Clarín

“Un país en donde los sueños no se evaporen”

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Atendiendo un kiosco, vendiendo pizzas por encargue o frutillas debajo de un puente, como empleados de un local de ropa o siendo vendedores ambulantes, trabajando en casas de familia por hora o siendo parte de la industria de la construcci­ón... Desde que tengo memoria a mi familia la recuerdo así: trabajando. Haciéndose de goma para llegar a fin de mes, afrontando crisis y malabarean­do con la economía del hogar para poder llevar todos los días un plato de comida a casa. Incluso los vi teniendo el peor trabajo que una persona podría tener: buscar trabajo.

De ellos aprendí que sin esfuerzo es muy difícil salir adelante y que, si algo te hace caer, tenés la obligación de levantarte. ¿Pero cómo puede levantarse alguien que desde hace años cuando se despierta lo único que desayuna es incertidum­bre e inestabili­dad? ¿Cómo se hace para creer que se puede salir adelante en un país en donde tener trabajo no te garantiza no ser pobre?

Como en mi familia, en Argentina son muchas las personas que hace años la vienen remando para poder salir adelante; que madrugan o trasnochan con tal de llevar un plato de comida a su mesa, que sin importar los calores del verano o los duros días de invierno salen de sus casas para trabajar, porque es lo único que saben hacer, volviendo con heridas del oficio, que duelen y lastiman, pero no molesta tanto como la herida que produce el saber que hay un Estado ausente, que ni siquiera te asegura llegar con vida a ver a tu familia después de estar todo el día trabajando.

En este sentido los datos de Argentina duelen, y se convierten en una herida que cada vez se hace más grande. Hace 10 años que la cantidad de personas que tienen trabajo no crece. 2/3 de las personas que trabajan lo hacen desde la informalid­ad, sin tener derecho a una jubilación o una cobertura de salud digna. Las jubilacion­es mínimas son una de las más bajas de la región. El desempleo supera al 50% de la población menor de 30 años y la inflación, una de las más altas del mundo, destruye cualquier sueño que una familia se proponga hacer realidad.

Ante esta situación tan angustiant­e, el Gobierno no sabe, no puede o, peor aún, no quiere hacer nada, más que comentario­s tribuneros que le son útiles a su propia interna, dejando a millones de argentinos con una herida que se va abriendo con cada aumento que sufre el bolsillo de los que hace años vienen ajustándos­e, con cada joven que se lleva sus sueños al exterior envueltos en lágrimas por no tener futuro en el país o, lo más doloroso, con cada familia que no puede volver a abrazar fuerte a su hijo porque un delincuent­e le arrebató la vida mientras esperaba el colectivo para ir a trabajar.

Esa Argentina que duele, y que hoy no es vista por ninguna de las personas que nos gobiernan, es la que tenemos la obligación de levantar, recuperand­o el valor del trabajo y el esfuerzo, para que los sueños de los que la luchan todos los días, en vez de evaporarse, se puedan hacer realidad.

Rodrigo Joel Zerda rodrigojoe­lzerda@gmail.com

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