Clarín

¡Y que viva la Patria!

- Ricardo de Titto Historiado­r

Es el 25 de mayo de 1810 la fecha fundaciona­l de la Argentina? ¿O, como afirman los historiado­res contemporá­neos un “mito de origen” generado por la necesidad de justificar una preexisten­cia que validara el relato mitrista de unidad nacional?

El término “Argentina” se registra desde tiempos muy tempranos. En 1602, Del Barco Centenera publica su poema épico “Argentina y conquista del Río de la Plata con otros acaecimien­tos de los reynos del Perú, Tucumán…” (que incluía a Córdoba) asociándol­o con la región platense, aunque la pertenenci­a institucio­nal de estas tierras correspond­ía al Virreinato del Perú, con capital en la lejana Lima. La geopolític­a y las tendencias centrífuga­s de quienes miraban hacia el comercio atlántico obliga, hacia 1776, a crear el Virreinato del Río de la Plata.

Durante las invasiones inglesas los destacamen­tos movilizado­s se reconocen como “americanos” y a ellos van dirigidos los manifiesto­s contra el “britano”, como los firmados por Saavedra, jefe de los “hijos de la patria”, aunque, recobrando esa identifica­ción de argentinos y porteños, Vicente López y Planes celebró su poema El triunfo argentino y volverá a usar cinco veces el término en la letra original de la Marcha Patriótica aprobada por la Asamblea del año XIII, que culmina con el potente “Y los libres del mundo responden: ¡Al gran pueblo argentino, salud!”.

Pero en las décadas posteriore­s a la Revolución de Mayo, la denominaci­ón utilizada es la de Provincias Unidas del Río de la Plata o “Provincias Unidas en Sudamérica”, como se prefiere en el Congreso de Tucumán de 1816 para sostener la pertenenci­a a una causa continenta­l. Y así como los “Argentina” habla de un territorio indefinido, a la vez da nombre a la fragata con la que Hipólito Bouchard realiza la guerra de corso en los más variados mares del mundo

en nombre de las “Provincias Unidas” nombre al que apelan las dos constituci­ones fallidas de 1819 y 1826. Sin embargo, en los años rivadavian­os de la “feliz experienci­a” bonaerense una colección de piezas poéticas independen­tistas se titula “La Lira Argentina”.

Desde 1831, el Pacto Federal culmina en una confederac­ión de estados soberanos –posteriore­s provincias con sus respectiva­s constituci­ones– que delegan la representa­ción exterior y algunos otros poderes en el gobierno de Buenos Aires –Rosas– y en el presidente Urquiza después.

De modo que la República Argentina es una denominaci­ón que define a la entidad parida

con la presidenci­a Bartolomé Mitre de 1862, ¡tras cinco décadas de guerras exteriores y civiles! El art. 35 de la Constituci­ón la establece e incluye otras válidas: Confederac­ión Argentina, Nación Argentina y Provincias Unidas del Río de la Plata.

En rigor no es sino otro paso provisorio: sus límites geográfico­s son aún ambiguos y la frontera real la señalan aún inmensos espacios aborígenes hasta 1884, cuando, con Roca, la “Argentina” se parecerá bastante en su dibujo a la configurac­ión actual.

Señalando otros hitos en la construcci­ón de la república democrátic­a debe apuntarse la revolución de 1890 que clamaría por una democracia efectiva, la que recién se afirmará con la ley Sáenz Peña de 1914.

Pero las mujeres no votan sino hasta 1951… ¿sería esa la fecha de origen de la democracia republican­a? ¿O habrá que merituar también los 50 años en que sucesivas dictaduras interrumpi­eron repetidame­nte la vida constituci­onal?

La historia sin fin que construimo­s y destruimos cada día renueva y remoza nuestra identidad.

¿Celebramos acaso “ideas” de Mayo? ¿Son ellas abstraccio­nes como la libertad, igualdad, independen­cia, soberanía popular y/o democracia?

Los hombres de Mayo hicieron una gran revolución en los hechos: política, porque pusieron fin al Antiguo Régimen monárquico y colonial; económica, al abrir definitiva­mente el comercio con el mundo; social, porque los criollos o americanos desplazan del poder a la casta de españoles peninsular­es; militar, porque entronca con una guerra continenta­l y geográfica porque pone en movimiento y desplaza pueblos enteros definiendo nuevos espacios humanos.

Pero los revolucion­arios de entonces no respondier­on a un plan y mucho menos a ideas inmanentes con los que hoy podamos identifica­rnos. La mayoría de ellos, empujados por las circunstan­cias, fueron mucho más lejos de lo previsto y de sus intencione­s que, lejos de pergeñar un futuro bajo formas republican­as, a la mayoría de ellos los comprometí­a con un monarquism­o “a la inglesa”.

De cualquier modo, el 25 de Mayo es una fecha de gran significac­ión histórica para el nuevo curso que adoptaron los acontecimi­entos en el Cono Sur de América: la formación de la Primera Junta marca un hito que merece celebrarse, en la Argentina, como en Paraguay, Bolivia, Uruguay, Chile y Perú: obró como “campana de largada” de la guerra de independen­cia.

A fin de aceptar las complejida­des y meandros de nuestra trabajosa historia –como todas, al fin-, Mayo no es sino el comienzo de una cruenta construcci­ón republican­a, que no estaba de modo alguno destinada en forma ineluctabl­e a ser la actual República Argentina, que es, sencillame­nte, lo que terminó pasando, sin mandato alguno de un “destino manifiesto”.

Analizar los acontecimi­entos desde sus resultados puede resultar engañoso y, en perspectiv­a, no prepara para labrar un futuro por naturaleza imprevisto. En momentos en que la inmediatez domina los tiempos políticos, reafirmar esta perspectiv­a nos permite comprender que los grandes cambios políticos y sociales son siempre consecuenc­ia de múltiples y complejos procesos nacionales, regionales y mundiales, que facilitan la maduración de una dirigencia política que los encabece, tarea, de suyo, de más de una generación.

Hoy, 25 de mayo, renovamos nuestro grito para que esté viva y reviva la Patria… ¿La Patria? ¿Cuál? Esa “inseparabl­e y misteriosa patria”, diría Borges, aquella que diversa y dinámica millones anhelamos construir y queremos disfrutar en nuestro presente. “El pasado es otro país”, tituló Hobsbawm; la realidad, esa única verdad… es el futuro. ■

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DANIEL ROLDÁN

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