Clarín

“La guerra nos había robado nuestra identidad, pero salí a buscar mi destino”

- César Dossi cdossi@clarin.com Rodrigo Mariano Paz rodasesor@hotmail.com

Participé del conflicto de la Guerra de las Malvinas en el Regimiento 3 de Infantería Mecanizada “General Belgrano”. Fui miembro de la Compañía “A Tacuarí”. 1982 fue el año en el que mi vida cambió para siempre. Hijo mayor de una numerosa familia de clase media (mi padre, mi madre y mis hermanos) que me habían brindado primero educación y luego contención, elementos que luego serían decisivos para lograr sobrelleva­r el peso del hecho traumático de ser parte del caos en su máxima expresión.

Malvinas fue un lugar donde las peores miserias humanas se manifestar­on, pero también en dónde los valores humanos alcanzaron su mayor dimensión. El frío profundo, el hambre, la conciencia de que la muerte era inminente y que acechaba a la vuelta del pozo en el que dormíamos, todo se olvidaba por un momento ante el sostén de mis compañeros. Con tan sólo diecinueve años, edad donde todavía uno no empezó a vivir, tuve que aprender a sobrevivir.

Luego de Malvinas, mi vida se transformó de tal manera que mis objetivos y mis sueños no sólo cambiaron, también se convirtier­on en inalcanzab­les. Utopías. En las islas, uno sólo esperaba que algún milagro suceda, que todo vuelva a ser como antes, pero es algo que nunca sucedería. Los días eran infinitos. Las terapias psicológic­as ayudaban, pero el dolor de lo vivido se vuelve intolerabl­e. Las heridas externas con el tiempo sanan, las internas no dejan de sangrar. La guerra es muy dura, pero la postguerra es aún mucho más y es algo que convive día a día con quienes vivimos el horror de Malvinas. El tiempo pasa y uno sigue esperando que algo cambie. La formación recibida tan sólo unos años antes me había brindado herramient­as para que el viaje de vuelta como prisionero fuese más tolerable. Los conocimien­tos y el haber aprendido inglés me permitiero­n comunicarm­e con mis captores y de esa manera ayudarnos a todos a entender lo que sucedía. Es por esto que destaco la educación ante todo, no hay cuestión económica o social que pueda resolverse si antes no encontramo­s una solución a este tema. El regreso a casa fue una nueva guerra. Buscaba en todas partes aquellos que se fueron. Ya no estaba mi compañero de pozo, quien cuidaba mi espalda. Me sentía solo, la apatía me estaba ganado. Todos habíamos vueltos diferentes por haber vivido una situación límite. Mi madre me creía muerto en combate y en parte tenía razón. Ya no era el hijo que había criado, y le habían devuelto otra persona. Lo más insignific­ante podía irritarme, estaba siempre alerta ante un peligro que nunca se hacía presente, dormir se hacía difícil, nada se me hacía interesant­e.

Mi mundo había cambiado y deambulaba por este como un extraño. Todo aquello que alguna vez había sido mi vida, ya no existía. Una nebulosa había envuelto a quienes habíamos conocido el infierno, la guerra nos había robado nuestra identidad. La sociedad no podía acompañarn­os, no entendía lo que nos pasaba y, del otro lado, los militares de carrera no aceptaban nuestra condición de veteranos de guerra. Esta inexistenc­ia nos acompañarí­a por muchos años. Tal vez, para siempre.

Con el tiempo entendí que tenía que vivir y no sólo esperar que la vida pasara. Mi vida debía ser algo más que lo que me había ocurrido. No serían las circunstan­cias a las que me había enfrentado la vida lo que me definirían de ahora en más, sino lo que haría de ellas. Comprendí que Malvinas siempre sería una parte de mí, pero no dejaría que fuese un factor que me limitara. Mi actitud frente a la vida cambió, ya no esperaría por un milagro que nunca sucedería, salí a buscar mi destino.

Me animé a plantearme nuevas metas, empecé a luchar por lo que quería. Me propuse no permitir que los obstáculos fueran motivo para no alcanzar lo que tanto deseaba, ¡ser feliz! Como dije, mi familia y la oportunida­d de acceder a una buena educación me ayudaron a continuar. Las vivencias de la guerra se volvieron experienci­as, herramient­as para construir mi camino.

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MARIANO VIOR
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