Clarín

Cosas de la vida y de los perros

- Pablo Javier Blanco pblanco@clarin.com

Una manzana puede ser un mundo. Las mismas personas, los mismos rituales; todos los días. Los que tenemos perros transitamo­s un universo de 100 metros en cada lado. El de “la vuelta al perro”, metáfora para esos momentos en el que nuestros amigos peludos necesitan ir al baño, y nosotros acompañamo­s.

La identidad de esa cuadra se forja en esos olfateos que ellos tienen mientras nosotros, sus humanos, que no sabemos ni cómo se llama el otro o qué hace, intercambi­amos palabras triviales, cada vez que matchean sus hocicos y huelen sus colas.

Con Darwin tirando de su pretal desaforado, nuestra rutina marca que nos vamos a encontrar a Max, exhibiendo su pelo oscuro y brilloso, que pasea sin correa. Con él antes había buena onda, pero se cortó y hubo tarascones que obligaron a cruzar de calle. Cosa de canes.

También en el camino van a aparecer el salchicha y el perro gigante que cuidan cada tanto la pareja de la vuelta, en Conde, los Yorkies vecinos del edificio, y la perrita nueva de la señora de Olazábal que confundía el nombre de Darwin por el de otro gran científico: le decía Einstein. Cosa de humanos.

Sabemos que es imposible no encontrarn­os algún bulldog francés, seguro atigrado, que justo son la debilidad de mi mascota -un Cairn Terrierque, aunque está castrado, no pierde las ganas de acurrucars­e con cuanta hembrita de nariz fría aparezca. Cosa de instinto.

Y en esa cofradía de pichichos también se sufren las pérdidas, como la del Negro, decano de Blanco Encalada, un viejo labrador buenazo que babeaba a cada paso lento que daba. Su dueño, el hombre del sombrero, sigue haciendo sus paseos, pero ya sin él, cabizbajo, de luto, extrañándo­lo. Cosas de la vida y de los perros.w

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