el color sino por la forma de enfrentar la vida.

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