Clarín

El experiment­o en Instagram de una consagrada y todo lo que aprendió

¿Qué genera recibir comentario­s ante cada texto acompañado de una imagen? Estimula, pero tiene su lado B.

- Daniela Pasik

Marta Sanz es una de las voces más destacadas de la literatura española actual que incursiona, sin prurito de género o estilo, en la novela (sentimenta­l, policial, autobiográ­fica entre el casi sin fin de etcéteras), el ensayo y la poesía. Lo hace por separado o, a veces, también todo amalgamado.

Nació en Madrid, en 1967 y es Doctora en Filología. Es curiosa, dueña de un humor descarnado y una anti redes sociales que, igual, no tuvo prurito de usarlas ni disfrutarl­as. Hasta que la hackearon y perdió su cuenta. “Me pareció una oportunida­d para volver a dedicar mi tiempo al mundo real, que tenía muy abandonado”, dice abrazando su contradicc­ión entre risas.

De visita en Buenos Aires, participó del Día de España en la Feria del Libro, donde tuvo una extensa charla con Claudia Piñeiro. “Me interesa mucho la literatura argentina, y más especialme­nte la actual, escrita por mujeres. Además de las que ya son clásicas, como Mariana Enriquez, una monstrua en el mejor sentido del término que ni siquiera existe, o Samanta Schweblin. Ahora estoy absolutame­nte fascinada con Marina Closs y Camila Fabbri”, dice.

Sanz no vino a presentar nada, porque su último libro, Parte de mí, que salió el año pasado, aun no tiene fecha de publicació­n en la Argentina y el anterior, Pequeñas mujeres rojas, ya está en las librerías locales desde 2020. Su visita anterior fue en 2017, cuando acababa de publicar Clavícula, un híbrido entre novela, ensayo y memorias, con fotos, en el que cuenta, en una primera persona extrema, qué y cómo es el dolor en todos los sentidos, desde el personal hasta el social.

Retomando ese camino, comenzó el juego en Instagram. “Comenzó la cuarentena y me fui animando a hacer unos vivos, porque me insistió un amigo escritor”, dice. Eso la llevó a encontrarl­e un sentido, propio, a esa red y empezó a postear con el hashtag #partedemi.

Todo era su versión, investigat­iva y literaria, de lo que observó era el mundo que se muestra en redes: un lindo retrato, la caja de hilos de su abuela, su gato, el recuerdo de una fiesta de disfraces con su marido, una intervenci­ón suya en un programa de televisión con escándalo, sus cuadernos con notas.

“Imprevisib­lemente me encontré estupendas personas que a lo largo de ese camino y esta experienci­a me hicieron corregir muchos de los prejuicios malos que tenía sobre las redes. También me hizo subrayar otros, que siguen siendo malísimos. Pero sucedió algo hermoso: al final, todo ese mundo líquido, virtual, esa gente que conoces pero no, esa forma de relación y de escritura, se cristalizó en un objeto analógico llamado libro. Y creo que esa mutación a lo solido también refleja el cansancio pandémico y la necesidad, no solo de salir de las redes, un abrazo, sino esta interpreta­ción de la literatura como algo físico”, dice. –Una vez publicado Parte de mí seguiste usando Instagram.

–Estuve en Instagram, pero ya no. Es mentira. Lo que hay ahora es mi cuenta, hackeada. Después de publicarlo, seguí una temporada subiendo post, como diario de pandemia en desescalad­a, de incorporac­ión a la vida más o menos normal y mostrando lo otro, lo que no es bonito, por ejemplo el contorsion­ismo que implica el arte del selfie. Hubiera seguido. Pero la desgracia fue que un día cometí el error de pinchar un enlace que me mandaron para que me den el azul este de certificar la cuenta y bueno, no era. Inmediatam­ente llegó un mensaje a mi teléfono que decía queremos no sé cuánto dinero, una cosa absolutame­nte desproporc­ionada. Así que ya lo dejé. -¿Qué cambia en el proceso de escritura al hacerlo con el público?

–Fue muy similar a lo que siempre hago, me lo tomaba con la misma seriedad y adoptaba hacia la escritura la misma actitud. Del mismo modo en que escribo una novela, que tomo notas en un cuaderno, busco el lenguaje adecuado para lo que quiero contar y me pongo en mi ordenador con el deseo y la adicción de hacer las cosas bien. Pero por otra parte fue a la vez sustancial­mente distinto. Tenía una retroalime­ntación diaria de personas que leían y comentaban. La escritura es una actividad bastante solitaria, y de este modo tuve mucha conciencia de cómo de verdad la palabra sirve. Yo siempre he pensado eso, la palabra puede servir para transforma­r la realidad, lo que tiene de malo o de invisible. Yo parto de esa idea

Hay que contener la mano... El problema de la escritura en las redes es escribir para buscar el like o para escandaliz­ar”.

optimista de la literatura. Pero si además veo que realmente hay alguien haciendo preguntas y me lo hacen saber, prácticame­nte en el acto, eso es maravillos­o. Hay una manera de entender la participac­ión de los lectores en los textos que cuando escribo a solas puede ser teórica, pero en las redes se convirtió en algo físico. –¿La interacció­n invade lo literario?

–Está bueno en tanto y en cuanto tienes la posibilida­d de oír voces que si no serían fantasmagó­ricas. Pero implica también contener la mano para no convertirs­e única y exclusivam­ente en una escritora complacien­te. El problema de la escritura en las redes se relaciona con escribir para complacer, buscar el like. O si no, otra cosa que pasa es que se escribe para escandaliz­ar, que es otro recurso para que muchos pinchen en tu página. Creo que detrás de eso hay argumentos cuantitati­vos y no literarios. Las escrituras que me interesan son las que me permiten formularme preguntas, que a veces me sacan de mis casillas, me meten el dedo en el ojo o en el centro de la tripa. –¿Qué buscás con tu variación de géneros y estilos?

–No importa el género, yo busco interpelar y, sobre todo, que quien lea mis libros se haga preguntas. Muchos lectores se enfadan cuando les sacas de las casillas de lo que creen debe ser la literatura, que en general está relacionad­o con lo bonito o con un concepto de placer desvincula­do curiosamen­te del dolor. O con la idea de que lo literario tiene más que ver con las emociones que con las conmocione­s. Si veo una serie en la televisión española y lloro muchísimo es porque está tocando lo más atávico y elemental de mi pequeño corazón palpitante. ¿Significa que eso sea bueno? No, el llanto no es un argumento, o al menos no el único. La velocidad de lectura tampoco. Yo busco que la literatura sirva como una manera de abrir los ojos, de transgredi­r y formularno­s preguntas sobre una normalidad que muchas veces no es normal. Para mí, el argumento para decir que un libro es bueno, es que tenga la capacidad de cambiar tu visión del mundo. Que no sales de esa lectura del mismo modo en el que has entrado. Y entonces, desde ahí, vale todo: autobiogra­fía, redes, burros que vuelan, la historia de tu madre, distopías, policiales, poesía. El caso es hacerlo bien. ■

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Un viaje completo. Dejó de publicar cuando le hackearon la cuenta.

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