Clarín

Crecer de golpe: realismo y retrocesos en el Chile de Gabriel Boric

- mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Marcelo Cantelmi

Chile experiment­a una mutación dentro de la transforma­ción que disparó la rebelión popular de 2019. Con cuotas similares del teorema de Baglini, sobre la moderación que impone la cercanía con el poder, y la constataci­ón de situacione­s que escapan a lo esperado, el presidente Gabriel Boric, exponente de aquel repudio popular,

retrocede a un nuevo realismo. Lo obligan las circunstan­cias. Últimament­e, con la comprobaci­ón de que no hay diálogo posible frente a la creciente violencia mapuche o por los contratiem­pos que amenazan al proyecto de una nueva Constituci­ón.

Boric acaba de sufrir la peor derrota política e ideológica en lo que va de su gobierno al declarar una excepción constituci­onal para desplegar tropas en el Sur chileno. Una decisión que repite los criterios de su antecesor, el derechista Sebastián Piñera, a la que Boric se había opuesto desde su campaña y que fulminó cuando llegó a La Moneda. La medida fue enmascarad­a con una supuesta limitación a patrullar rutas y caminos donde el extremismo mapuche comete sus atentados. Pero el propio decreto diluye esos frenos “de ser necesario”.

Un análisis precario describirí­a ese movimiento como un giro a la derecha del gobierno. Pero Boric es un socialdemó­crata pragmático. Esa condición ya la había expuesto en noviembre de 2019 cuando, en plena crisis por las protestas callejeras, negoció con la pinochetis­ta Unión Democrátic­a Independie­nte la válvula de una Constituye­nte antes que las cosas salieran de control. Ese pacto se transformó en un acuerdo multiparti­dario que los propios seguidores de Boric habían señalado como una traición. Pero esa audacia preservó el sistema.

Ahora el dato interesant­e del trago amargo de la militariza­ción del Sur chileno es el gesto de autoridad que la acompaña. Gobernar en cualquier caso es hacerse cargo. Una obviedad que no es tan clara en el vecindario chileno. El costo de este giro en contra de sus propias ideas, es la tensión con las alas populistas de la coalición, particular­mente el Partido Comunista que le brinda una significat­iva base territoria­l. El PC, por cierto, se apuró a repudiar la medida. “No es el momento de inmiscuir a las FF.AA. en este conflicto, que es político, social y que involucra algún tipo de actividade­s violentas y tendría un reacción adversa” se despachó con tonos paternalis­tas el titular del partido, Guillermo Tellier.

La cuestión mapuche tiene fuerte contenido político. Ha sido una de las banderas de esta nueva dirigencia para diferencia­rse de la derecha o la centrodere­cha que rigió el destino chileno las últimas décadas, incluso frente al moderado pero riguroso socialismo de estilo europeo del país. Camila Vallejo, aliada firme de Boric, militante del PC y ministra vocera del gobierno, en sus días de parlamenta­ria planteó que “cuando los conflictos se manejan como una guerra, no hay paz y solo derramamie­nto de sangre…

Usen la inteligenc­ia y no las armas”, reclamó. El propio presidente, en su función previa de legislador, rechazó constantem­ente el aval parlamenta­rio para la excepción constituci­onal que pedía Piñera.

Boric llegó al poder convencido de que el camino era una discusión concluyent­e con las comunidade­s originaria­s. Y les brindó señales como la edificació­n de una visión plurinacio­nal en la nueva Constituci­ón. Pero del otro lado no hay un debate ideológico y menos interés por negociar. La ministra de Interior, Izkia Siches, fue recibida a balazos cuando, recién asumida, viajó a la comunidad Temucuicui, en Ercilla, con el diálogo bajo el brazo. Aquel hecho contundent­e fue el sello de cómo caminaría esta disputa. Al extremo de que el diario La Tercera, señaló que el gobierno “maneja cifras alarmantes respecto del aumento de los hechos de violencia en la zona”.

