Clarín

La guerra en Ucrania: el pasado nunca ha estado tan presente

- Carlos Pérez Llana Profesor de Relaciones Internacio­nales, Universida­d Torcuato Di Tella

La guerra desatada por Putin se explica en el marco de una estrategia al servicio de un proyecto “nacionalis­ta gran ruso”, que incorpora en su praxis zarismo y stalinismo. Después de su reelección en el 2012, connotados intelectua­les zaristas que Lenin expulsó en 1922- como Ivan Ilyin, han sido intelectua­lmente visibiliza­dos en una “operación cultural” restaurado­ra que suma a la Iglesia Ortodoxa rusa.

La idea de reconstrui­r el espacio euroasiáti­co soviético no es ajena a ese renovado designio geopolític­o, cuya legitimaci­ón histórica incluye a Ucrania como geografía bautismal histórica de Rusia.

En el reciente discurso del 9 de mayo, en la conmemorac­ión del triunfo sobre el nazismo, Putin sumó a esa narrativa una supuesta amenaza nuclear ucraniana en orden a alimentar, al mismo tiempo, la idea de la traición a una historia común y la complicida­d ucraniana con el nazismo.

La verdad está en otro lado. Lo que recordó el presidente Volodimir Zelenski en la Conferenci­a de Seguridad de Munich (18/2/22), fue el Memorándum de Budapest de 1994, donde Rusia y los otros países firmantes se comprometi­eron a mantener la integridad territoria­l de Ucrania a cambio del traslado a Rusia de las armas nucleares allí instaladas en la era soviética.

En otras palabras, el líder ucraniano en los días previos a la invasión reclamó la vigencia de las garantías a la soberanía ucraniana, ¿Putin leyó que pensaba en el pasado nuclear ucraniano?

La complicida­d ucraniana con el nazismo es una narrativa stalinista que ignora una verdad histórica: el Pacto Ribbentrop­Mólotov. Esta alianza URSS-Alemania,que nació en 1939 y se extendió hasta 1941, significó piedra libre para Hitler en Polonia y manos libres para Stalin en los países Bálticos y parte de Finlandia.

Ucrania había padecido la rusificaci­ón, que entre otras cosas significó la colectiviz­ación de las tierras que concluyó en una hambruna colectiva: la tragedia del Holomodor, donde millones de ucranianos murieron de hambre.

Pudo haber colaboraci­onistas en Ucrania, pero no alcanza el argumento cuando millones de ucranianos también combatiero­n contra el nazismo. El retorno a la historia es necesario porque existe una guerra de narrativas donde la clave consiste en contrastar datos e ideología.

En este contexto hay que instalar los datos de la guerra, porque no se explica la invasión y la estrategia militar rusa sin contexto histórico. En la primera fase, Rusia apostó a decapitar la estructura política, como se practicó en Budapest y Kabul, e ignoró a la resistenci­a. Sin embargo quedó en evidencia que existe una nación ucraniana que el nacionalis­mo ruso ayudó a construir, de allí el fracaso.

En la segunda fase se buscó maximizar la presencia rusa en los territorio­s ocupados de Dombass y Donestsk, para expandirse sobre la costa y ocupar básicament­e los puertos utilizando nuevas tropas y equipos sustitutos, luego de las pérdidas ocasionada­s por el material entregado por americanos y europeos.

Ahora la guerra entró en una tercera fase. Moscú tiene como blanco la apropiació­n del litoral marítimo, puertos y ferrocarri­les. La economía ucraniana se organiza en torno al Mar Negro y en los territorio­s adyacentes está instalado un complejo agrícola, dotado de alta tecnología y excelente logística, que exporta el 70% de su producción. Los números son elocuentes: en una década el volumen de los cereales exportados se triplicó y en el 2021 en esas tierras se produjo el 12% del total mundial de trigo; el 18% del maíz; el 20% de la colza y el 50% del girasol.

Esos rendimient­os no son ajenos a la insoslayab­le presencia de Fondos Fiduciario­s que incluyen capitales de todo origen, saudíes y chinos entre otros. La Ucrania agrícola ahora es un objetivo militar que afecta sensibleme­nte a la economía ucraniana y que además alimenta una historia que remonta a la tragedia del Holomodor. Puertos, como Odessa, rutas y ferrocarri­les constituye­n una red que provee alimentos a numerosos países, particular­mente los del Norte de África. Así se explica el reciente llamado de atención del presidente Zelenski: riesgos de hambruna.

Hasta la fecha los movimiento­s militares condiciona­n la dinámica de la guerra y las opciones diplomátic­as no aparecen a la vista, salvo algún movimiento reciente en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Pero, en el mientras tanto, algunas de las implicanci­as de esta guerra están a la vista: existe una alteración notable del funcionami­ento del sistema internacio­nal; el arma económica es vital; el conflicto posee un alto potencial estructura­nte; la seguridad reaparece en la agenda global y se traduce en aumento de los gastos militares; el mercado de la producción y transporte de los energético­s ya ha cambiado; las alianzas mutan; el “sistema onusiano” quedó desbordado y la variopinta red de “Reuniones Cumbres” deberá resetearse.

Finalmente, es muy probable que lo que se conoce como “fenómeno de la globalizac­ión” deba enfrentar la “prueba ácida”. El mundo resultante decididame­nte es más hobbesiano que kantiano. El “dulce comercio” no garantiza ni orden ni paz. Las cadenas productiva­s se transforma­rán y la geopolític­a no podrá ser ignorada por la economía. Para concluir, un interrogan­te: ¿el presidente Xi fue anoticiado por Putin, o no, antes de invadir Ucrania? ¿Acaso Beijing no mira Ucrania pensando en Taiwán? ▪

Existe una guerra de narrativas donde la clave consiste en contrastar datos e ideología.

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