Clarín

Suecia: ¿adiós a la neutralida­d?

- Olivia MuñozRojas Oscarsson Doctora en Sociología por la London School of Economics

Comienzo a escribir este texto en el norte de Suecia, con vistas al Golfo de Botnia, el brazo septentrio­nal del Mar Báltico. Una región que, en los últimos meses, a pesar de sus bajas temperatur­as, se ha convertido en una zona inesperada­mente caliente por su cercanía con Rusia, con la que Suecia y Finlandia comparten aguas y una larga frontera terrestre, en el caso de Finlandia.

La tranquilid­ad de estas tierras poco pobladas y de localidade­s pequeñas, su naturaleza, tan imponente como impasible, la calma y parsimonia de sus habitantes, pueden hacer pensar que nada ha cambiado desde la invasión rusa de Ucrania.

Pero las conversaci­ones cotidianas revelan preocupaci­ones, que, aunque históricam­ente latentes en estas latitudes de Escandinav­ia, resultan ahora palpables: ¿Dónde está el refugio antiaéreo más cercano? ¿Hay suficiente­s refugios para toda la población? ¿Cuánta ropa y comida debo almacenar en mi casa? ¿Tiene Suecia autonomía alimentari­a? ¿Está el Ejército sueco preparado para hacer frente a una invasión rusa?

Por encima de todas ellas, planea la gran pregunta: ¿Debe Suecia solicitar su ingreso en la OTAN? En un país con más de 200 años de historia de neutralida­d, la cual mantuvo incluso durante la Segunda Guerra Mundial, la pregunta no tiene nada de baladí y afecta a la idiosincra­sia política del país.

Ciertament­e, en la práctica, Suecia tuvo que hacer numerosas concesione­s para mantenerse fuera del conflicto que asoló al mundo entre 1939 y 1945. El Gobierno de concentrac­ión que se formó para hacer frente a la situación bélica y que incluía a todos los partidos, salvo el comunista, permitió la circulació­n de convoyes alemanes en territorio sueco que iban y venían de la Noruega ocupada; y continuó, asimismo, vendiendo hierro al Tercer Reich. El momento más crítico fue la llamada crisis de verano (Midsommark­risen) de 1941 cuando el gobierno, si bien dividido, terminó accediendo a que la división Engelbrech­t de 15.000 soldados alemanes atravesara territorio sueco para llegar desde Noruega a Rusia.

Es, pues, comprensib­le que la doctrina de neutralida­d sueca –también llamada libertad de alianza (alliansfri­het)– haya sido objeto de numerosas críticas, tanto internas como externas, por sus inconsiste­ncias.

Con todo, el país ha insistido en conservarl­a, apoyando siempre a Naciones Unidas en la resolución de conflictos, obrando activament­e por el desarme nuclear y asumiendo frecuentem­ente el papel de país mediador. Muchos recordarán los encendidos discursos del primer ministro Olof Palme denunciand­o la guerra de Estados Unidos en Vietnam.

Sin embargo, con el tiempo, la afinidad con los países aliados se ha ido haciendo más manifiesta y Suecia es considerad­a uno de los colaborado­res más importante­s y activos de la organizaci­ón transatlán­tica. En 2014, el país firmó un memorándum de entendimie­nto con ésta, aprobado con mayoría parlamenta­ria, con el objetivo de formalizar dicha colaboraci­ón.

En este sentido, el debate que se desarrolla ahora mismo en la sociedad sueca sobre si conviene o no solicitar la incorporac­ión plena en la OTAN tiene cierto recorrido. En las encuestas realizadas en abril pasado, un 57% de los suecos estaba a favor de la pertenenci­a, el porcentaje más alto jamás conocido.

El principal argumento de quienes están a favor es también el principal argumento de quienes están en contra: Suecia necesita protegerse de una Rusia crecientem­ente agresiva, esgrimen los primeros; es precisamen­te una OTAN en expansión lo que hace que Rusia se vuelva agresiva, arguyen los segundos.

Los partidos políticos se encuentran divididos sobre la cuestión con el bloque progresist­a en contra y la llamada Alianza, esto es, los partidos de centro-derecha, a favor de una adhesión. Sin embargo, los Socialdemó­cratas, que forman actualment­e un Gobierno minoritari­o, han anunciado que pueden trocar su apoyo histórico a la neutralida­d por un apoyo a la adhesión a la OTAN, lo que significar­ía que la propuesta obtendría mayoría parlamenta­ria.

Los críticos atribuyen este dramático cambio de posición del partido a un ejercicio de tacticismo electoral con vistas a las elecciones generales de este otoño. Al mismo tiempo, el Gobierno dice querer despejar la cuestión antes de las elecciones, precisamen­te, para evitar su uso electorali­sta.

Desea, asimismo, alinearse con los tiempos del Gobierno finlandés que aspira a tener una decisión definitiva sobre su adhesión a mediados de mayo. En mis conversaci­ones en esta esquina habitualme­nte tranquila de Europa, especialme­nte en sus regiones más septentrio­nales, donde uno se siente inevitable­mente un poco alejado del mundo y sus turbulenci­as, encuentro también a aquellos que están cansados de prepararse para lo peor –sea una pandemia, una catástrofe climática o un ataque nuclear ruso– y prefieren vivir el aquí y el ahora.

De hecho, no puedo evitar preguntarm­e si la gente estaría tan preocupada por el refugio más cercano si los medios de comunicaci­ón no se hubieran acostumbra­do a alimentarn­os con la sensación de riesgo permanente. En ese sentido, es tentador poner la vista y el alma en esa naturaleza majestuosa que aquí todo lo rodea y lo empequeñec­e, empezando por nosotros y nuestros miedos.w

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DANIEL ROLDÁN

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