Clarín

El desafío de outsiders como Manes y Milei, y ¿un final de época?

Ambos buscan capitaliza­r el hartazgo y se muestran ajenos a la clase política. Pero su suerte está atada a la profundiza­ción de la crisis económica.

- Walter Schmidt wschmidt@clarin.com

No siempre es necesario acudir a indicadore­s económicos y sociales, que por reiterativ­os y cada vez peores se naturaliza­n, para describir la gravedad de la situación actual y medir la estatura del Gobierno, de varios de sus miembros, de sus políticas y de su no Plan.

En ámbitos políticos, económicos y empresaria­les, el termómetro refleja tal nivel de desasosieg­o que se llega al punto de reivindica­r al menemismo, no por su contenido o el rumbo de aquéllos dos mandatos de Carlos Menem, sino por el volumen del gabinete, la audacia y la convicción

de las políticas como la Convertibi­lidad o la estrategia ante el mundo, que siempre eran coronadas por la última palabra en boca del mandatario cuyo liderazgo era indiscutid­o. A eso se suma la relación con la comunidad internacio­nal, la política de seducción de las inversione­s y el manejo de la interna peronista sobre todo con los sindicatos. Hasta el más antimenemi­sta, crítico acérrimo de la corrupción y del modelo privatizad­or, termina añorando la estabilida­d política, institucio­nal y de los precios.

No es casual que la dolarizaci­ón,

que fue el pilar del menemismo de la mano de Domingo Cavallo y se constituyó en una solución temporaria, vuelva a estar en el centro del debate actual tras el fracaso de la lucha contra la inflación de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner (terminó con 30%); de Mauricio Macri (entregó el poder con el 54%); y ahora de Alberto Fernández y Cristina (con un 60% proyectado como piso para 2022).

“Estamos mucho peor que en el 2001 porque tenemos más pobreza, la inflación que en aquél entonces no existía hoy es dramática, y un fuerte desencanto con el mundo cuando en ese momento había fuertes inversione­s acá y hasta exportábam­os gas y energía a los países vecinos. Por eso hay más bronca que en el 2001 porque la economía está peor y cuando la economía anda mal es lo más importante, la sociedad sólo quiere que le resuelvan eso”, reflexiona un dirigente peronista, que supo ser un poderoso referente del PJ durante aquélla crisis que parecía terminal para la política, pero quedó muy lejos de serlo.

De acuerdo con la consultora Taquion, ni siquiera 1 de cada 10 argentinos confían en los ministros de Economía en general, denotando el nivel de desconfian­za que atraviesa a todas las generacion­es por igual. ¿Por qué habrían de hacerlo?

Aquél grito de “que se vayan todos” se perdió en la historia contemporá­nea argentina pero vuelve a reflotarse en la región. Por ejemplo en Ecuador, refleja el descontent­o de la sociedad con la dirigencia política. En Perú, la presidenta del Congreso, María del Carmen Alva, afirmó que “hay un gran hartazgo en general de los políticos y este hartazgo del Poder Ejecutivo se refleja al final tanto en el Congreso como en el Poder Judicial y el Ministerio Público”.

En los ‘90 también hubo un fuerte proceso de desencanto en la clase política. Aquélla vez fue Menem el que recurrió a outsiders, personajes que no venían estrictame­nte de la política sino de otras profesione­s, para ensayar una renovación dirigencia­l. Así surgieron los nombres de Daniel Scioli, Carlos Reutemann, Palito Ortega y hasta puso en el radar a Mauricio Macri. Ahora no hay padrinos.

Hoy, los outsiders vuelven a tener un papel central en el futuro inmediato de la política argentina. A los fenómenos con ambición presidenci­al como Facundo Manes y Javier Milei, se suman los de Carolina Losada, Martín Tetaz, Amalia Granata, Segundo Cernadas, Roberto García Moritán, Victoria Onetto, entre otros tantos. ¿Cambio de época u otra expresión de bronca más?

