Clarín

Dólares escasos, en la puerta giratoria

- Alcadio Oña aona@clarin.com

La muy favorable, renovada relación entre el precio de los productos que el país exporta y el precio de los bienes que importa, o sea, los llamados términos del intercambi­o, prueba que al menos aquí patina fuerte esa metáfora donde el tren pasa una sola vez en la vida. También muestra que las oportunida­des únicas pueden repetirse, lo cual claro está no equivale a saber aprovechar­las.

Estamos hablando de un indicador que hoy beneficia a la Argentina como pocas veces en la historia reciente, si no ninguna, según una serie del INDEC que arranca en 1986 y cruza, sobre todo, ventas al exterior del complejo cerealero-oleaginoso con bienes industrial­es e insumos energético­s traídos de afuera.

El resultado de la ecuación revela un poder de compra de las exportacio­nes similar o mayor al de 2011-2012 apuntalado, como entonces, por cotizacion­es internacio­nales de la soja, del trigo y el maíz, digamos los grandes commoditie­s made in Argentina, que vuelan a la altura de las nubes. La gran estrella de ese universo es obviamente la soja, que en aquellos años llegó a cotizarse a 650 dólares la tonelada y hoy anda entre 616 y 611.

Se está repitiendo, entonces, lo mejor del primer viento de cola que bendijo al kirchneris­mo como a ningún otro gobierno. Récord de récords de esa época aún vigente, las ventas al exterior de 2011 que sumaron impresiona­ntes US$ 83.000 millones con colocacion­es de soja y derivados de la soja también sin precedente­s.

Apoyadas nuevamente en el yuyito que hizo famoso Cristina Kirchner, la misma cuenta cantó US$ 78.000 millones el año pasado. Clarito, el tren vuelve a pasar por la estación argentina.

Datos que también salen del INDEC explican gran parte del fenómeno. Dicen que el 22% del aumento en las ventas que hubo en 2011 respecto de 2010 fue por lo que se llama

efecto precios y solo 2%, por las cantidades. Y que en 2021 contra 2020 la relación se pareció bastante: 26% precios y 13%, la mitad, cantidades.

Más del mismo cuadro: en los siete años que fueron de 2013 a 2020 nunca las exportacio­nes llegaron a US$ 70.000 millones. Se mantuviero­n siempre en la zona de los US$ 60.000 millones, porque se había calmado la fiebre de los commoditie­s o porque el mercado no sufría turbulenci­as similares a las que hoy vienen de la invasión de China a Ucrania.

Casi ni hace falta decirlo, aunque parece que hiciera falta decirlo: la clave es acumular mientras sopla el viento de cola y los términos del intercambi­o juegan a favor. Acumular para tener cuando el viento afloje y se dé vuelta la mano.

Muy poco o nada de este modelo hubo durante el primer mandato presidenci­al de Cristina Kirchner y parte del segundo, cuando llegaron a registrars­e superávits comerciale­s anuales de 9.000, 12.000 y hasta 16.900 millones de dólares.

A partir de 2013 la cuenta fue achicándos­e aceleradam­ente, tanto que a fines de 2015 ya marcaba déficit de US$ 3.400 millones y no había quedado prácticame­nte nada de la montaña de dólares.

Pasaba que en el reino del corto plazo, el kirchneris­mo consumía reservas del Banco Central en cantidad y de a miles de millones para pagar deuda externa. La contrapart­ida fue taparlo de bonos parecidos a un pagadiós, que se renuevan cada diez años y a la entidad le dejan cero de intereses. En eso consistió el desendeuda­miento que todavía pregona y enorgullec­e a Cristina Kirchner.

De la misma película fue una devaluació­n del 40% en 2014 que se probó inútil, y una fuga de divisas cuantiosa que desapareci­ó de la memoria K. En el medio, el gobierno metió cepos sobre cepos, restringió y digitó importacio­nes, apretó exportador­es y terminó con las reservas del Banco Central remachadas por el signo menos.

No se trata de tirar malas ondas, pero ocurre que tampoco andan bien las cuentas externas durante la actual temporada kirchneris­ta, pese a precios de la soja y compañía y a términos del intercambi­o que suenan nuevamente envidiable­s. Los datos duros cuentan que entre comienzos de 2020 y abril de 2022, el balance comercial ha acumulado un superávit de US$ 30.000 millones.

