Clarín

La maldad insolente, en el Cambalache del siglo XXI

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Diana Wang

Psicoterap­euta y ensayista

Los maté a todos! ¡Qué nazi soy!” escribió Facu, 14 años, al chat de Fortnite, feliz por haber resultado vencedor. Buen alumno de una escuela bilingüe, con padres profesiona­les de clase media, su autofelici­tación como “nazi” no le inquieta en lo más mínimo.

Cree que nombra al que mata mejor, al más aguerrido, al más malo de todos, es el ganador por excelencia. Para él, sus amigos y muchos como ellos, la palabra “nazi” es el emblema supremo del guerrero eficiente y dejan afuera, ¿ignorancia? ¿indiferenc­ia?- qué es el nazismo. Sus amigos judíos paralelame­nte no se espantan porque nazi sea un elogio cool dicho en tono admirativo. Pero esto no nace de la nada.

Se tratan muy mal los chicos hoy llamándose con apodos denigrante­s que, de tan usados, han perdido el valor del insulto. Se dicen “negro de mierda”, “puto de mierda”, “enano de mierda” junto con el ya naturaliza­do “boludo” muy lejos de aquel significad­o de “idiota o estúpido”. Y ahora nazi pero como alabanza.

Los sentidos y horizontes se han pervertido, campea el segual. Pero la palabra nazi viene con otra mochila, la del genocidio mientras que las otras palabras son sólo ofensivas. ¿Sólo ofensivas dije? ¿También yo estoy naturaliza­ndo el maltrato, el insulto, la ofensa?

¿Qué nos está pasando con la manera de hablar? En los juegos online gana quien mata al adversario, esto no es nuevo, tiene décadas. También en los deportes se utilizan palabras bélicas y mortales. Lo matamos. Lo aniquilamo­s. Lo derrotamos. Le pasamos por encima. Lo sepultamos. Desde el ajedrez hasta el Fortnite pasando por todos los deportes, al ganar se habla de muerte. El deseo de ganar, la necesidad de prevalecer, es parte de nuestra naturaleza y los juegos permiten satisfacer­lo de manera sublimada. En lugar de matar, jugamos a matar.

Pero el que sean cool los insultos y las ofensas y que estén tan naturaliza­dos que no se perciban como tales, es nuevo. Boludo, puto, negro, hdp, son usados por los chicos con ligereza. Pero no alcanza, suben la apuesta y le suman “nazi”. Es un escalón más. No se espantan, no se dan cuenta, o no les importa, lo que están diciendo.

¿Seguirían diciendo “nazi” si supieran que fueron torturador­es, asesinos de niños y bebés, déspotas, autoritari­os, tiranos, represores y asesinos de los que no pensaban como ellos, que se creían “dioses” con derecho a matar a cualquiera, incluso a estos mismos chicos que hoy se envanecen llamándose nazis? ¿Seguirían diciendo nazi si supieran lo que de verdad están diciendo?

Lo más probable es que no lo sepan. Nazi debe ser para ellos algo así como peor que malo, nada más, hasta ahí deben haber llegado. Lo preocupant­e es que si es así algo nos está fallando a todos. Hay algo que no estamos transmitie­ndo bien si la maldad humana aparece como herramient­a que conduce a la victoria. Hay algo de la educación que no estamos haciendo bien.

Facu gana y se cree nazi. Los chicos terminan la escuela sin entender lo que leen ni poder construir bien una oración y tampoco saben diferencia­r lo que está bien de lo que está mal. Me pregunto si tiene sentido espantarme con el elogioso ¡Qué nazi soy! cuando los rusos atacan a Ucrania para desnazific­arla.

La maldad insolente en el cambalache del siglo XXI, sin aplaza’os ni escalafón. ¿Es lo mismo el que labura o el que no, el que mata o el que cura o está fuera de la ley? Dale Facu, lavate las manos y vení a comer, ¿vos nazi? no digas pavadas, sentate a la mesa mi chiquito, que la comida se enfría y el futuro está en tus manos.w

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