Cosas de la vida y de los perros
Una manzana puede ser un mundo. Las mismas personas, los mismos rituales; todos los días. Los que tenemos perros transitamos un universo de 100 metros en cada lado. El de “la vuelta al perro”, metáfora para esos momentos en el que nuestros amigos peludos necesitan ir al baño, y nosotros acompañamos.
La identidad de esa cuadra se forja en esos olfateos que ellos tienen mientras nosotros, sus humanos, que no sabemos ni cómo se llama el otro o qué hace, intercambiamos palabras triviales, cada vez que matchean sus hocicos y huelen sus colas.
Con Darwin tirando de su pretal desaforado, nuestra rutina marca que nos vamos a encontrar a Max, exhibiendo su pelo oscuro y brilloso, que pasea sin correa. Con él antes había buena onda, pero se cortó y hubo tarascones que obligaron a cruzar de calle. Cosa de canes.
También en el camino van a aparecer el salchicha y el perro gigante que cuidan cada tanto la pareja de la vuelta, en Conde, los Yorkies vecinos del edificio, y la perrita nueva de la señora de Olazábal que confundía el nombre de Darwin por el de otro gran científico: le decía Einstein. Cosa de humanos.
Sabemos que es imposible no encontrarnos algún bulldog francés, seguro atigrado, que justo son la debilidad de mi mascota -un Cairn Terrierque, aunque está castrado, no pierde las ganas de acurrucarse con cuanta hembrita de nariz fría aparezca. Cosa de instinto.
Y en esa cofradía de pichichos también se sufren las pérdidas, como la del Negro, decano de Blanco Encalada, un viejo labrador buenazo que babeaba a cada paso lento que daba. Su dueño, el hombre del sombrero, sigue haciendo sus paseos, pero ya sin él, cabizbajo, de luto, extrañándolo. Cosas de la vida y de los perros.w