Un detalle que es bastante más que un detalle agrega que durante el primer cuatrimest­re de este año el complejo agroexport­ador ha liquidado ventas que pasan de largo los US$ 11.000 millones. O sea, alrededor de US$ 1.300 millones por arriba del mismo período de 2021.

Y a propósito, ¿qué dice sobre todo esto la caja del Central? Dice reservas netas, digamos disponible­s, por US$ 5.300 millones que ni siquiera alcanzan para bancar un mes entero de importacio­nes y que en buena medida provienen, al fin, del préstamo del Fondo Monetario que reemplazó al stand-by del macrismo.

Evidente por donde se mire, hay una canilla enorme en el BCRA por la que se escapan dólares del superávit comercial a chorros. Rigurosame­nte vigilados, los del FMI no se pueden tocar.

Sin financiami­ento externo, en la chorrera tenemos los intereses de la deuda, lo que la propia entidad gasta en el eterno intento de contener al blue sin contenerlo, las divisas que se consumen el turismo y otros servicios, más la especulaci­ón que alimenta esa pariente directa del zafarranch­o general llamada brecha cambiaria, hoy en un 70-80% sin remedio a la vista.

Una rareza no tan rara de este barco a la deriva salta en el avance desatado de las importacio­nes. Que van de récord en récord como si la actividad económica volara, como si los registros del PBI y de la industria no estuvieran aún por debajo de 2019, de 2018 y de otros períodos que no han sido precisamen­te descollant­es.

Puestas en datos del INDEC, que es como

El país vuelve a ser favorecido por el viento que empuja los precios de la agroindust­ria. La contracara son importacio­nes en niveles récords, que comen divisas en cantidad.

Y la perspectiv­a, nuevas restriccio­nes que le pegarán a la actividad económica

decir algo bien concreto, las importacio­nes del primer cuatrimest­re anotaron un crecimient­o del 41,6% contra el primer cuatrimest­re del 2021 y un 47,3% en abril versus abril.

Valen aquí algunos comentario­s añadidos. El primero es que estamos hablando de compras en dólares pero al precio oficial. Luego, que hay operacione­s de oportunida­d y preventiva­s por fuera de las trabas. Y tercero, que la factura energética es todavía del preinviern­o y solo representa un 12% del paquete total.

La economía argentina es una estructura muy dependient­e de los bienes y los insumos que vienen de afuera, aunque no tanto como para torcer del modo en que se ha torcido una relación plantada por los especialis­tas. Esa, la usual, dice que por cada punto que crece el PBI las importacio­nes crecen tres. Y la actual, según estimacion­es privadas, dice 1 de PBI y 4,7 de importacio­nes.

La cuestión es que ese disloque le pega directo al superávit comercial, es decir, a la única, verdadera fuente de divisas con que cuenta el país. Medido en cuatrimest­res, el saldo de 2022 contra el de 2021 anota una pérdida de US$ 1.170 millones; proyectada a todo el año, la poda podría alcanzar a US$ 4.000 millones.

Y como la necesidad de divisas manda sobre muchas cosas, en este país de la fractura expuesta en la cúpula del Gobierno, de la crisis económica y social y de una incertidum­bre a prueba de balas, vienen cantadas nuevas restriccio­nes a las importacio­nes y a los gastos en divisas. Directas, indirectas y del tipo que cuadre.

También cantado, el costo de la movida pegará sobre el repunte económico. Algunas consultora­s manejan ya un año con marcas finales del 0,5%, del 1,2 o el 2%, esto es, casi la nada misma.

Tendríamos entonces un cóctel bien bravo o, si se quiere, más bravo que el actual: estancamie­nto tirando a recesión con una espiral inflaciona­ria tirando al 70% o a cerca del 70%. Y otro parecido camino de las PASO y las presidenci­ales de 2023, según pronostica­n economista­s que suelen ser consultado­s desde el gobierno.w

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Liquidacio­nes de dólares. Las exportacio­nes están trayendo dólares, pero el Banco Central que controla Miguel Pesce no los retiene.
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