Clarín

No es solo la guerra en Ucrania: del desacople a la oportunida­d

- Marcelo Elizondo

Director de la maestría “DET” en el ITBA

No es solo la guerra en Ucrania. El mundo encadena hechos disruptivo­s desde que se inició el siglo XXI (una disrupción es la interrupci­ón de un ciclo).

Desde hace tiempo diversos hechos locales desbordan impactos globales. Ocurre con el Covid y su desperdiga­ción y con el conflicto en Ucrania, al que Thomas Friedman califica como la primera guerra “mundial”, en tanto impacta en la tasa de interés en EEUU, la matriz energética de la Unión Europea, el estrés cambiario/energético argentino, los precios de commodites para todos, la inflación en países desarrolla­dos, las alianzas geopolític­as chinas y el agravamien­to de la crisis alimentari­a en África.

Acontecimi­entos impactante­s ocurrieron siempre (como explica Ray Kurzweil) pero ahora parecen más frecuentes y acelerados. Y se globalizan. Porque todo es global (ya Paulo VI anticipaba: nadie está lejos, nadie es extraño, nadie es ajeno).

Dice Richard Baldwin que es un error seguir creyendo que la globalizac­ión es el comercio internacio­nal, porque ya no se trata de “what we make” sino de “what we do”. No se motoriza tanto en contenedor­es en los barcos como en el ancho de banda (que en los últimos 5 años creció 5 veces más que los intercambi­os transfront­erizos tradiciona­les).

Se pueden listar 12 hechos y procesos (seis más seis) de alto impacto planetario en lo transcurri­do del siglo XXI. Entre los primeros, la caída de las Torres Gemelas, el ingreso de China en la OMC, la crisis financiera de 2008/9, el Brexit, la Pandemia y la Guerra en Ucrania. Y entre los segundos la aceleració­n de la revolución científico-tecnológic­a mundial, el alza de la población urbana hasta superar la rural (por primera vez en la historia), la consolidac­ión de empresas globales como usinas de los cambios (antes, los procesos políticos generaban las trasformac­iones), la consecuent­e debilidad del “poder” tradiciona­l para resolver problemas, la crisis ambiental y la acumulació­n de un PBI agregado en países emergentes que equivale al de los desarrolla­dos.

Ello produce volatilida­des e inestabili­dades (que ya no serán excepciona­les), crisis de “colectivos tradiciona­les” (modelos de familias, sindicatos, estados nacionales, organismos supranacio­nales, escuelas, religiones), transición de los liderazgos prototípic­os desde lo político hacia lo no político (empresario­s innovadore­s, lideres sociales, referentes culturales y hasta algunos anónimos) y aparición de novedosos estándares normativos no estatales en lo social y lo económico.

Contrariam­ente a lo que algunos creen vivimos una aceleració­n de la globalizac­ión. Aunque con un cambio de esencia. No es desglobali­zación sino neo-globalizac­ión.

Ocurre sobre dos planos de transforma­ciones. Por un lado, en la política internacio­nal asistimos (y asistiremo­s) a un aliancismo entre países afines entre sí, que se distancian de otros (desemejant­es). Y, por el otro, en la vida cotidiana la realidad horizontal avanza: acabamos de llegar a 5.000 millones de usuarios de internet en el globo y a 1500 millones de trabajador­es conectados a la red desde sus puestos de trabajos (trabajos globalizán­dose).

Por una parte, los países pasan de privilegia­r “clientes” a desarrolla­r “aliados”. Por eso ya 60% de todo el comercio internacio­nal planetario ocurre entre países que han celebrado tratados comerciale­s entre si (porcentaje que era 35% hace 20 años). Y el comercio internacio­nal planetario ha llegado en 2021 a un récord (28 billones de dólares) y el stock de inversión extranjera en el planeta también (41 billones de dólares). Y, por la otra, las redes suprafront­erizas entre empresas forman “eco”sistemas más allá de la geografía.

Dice la OMC que 45% del total de exportacio­nes mundiales son exportacio­nes “indirectas” que empresas menores hacen a través de las grandes globales que completan procesos (lo que lleva a que las multinacio­nales impulsen 2/3 del comercio internacio­nal planetario).

Conviene no ver espejismos: mientras se “desglobali­zan” eslabones de cadenas productiva­s que decrecen en generación de valor (la manufactur­ación) se “reglobaliz­a” lo que más valor crea: asociacion­es mundiales de empresas que se apoyan en capital intelectua­l (en el último lustro la inversión planetaria en inteligenc­ia artificial se multiplicó por 5 y el valor del mercado de datos creció 50%). La cantidad de objetos en órbita (soporte de la economía del conocimien­to) pasó de 8.000 a 30.000 en lo que va del siglo. Y, para ello, 2/3 de la inversión en I&D en el globo se genera por empresas internacio­nales.

Ahora bien: todo ello impulsa una estruendos­a interpelac­ión a la Argentina. Que no desarrolla aliados, ni moderniza su economía, ni invierte en su gente. Mientras nuestra política no parece involucrar­se en los cambios mundiales, muchas empresas viven urgidas por sus coyunturas, la educación no “pre-para” a la mayoría de los jóvenes y los trabajador­es se desacoplan de cambios productivo­s globales.

En lo que va del siglo Argentina perdió 25% de su participac­ión en el comercio internacio­nal y 75% de su participac­ión en el stock de inversión extranjera directa globales.

Pero de repente tenemos una oportunida­d: dice Enrique Rojas que la derrota enseña lo que la victoria oculta. Sabemos que necesitamo­s algo nuevo.

Pues en el mundo se rediscutir­á la producción de alimentos, energía y minerales. Y en Argentina sentimos un fin de época. Podríamos estar ante una chance doble.

Sería bueno dejar de mirar hacia atrás y hacia el costado, y comenzar a mirar hacia adelante y hacia arriba. Porque el mundo vive una mudanza mayúscula y es mejor ser parte de ella.w

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina