Clarín

Un bálsamo para esos afectos longevos

- Jorge Trasmonte Jtrasmonte@clarin.com

Y, sí, se te pueden poner un poco pesados a veces, mimosos, quejosos. Por ahí te repiten cosas que te dijeron 30 veces, te cuentan algo que ya te contaron, te rezongan. Bien mirado, a veces los que se ponen el cassette somos nosotros, que preguntamo­s por lo mismo, que no se nos ocurre que nos pueden contar recuerdos que morirán con ellos, de tiempos y cosas que no vivimos; que nos pueden aconsejar algo que no se nos había ocurrido. Y, sí, uno está en mil cosas, el laburo, la familia, la bendita agenda, los compromiso­s sociales. Y se nos pasa, no hacemos espacio en la programaci­ón. Pero no nos cuesta nada, son 15, 20 minutos en el teléfono. Un rato, una vez al día, a la semana, cada 15 días, para llamar a nuestros viejos, a nuestros abuelos, a los tíos que ya están grandes; a maestros y mentores, hasta la vecina que a veces nos daba la merienda y nos cuidaba cuando éramos chicos. Esos afectos longevos, a los que muchas veces se les hace larguísimo el día, que ya no están tan activos, que van perdiendo a sus contemporá­neos y pasan mucho tiempo solos, y para los que esos 15 minutos nuestros pueden ser un bálsamo, una distracció­n, una descarga, una alegría, una caricia. Ponerles la oreja con un cachito de atención, que te puedan contar cómo están, qué les pasó, la serie o la película que vieron ayer, qué les duele, qué quieren hacer. Que sientan que hay alguien más que les importa. Para nosotros son 15 minutos en el teléfono. Para ellos, puede ser “el” momento que esperan.

Puede ser la enorme diferencia entre un buen día y un largo día más para tachar de su ya frondoso almanaque.

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