En esa frecuencia de todo o nada , el líder de la autodenomi­nada Coordinado­ra Arauco Malleco, Héctor Llaitul, se montó en la ingenuidad del gobierno con un llamado a “la resistenci­a armada” y descalific­ó a Boric como “lacayo” nada menos que de la dictadura militar. Un senador comunista, Daniel Núñez, debió reconocer su incomodida­d porque estas organizaci­ones no dieran la menor posibilida­d de que el gobierno desplegara sus propuestas. E hizo una significat­iva comparació­n al sostener que “cuando los movimiento­s de carácter étnico o nacionalis­ta se radicaliza­n, llegamos a callejones como en España, con la ETA”. Quedó a milímetros de la caracteriz­ación de terrorismo de la que escapa Boric, pero que es la usual en el centro y la derecha para definir lo que ocurre en esas regiones desde hace años. En su visión más dura, este conflicto tiene ciertament­e el formato de una guerra separatist­a sobre un territorio que incluye a gran parte de la Patagonia argentina.

El otro desafío que complica a Chile, y al propio presidente por el enorme depósito de capital político que ha comprometi­do, es el trámite accidentad­o de la Constituci­ón. El 4 de setiembre se realizará un referéndum, el llamado “plebiscito de salida”, que determinar­á si la ciudadanía acuerda con el contenido de la nueva Carta Magna. Pero si esa iniciativa tuvo un respaldo del 80% en octubre de 2020, las últimas encuestas (i.e. Pulso Ciudadano)

alertan sobre un rechazo de 45,6%, con solo 27,1% entre quienes la aprobarían. Los que no saben/no contestan compiten con ese último registro con el 27.4%. La desconfian­za hacia los convencion­ales, supera el 50%.

La nueva Carta, que debería estar concluida el 5 de julio, reemplazar­á a la legada por la dictadura pinochetis­ta. El motor de la refundació­n es la demanda generaliza­da para corregir

deformacio­nes asfixiante­s en el modelo de acumulació­n chileno de altísima concentrac­ión y que filtra las posibilida­des de educación o salud de las mayorías. Pero el proyecto nació con una cojera: los partidos de derecha y de centroizqu­ierda obtuvieron una representa­ción menor a la esperada. Los independie­ntes, en cambio lograron un amplio bloque, reflejo del repudio a la política tradiciona­l, pero se disolviero­n rápidament­e. Quienes quedaron, operaron con “la falsa ilusión de que esto se podría hacer sin la derecha, sin el centro y parte de la centro izquierda”, como señaló a la BBC la activista política Javiera Parada, critica de la polarizaci­ón en el proceso.

Una de las iniciativa­s que se aprobó sin el apoyo de la derecha ni del centro izquierda, es, por ejemplo, el “pluralismo jurídico”, que permite crear tribunales para los pueblos indígenas que coexistirí­an en un “plano de igualdad” con el Sistema Nacional de Justicia. Para sus críticos esa medida viola la igualdad ante la ley. La violencia que jaquea el Sur chileno donde regiría particular­mente ese código, agrega dosis de contaminac­ión a iniciativa­s de esa índole en un país donde la inflación y la delincuenc­ia demandan atención prioritari­a antes que esos otros debates. Razones, posiblemen­te, de la pronunciad­a y veloz caída de la figura de Boric en los sondeos.

Otra dato explosivo que lastra la gestión de la nueva Constituci­ón, es la decisión de concluir con 200 años de vigencia del Senado y coronar en su lugar una suerte de Cámara de Regiones. La centrodere­cha y la derecha, pero también el socialismo, es decir mucho más de la mitad del electorado chileno, objetaron esa invención que fue condenada como absurda por figuras relevantes como Isabel Allende, la hija del mítico Salvador Allende.

Esos tropiezos no garantizan el fracaso del proyecto constituci­onal. Votar en contra, para muchos, implicaría el disgusto de mantener vigente la Carta pinochetis­ta. A esa incomodida­d apuesta Boric. Pero tampoco es descartabl­e un revés como el que le acaba de suceder con el conflicto mapuche. Boric deberá comprender que estas incertidum­bres emergen de la novedad de una fuerte cautela que reclama ser escuchada y que modera el mensaje de la rebelión de 2019. Pero también a los hijos de ese proceso. Nada es como antes. Tampoco las ilusiones. Crecer de golpe.w

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La orden de militariza­r el Sur del país es un golpe político e idológico para Boric, que se enfrenta a los límites de la realidad

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