Clarín

La mayor transferen­cia de ingresos es la brecha cambiaria

- Marina Dal Poggetto y Sebastián Menescaldi Economista­s

En su reciente discurso en Chaco, la vicepresid­enta dijo una frase que dio en el clavo: “No puede ser que tengamos salarios bajos y no tengamos reservas en el BCRA”. Podría agregarse, mucho menos con una soja arriba de USD600 la tonelada y exportacio­nes del complejo agroexport­ador estimadas en USD41 mil millones (USD5 mil millones más que en 2021 y USD15 mil millones más que en 2019/20).

La intuición es correcta, la receta que tiene en mente está equivocada. Su enojo está asociado a que “fallaron” los controles de precios, pensando que, con estos se podría haber contenido el salto en la inflación que erosionó los salarios.

Considera que se pueden tener políticas activas para impulsar la demanda independie­ntemente de las restriccio­nes de oferta, sin tener implicanci­as inflaciona­rias y/o de desabastec­imiento. Y que se pueden desacoplar totalmente los precios internos de los internacio­nales y de los costos, sin tener impactos sobre la oferta y/o el déficit fiscal si se compensa con subsidios.

La lectura del Gobierno de que la recuperaci­ón de la economía y el empleo están bien y que lo único que falta es bajar una inflación que se acelera, sin mencionar la grotesca distorsión de precios relativos detrás de una brecha cambiaria en 80%, es errónea. En el medio, un sector privado (con capacidad para fijar en muchos casos precios y cantidades) que “festeja” la vuelta de la actividad a los niveles de inicios de 2018, pero que sistemátic­amente se pregunta hasta cuándo dura.

La contracara de esta dinámica es una fuerte concentrac­ión en la distribuci­ón del ingreso. El intento de mejorarla impulsando las paritarias por sobre una nominalida­d que corre al 5/6% mensual, termina generando una mayor inflación que deriva paradójica­mente en una mayor concentrac­ión del ingreso.

Es que la brecha cambiaria hace estragos. Si bien corta de lleno la salida de capitales y los pagos de dividendos (que vale recordar representa­n una deuda no registrada como tal), habilita mecanismos alternativ­os por los que los dólares se van igual y que explica que el BCRA compre muchos menos dólares que los comprometi­dos en el acuerdo con el FMI descuidand­o la única ancla que le queda.

Por lo pronto, el desplome en las exportacio­nes de servicios refleja este deterioro. La contracara es que la oferta de dólares en el mercado blue y en el CCL/MEP se sostiene, con remesas de utilidades que cambiaron de signo en la Argentina de los últimos años.

En parte producto de argentinos que viven afuera y envían dólares a la Argentina, en gran medida producto de argentinos que viven en el país y utilizan para vivir sus ahorros en dólares y/o reciben ingresos originados en la exportació­n de servicios que no pasa por el circuito formal. Algo similar ocurre con la cuenta de turismo, donde el ingreso de dólares por turismo al BCRA se mantiene cercano a cero.

La cancelació­n de deuda del sector privado acumula desde que arrancó el Gobierno USD21,2 mil millones. Si se suman los USD13. mil millones cancelados por el sector privado durante 2018/19, multiplica por dos el endeudamie­nto del sector privado contraído durante los primeros dos años de Macri. El nivel de importacio­nes también es extraordin­ariamente alto. En marzo y abril se importó por USD6,9 mil millones por mes en promedio, USD6,2 mil millones sin energía.

La brecha cambiaria es la mayor transferen­cia de ingresos que hay hoy en la economía. Al 80%, equivale al 40% de las importacio­nes. Estamos hablando de una transferen­cia de USD30 mil millones por año, 6% del PIB. Este monto es el doble de lo que paga el fisco por subsidios para contener los precios de la energía, pero los precios de muchos bienes subieron en los últimos meses incluso por encima del dólar marginal.

Del otro lado, los exportador­es reciben un precio que antes de retencione­s equivale al 60% del precio internacio­nal. Un productor sojero recibe sólo un tercio del precio entre retencione­s y brecha cambiaria. Pero las retencione­s van al fisco, la brecha va al importador, al pago de deudas registrada­s, al dólar solidario y al turismo (estas dos últimas previo pago de percepcion­es y el impuesto país).

Sin moneda que permita canalizar el ahorro a la inversión local, los incentivos son siempre a vaciar al BCRA. Cómo decía Miguel Bein, casi un deporte nacional que se refleja en los USD417 mil millones que mantienen los argentinos en el exterior (85% del PIB). De estos, USD187 mil millones (cinco veces el tamaño del crédito), salieron desde 2006.

La acumulació­n genuina de Reservas en el BCRA ocurrió sólo entre 2003 y 2007 cuando el país tenía superávit de cuenta corriente y fiscal. Desde entonces la sistemátic­a salida de capitales en los años sin cepo y/o la cancelació­n de deudas, pago de importacio­nes y compra de todos los dólares oficiales que la regulación permitía en los años con cepo sumado al uso del stock para pagar la deuda, redujeron sistemátic­amente las reservas netas hasta llevarlas a niveles negativos en enero, cuando en medio de la disparada de la brecha cambiaria, finalmente el Gobierno decidió cerrar con el FMI.

El esquema actual no es sustentabl­e, es muy regresivo y nos está introducie­ndo en un cambio de régimen inflaciona­rio cada vez más perverso. Cualquier intento de estabiliza­ción, condición necesaria para empezar a construir una moneda que permita bajar la brecha y canalizar el ahorro a la inversión, requiere horizonte y gobernabil­idad. Ambas condicione­s necesarias para avanzar con las reformas estructura­les que apuntalen la competitiv­idad sistémica y nos permita corrernos de un modelo de salarios bajos y un BCRA que no acumula dólares. Con un horizonte del gobierno cada vez más corto frente al calendario electoral, y un boicot directo de la coalición de Gobierno al programa con el FMI, el margen para buscar acuerdos que permitan pensar en avanzar en esta agenda se diluye. ■

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