Hay dos fines posibles para la guerra y conllevan grandes riesgos
Problema. El litigio puede enfriarse gradualmente sin avances. O el estancamiento se quiebra a favor de Ucrania y esto vuelve más probable una escalada nuclear rusa.
La semana pasada trajo un poco de claridad a la niebla de la guerra de Ucrania: la significativa fecha del 9 de mayo, en la que se celebra la victoria rusa sobre la Alemania de Adolf Hitler, llegó y se fue sin ningún cambio en la estrategia de Moscú.
Cuando Vladimir Putin pasó revista a los desfiles militares y los misiles balísticos intercontinentales, no hubo ni una declaración de seudovictoria ni un anuncio de escalada que pusiera a toda Rusia en pie de guerra e iniciara un reclutamiento masivo para el frente. Más de lo mismo, por tanto, parece ser el plan ruso, es decir, la continuación de esta cruenta guerra en el sur y el este de Ucrania, con el objetivo de un cambio de régimen básicamente abandonado en favor del objetivo de mantener el territorio que finalmente podría incorporarse a la Federación Rusa.
Desde la perspectiva estadounidense, esto parece una reivindicación estratégica. A pesar de algunas fanfarronadas imprudentes sobre nuestro papel en el derribo de objetivos rusos, intensificamos nuestro apoyo a Ucrania sin provocar una escalada imprudente de Rusia como respuesta. El riesgo de que una guerra por delegación impulse a Moscú iniciar un conflicto más amplio se ha puesto de manifiesto en el constante ruido de tambores de guerra de la televisión estatal rusa, pero hasta ahora no en las decisiones del Kremlin. Es evidente que a Putin no le gusta que nuestro armamento llegue a Ucrania, pero parece dispuesto a librar la guerra en estas condiciones.
Nuestro éxito, sin embargo, plantea nuevos dilemas estratégicos. Se vislumbran dos escenarios en los próximos seis meses de guerra. En el primero, Rusia y Ucrania intercambian territorio de a poco y la guerra se enfría hasta convertirse en un “conflicto congelado” al estilo de otras guerras en las ex repúblicas soviéticas.
En esas circunstancias, cualquier acuerdo de paz requeriría aceptar el control ruso sobre parte del territorio conquistado, en Crimea y el Donbás. Esto daría a Moscú una clara recompensa por su agresión, pese a todo lo que Rusia ha perdido en el curso de la invasión. Y dependiendo de la cantidad de territorio cedido, dejaría a Ucrania mutilada y debilitada a pesar de su éxito militar.
Por lo tanto, un acuerdo como éste podría parecer inaceptable en Kiev, en Washington o en ambos. Pero la alternativa -un estancamiento permanente que siempre esté a punto de volver a una guerra de baja intensidadtambién dejaría a Ucrania mutilada y debilitada, dependiente de los flujos de dinero y el equipamiento militar de Occidente y menos capaz de reconstruirse con confianza.
Sin embargo, hay otro escenario en el que este dilema se reduce porque el estancamiento se rompe a favor de Ucrania. Este es el futuro que, según los militares ucranianos, está a su alcance. En él, con suficiente ayuda militar y material, ellos serían capaces de convertir sus modestas contraofensivas en algo más importante y de hacer retroceder a los rusos no sólo a las líneas de preguerra, sino también potencialmente sacarlos del territorio ucraniano por completo. Claramente, éste es el futuro que EE.UU. debería desear, salvo por la importantísima advertencia de que también es el futuro en el que la escalada nuclear rusa de pronto se volvería mucho más probable de lo que es ahora.
Sabemos que la doctrina militar rusa prevé el uso de armas nucleares tácticas de forma defensiva para cambiar el curso de una guerra en la que Rusia estuviera perdiendo. Debemos suponer que Putin y su círculo consideran la derrota total en Ucrania como un escenario de peligro para el régimen. Si se combinan estas realidades con un mundo en el que los rusos están siendo derrotados y sus conquistas territoriales se están evaporando, se tiene la situación militar con más sombras nucleares desde el bloqueo a Cuba en 1962.
Estoy dando vueltas a estos dilemas desde que moderé un reciente panel en la Universidad Católica de América con tres pensadores de política exterior de centro derecha: Elbridge Colby, Rebeccah Heinrichs y Jakub Grygiel. Respecto de la prudencia de nuestro apoyo a Ucrania hasta ahora, el panel estaba de acuerdo. Sin embargo, en cuanto a la cuestión del final de la guerra y el peligro nuclear, se podía ver claramente cuáles eran nuestros desafíos. Grygiel hacía hincapié en la importancia de que Ucrania recuperara territorio en el este y a lo largo de la costa del Mar Negro para ser razonablemente autosuficiente en el futuro, pero Heinrichs, de línea más dura, y Colby, más cauto, discutían sobre cuál debía ser nuestra postura en caso de que los rápidos avances ucranianos fueran recibidos con un ataque nuclear táctico ruso.
Eso no es lo que tenemos ante nosotros en forma inmediata; sólo se convertirá en un problema si Ucrania logra triunfos sustanciales. Pero como armamos a los ucranianos para hacer posible una contraofensiva, espero que en nuestro gobierno tenga lugar una versión del intercambio entre Colby y Heinrichs, antes de que una cuestión académica se convierta en la más importante del mundo.w
Sabemos que la doctrina rusa prevé el uso de armas nucleares si Moscú va perdiendo.