La leyenda está vivita y cantando
Ante un estadio repleto, el español celebró sus seis décadas de éxitos y dio cátedra de escenario.
Raphael presentó su impecable show 6.0 en un Luna Park colmado por fans de distintas generaciones y signado por la reinterpretación de sus grandes clásicos. El autor de
Yo soy aquel propuso un viaje emocional basado en seis décadas de éxitos internacionales, en un recital a pura sangre y pasión.
Fueron casi tres horas donde el hijo pródigo de Jaén paseó su estampa andaluza demostrando que mantiene un registro vocal intacto. Un verdadero fuera de serie.
Arquitecto de un histrionismo desbordado, cultor de las miradas desvariadas, criatura inexplicable surgida en las entrañas de una familia humilde y obrera (su padre era albañil, su madre cosía ropa) el Niño de Linares asomó el morro en Buenos Aires con un atrevimiento digno de su época más dorada.
Treinta y tres canciones y dos horas con cuarenta minutos más tarde, la platea era un mar de pulgares apuntando al cielo. Nadie puede ser más Raphael que Raphael. Ni Enrique Bunbury, ni aquel famoso Dúo Dinámico, ni los legendarios Olé Olé de Marta Sánchez, ni siquiera su gran amiga almodovariana Alaska.
El show comenzó como una gran celebración, con un sexteto sonando la franfarria para la entrada del ídolo andaluz. Y desde el primer minuto todo quedó en manos de su simpatía, de esa seducción que viene provocando el tsunami del raphaelismo en todo el mundo.
Anoche las canciones eran una pobre excusa para contemplar de cerca al humano que le ganó por
knock out al tiempo. Se trataba ante todo de asistir a una ceremonia única, posiblemente una de las últimas, donde todos, quien más quien menos, intentaban descifrar el jeroglífico. Ese extraño misterio por el cual El Divo no envejece.
Himnos como Yo soy aquel, Digan lo que digan, Desde aquel día o Estuve enamorado sonaron en la misma clave que los originales, en un ejercicio vocal de técnica impecable,
con una afinación cuasi perfecta, a todas luces encomiable.
Y se hace muy difícil entonces no sucumbir ante la seducción arrolladora de un cantante que le ganó la partida a la misma Parca. Detrás de la sonrisa pícara y los eternos ojos vivaces de este artista que acaba de cumplir 79, se esconde un secreto que tal vez nunca sea revelado.
Pero lo más curioso de Raphael 6.0 es que no hay ningún show. Es El Niño defendiendo su aldea a capa y espada. No hay grandilocuencias extremas, ni recursos teatrales, ni siquiera una gran orquesta apuntalándolo por detrás.
El show cobró tintes latinos promediando la actuación, donde Raphael sacó de la galera composiciones como Nostalgias, Malena o Adoro (de Armando Manzanero).
Siguió con el vals peruano Que nadie sepa mi sufrir y una versión de La llorona que empata a la de Chavela Vargas. Quizá le sobren a su show una media docena de canciones, pero él sabe manejar los tiempos y las tensiones: el recorrido por sus seis décadas sube, baja y vuelve a subir cuando él lo dispone.
Trabajador incansable, perfeccionista enfermizo, nada de lo que hace o dice es casual. Luego vendrá el final, con su rendición al clásico Resistiré. Una rejuvenecida y muy popera Yo soy aquel, y por supuesto con el ritmo salsero de Escándalo.
Sin embargo elige para despedirse Como yo te amo. Y en esa letra parece dedicarle la canción a esa música que le ha dado todo. A la que hace ya sesenta años lo convirtió en Raphael. Señoras y señores, de pie. La leyenda está viva. ■