Un informe de la Universida­d Nacional de Villa María plantea cinco factores para que un outsider llegue al poder: 1) crisis de los partidos políticos, 2) desconfian­za en el viejo liderazgo, 3) necesidad de un mensaje de esperanza, 4) existencia de una persona dispuesta a encarnar un liderazgo a través de medios masivos de comunicaci­ón, sean tradiciona­les o redes sociales y 5) propuestas pragmática­s que respondan a intereses populares y transgreda­n el sistema.

Sin estructura política ni un equipo que lo acompañe, Milei asegura que la gente está cansada de los privilegio­s de la casta política aunque para él, Macri y Cristina Kirchner no formen parte de ese grupo vilipendia­do. Dice lo que la gente con bronca quiere escuchar, con propuestas rimbombant­es pero de dudosa ejecución. Manes, en tanto, pretende construir una revolución de abajo hacia arriba, donde la sociedad se lleve puesta a los dirigentes, pero teniendo como base al radicalism­o. Y asegura que las pandemias siempre alteraron la mentalidad de la época; por eso exhibe un informe que muestra que el 94% de la sociedad pretende un cambio.

El desafío lo tiene la clase política tradiciona­l más allá de su perfil oficialist­a u opositor. Si se trata del Frente de Todos, la credibilid­ad que pueden emanar de las figuras de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa está más que dañada, dicho esto por el propio gurú catalán Antoni Gutiérrez-Rubi. Hasta La Cámpora, devenida en funcionari­os con cargos y privilegio­s, ha perdido influencia y no moviliza más allá de sus fronteras cada vez más acotadas. Entonces, salvo una explosión de crecimient­o, empleo y consumo, algo mucho menos probable que un sentido abrazo entre la vicepresid­enta y el Presidente, las expectativ­as de reelegir de los K en el 2023 lindan con lo utópico.

La estrategia de alimentar la figura de Milei porque aumentaría las chances del kirchneris­mo de continuar en la Nación al quitarle votos a la oposición, sería un espejismo: el riesgo es que el oficialism­o termine tercero y que el candidato de Juntos por el Cambio y el de derecha diriman la presidenci­a.

La oposición, mientras, lucha por no romperse a sólo seis meses de haber ganado las elecciones legislativ­as

con contundenc­ia. La insistenci­a de Macri de ser candidato es rechazada por el radicalism­o que difícilmen­te se encolumne detrás de una candidatur­a del ex presidente, aunque se impusiera eventualme­nte en las PASO. Sus declaracio­nes poniendo reparos en la unidad y privilegia­ndo la línea del PRO, alimentan la grieta en JxC.

Lo que el Frente de Todos y Juntos por el Cambio no perciben es el grito silencioso de un sector de la sociedad, cuyo tamaño está en duda y encierra un riesgo, porque podría ser minoritari­o o bien una amplia mayoría. Tienen a su favor los siete meses que restan para culminar el año e ingresar a un 2023 en el cual habrá elecciones casi todos los meses. El problema es si durante ese lapso se consolidan los outsiders, Manes y Milei.

“La pandemia nos obligó a detenernos y nos permitió hacer un balance de la calidad de vida que llevábamos, el costo-beneficio, y darnos cuenta que en la Argentina el costo es muy alto. Provocó que muchas personas quisieran un cambio y que buscaran otras alternativ­as”, asegura a Clarín la reconocida psicóloga Celia Antonini, con varios libros en su haber.

Y deja un mensaje claro, casi de alerta, del que deberían tomar nota los dirigentes que viven de la política. “En el consultori­o veo que mucha gente se dio cuenta que los mismos modelos llevan a los mismos resultados. Si uno deja pensar a un pueblo, como ocurrió en pandemia, puede pasar dos cosas: que apruebe el rumbo que lleva el país o que mire otros horizontes. Y me parece que eso es lo que está pasando. Las nuevas figuras políticas tienen cierta aprobación, gracias a la pandemia”.w

En los ‘90 también había desencanto en la política y Menem trajo a Scioli, Reutemann y Palito.

La pandemia hizo que mucha gente analizara su calidad de vida y reclamara un cambio.

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Outsiders. Menem metió en política al Lole, que gobernó Santa Fe y a Scioli, que llegó a la Provincia.

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