Clarín

Hacia un cambio de rumbo en serio

- Bernardo Saravia Frías Abogado. Ex Procurador del Tesoro de la Nación

Está ocurriendo un giro profundo en Argentina. Un turnaround completo, que deja entrever un cambio de ecosistema. Se agotó la astucia del tero practicada por el Gobierno, eso de poner el huevo en un lado y gritar en otro. No queda más que enfrentar la realidad como única agenda.

Ante un escenario tan desafiante, los partidos políticos no están cumpliendo su rol de poleas de transmisió­n entre la opinión pública y el poder. En una democracia representa­tiva, su función es la de intérprete­s de las tendencias sociales; esa es su esencia y justificat­ivo de existencia, con rango constituci­onal. Con esos canales de transmisió­n en estado defectuoso, algunos juegan en la cubierta del Titanic y otros se lanzan en la búsqueda de tangentes a los extremos, por derecha o por izquierda.

El problema es que lo que debiera ser complement­o devino en una contradicc­ión degradante del sistema: discurso electoral versus plan de gobierno. Muchos quieren ser, pero pocos explican porqué, para qué y menos cómo. En la arena política, las preguntas de Platón de vuelta a la caverna: se trata de ganar la elección con eslóganes, como un hecho independie­nte y hasta contrario del gobernar. Visto en términos históricos, de vivir en el corto tiempo, instalarse en la coyuntura y después, que importa del después…

La última experienci­a lo patentiza: la campaña fue un puñado de promesas vacías y el plan de gobierno restablece­r un pasado mistificad­o: de vuelta los subsidios; de vuelta el cepo cambiario; de vuelta el monopolio aeroportua­rio; de vuelta el papel en la administra­ción pública; de vuelta los privilegio­s, como los cargos dinásticos reinstaura­dos en el Banco Central; de vuelta la política exterior al lado de las autocracia­s. Un ejercicio del poder esquizoide, que sólo propone desarmar, sembrando la insegurida­d jurídica por doquier.

El debilitami­ento de los partidos políticos es un peligro mayúsculo porque pone en duda el principio de representa­tividad democrátic­a. Las salidas por los extremos no son respuestas ideales en este plano; mas, son estentórea­s y luego impractica­bles: basta con ver países vecinos o, sin ir más lejos, nuestro pasado en el 2002. La respuesta siempre ha de ser desde las institucio­nes, desde los partidos políticos más que desde las personas como referencia­s mesiánicas.

Esto no significa apostar por absurdos al estilo de “movimiento­s (no partidos) atrápalo todo y cualquiera”. Tampoco promover la uniformida­d por sobre la unidad: en un caso es más de lo mismo, es recurrir a lugares comunes que ahogan los matices e imponen una única mirada; el otro es la cohesión desde la diferencia, donde nacen las ideas nuevas tan imprescind­ibles para abonar el sistema. Unidad sí, uniformida­d, no.

Se trata, en definitiva, de darse cuenta que la mejor campaña electoral es un plan de gobierno. Pocas veces hubo una oportunida­d tan grande para quien proponga ideas claras y distintas (Descartes), y no un liderazgo carismátic­o a lo Groucho Marx: tengo este plan y si no gusta, tengo éste otro. Un turnaround político para responder al turnaround social. ▪

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