Las caras y los sonidos de un ícono porteño que ayer dejó de existir
El fin de una era. Historias y emociones de quienes viven el Mercado a diario.
El Mercado de Hacienda cerró sus puertas. A partir de la semana próxima las operaciones se mudarán a un nuevo predio en Cañuelas, a 60 kilómetros de la Capital, pero en los corrales y pasarelas de este predio icónico quedarán sonando los ecos de novillos, reseros y martilleros por mucho tiempo más, las campanas insistentes que anuncian el comienzo de un nuevo remate.
“El mercado me dio todo. Yo cuando vine acá llegué con una mano atrás y otra adelante, y ahora tengo en qué andar y qué ponerme. Estoy orgulloso de trabajar acá”, cuenta entre lágrimas Angel Gonzalez, capataz de una consignataria desde hace 30 años.
Es uno de los cientos de trabajadores de diversos orígenes y realidades socioeconómicas que conviven todas las mañanas en el mercado. Hoy hay 119 empleados propios de Mercado de Liniers SA, y las casas consignatarias tienen cada una su plantilla. En total calculan que unas 2.500 familias dependen de esta fuente de trabajo.
Carlos Pujol, socio de una consignataria y heredero de la vocación de su padre, cuenta que anda por los corrales de Liniers desde sus seis años. En los 50 ya se lo veía andando a caballo entre las vacas, y en el 69 empezó efectivamente a trabajar. “Para mí este mercado es la síntesis de una vida y lo siento como una pérdida muy grande”, dice en diálogo con Clarín.
Cerca suyo está Juan Cifre, un joven consignatario que vende “a oído” la hacienda, es decir, por fuera de los remates, hablando directamente con compradores. También se lo ve a Luciano Louge, un productor ganadero de la zona de Olavarría que viajó a la Capital para ver cómo se vende un lote de vaquillonas que mandó.
Y un poco más allá, Claudio “Chacha” Zicardi, otro que lleva largas décadas en este lugar. Oriundo de Lugano, su abuelo tenía tropillas de caballos que se usaban para el movimiento de hacienda, su padre trabajó en el Mercado de Liniers y él
desde los 12 que anda a caballo entre los corrales.
Muchos hermanos suyos y familias amigas también trabajaron ahí y lo siguen haciendo. Sus hijos también. “Cuando empezó la pandemia hice un mal esfuerzo y me fisuré una vértebra, por eso me quitaron un poco el caballo”, dice.
Zicardi explica cómo es el sistema. El mercado opera tres veces por semana. A la tarde empiezan a llegar los camiones con animales que se venderán al día siguiente. Los reseros esperan en las bajadas para llevar la hacienda a las balanzas, clasificarla y acomodarla en los
2.200 corrales para ser vendida por alguna de las 46 firmas consignatarias que operan actualmente. En los años de esplendor el mercado llegó a trabajar 6 días por semana y vender más de 200.000 cabezas semanales, pero ahora el promedio semanal es de 30.000 animales.
A la mañana, a medida que se van haciendo las ventas, los frigoríficos o matarifes anotan los lotes que compraron, el peso y categoría y les pasan la información a los gauchos para que preparen la salida de los animales. ■