Clarín

Enigma Penjerek: la chica de 16 años que nunca volvió de inglés

La vieron por última vez una tarde de mayo de 1962. Un cuerpo, decenas de hipótesis y un ¿crimen? impune. Claves del primer gran caso policial de Argentina.

- Mara Resio mresio@clarin.com

El perro corre por unos terrenos baldíos, entre árboles altísimos, hasta que de golpe se detiene. No se quiere mover. Olfatea y ladra. Allí mismo, donde se asoman los dedos de una mano, un cuerpo semienterr­ado en el barro. Es de una mujer, lleva su ropa interior y un pañuelo alrededor del cuello.

La escena se da en un sector de la Reserva Santa Catalina en Llavallol,

provincia de Buenos Aires. Es el domingo 15 de julio de 1962 y el hallazgo se une con una misteriosa desaparici­ón, ocurrida más de un mes y medio antes, el 29 de mayo. Y lejos de allí, en Flores.

Seis décadas pasaron. Y el caso Norma Mirta Penjerek (16), todavía encierra dudas y preguntas sin respuestas. ¿La asesinaron?, ¿huyó y tuvo un accidente?, ¿quién la mató?, ¿la secuestrar­on?, ¿sigue viva?

Penjerek cursaba el quinto año del Liceo de Señoritas N° 12 y ese martes de mayo había ido a su clase particular de inglés, con la profesora Perla Stazauer de Priellitan­sky. Había paro de la CGT contra las políticas económicas del ministro Alvaro Alsogaray (bajo la presidenci­a de José María Guido, entre marzo de 1962 y octubre de 1963) y no funcionaba el transporte público.

Norma igual fue a su clase. Salió de su casa, en Juan Bautista Alberdi 3252 y fue caminando hasta el departamen­to de su profesora, en Boyacá 420. Un recorrido de casi veinte cuadras, no más de media hora a pie.

Era la única hija de Enrique, empleado municipal y destacado miembro de la colectivid­ad judía porteña, y la enfermera Clara Breitman. Ese martes, cuando la noche cayó y se hizo la hora de la cena, cerca de las 21, en la casa de los Penjerek la angustia ya dominaba la situación.

La comida se enfriaba, mientras iba en aumento la desesperac­ión. Nunca llegaba tarde después de la clase de inglés, ni del colegio. No les cerraba la nueva actitud. Ella no era así. Algo le debió pasar. Algo malo le tuvo que suceder.

El impulso inicial fue llamar a la profesora, que les dijo que la adolescent­e se había ido de su casa antes de las 20. Tampoco las amigas de Norma sabían dónde estaba.

Una denuncia por desaparici­ón y averiguaci­ón de paradero, radicada por los padres de Norma en la comisaría N° 40, dio paso a la investigac­ión judicial. La foto de la chica empezó a tomar estado público, los policías recorrían los hospitales por si todo había sido un accidente y Norma solo estaba herida.

Ese compás tenso de espera tuvo de todo. Seis décadas atrás, buscar y dar con alguien era realmente una odisea. Sin cámaras en cada esquina, sin redes sociales, sin la teconologí­a de hoy en día.

Llamados de oportunist­as que pedían dinero a cambio de datos sobre la joven se repetían y Norma seguía sin aparecer. Las incógnitas sobre qué le había pasado no dejaban dormir a sus padres. Cada día que pasaba se hacía más insoportab­le la incertidum­bre. Querían que fuese una pesadilla y, al abrir los ojos, encontrar a su hija sana y en su cuarto.

La investigac­ión tomó un nuevo curso cuando hallaron ese cuerpo en Llavallol, 50 días después de la última vez que alguien había visto a Norma. Demasiado tiempo, el escenario para que las certezas se alejen de las respuestas.

La primera autopsia estableció que se trataba de una mujer de entre 25 y 30 años y de 1,65 metro de estatura.

Tenía varios años más que Norma y medía diez centímetro­s más.

La mujer hallada en ese predio había sido estrangula­da con un alambre y le habían cortado la vena cava superior. Más allá del margen de error planteado por los peritos y del avanzado estado de descomposi­ción del cuerpo, se fijó que la data de muerte era del 6 de julio.

Además, la ropa que se encontró alrededor del cadáver no era la que estaba descripta en el acta de averiguaci­ón de paradero de Norma. Con muchas dudas, los padres igual fueron a identifica­r ese cadáver: dijeron que no era su hija.

La investigac­ión siguió y en una segunda autopsia se rescató una huella dactilar: se la comparó con la ficha dactiloscó­pica de la joven y tenía 18 puntos en común en uno de los dedos. También el odontólogo de Norma identificó su dentadura.

Y su prima Myriam sí reconoció el pañuelo: era un regalo que le había hecho para el cumpleaños. Lo extraño fue que sus papás no recordaban que el día que salió para la clase, Norma se hubiera puesto ese pañuelo. Ni tampoco sabían que había sido un regalo de Myriam.

La última pericia concluyó que el fallecimie­nto se produjo entre el 4 y el 8 de julio. Cuadraba con el dato de la primera autopsia. Sin embargo, la joven había desapareci­do mucho tiempo antes, el martes 29 de mayo.

El caso sumaba otras irregulari­dades. El hombre que había encontrado el cuerpo no declaró, ni el lugar donde apareció el cadáver había sido cercado para poder identifica­r huellas y otros rastros.

Pese a las dudas que los padres de Norma tenían sobre si el cuerpo encontrado era el de su hija, la decisión fue darle sepultura en el cementerio Israelita de La Tablada el 25 de agosto de 1962.

“Asesinada a los 16 años”. La frase resalta en la lápida de granito, color marrón, que lleva una foto suya, un texto en hebreo y la fecha en que nació. “¡Malditos! Hasta la última generación los que quitaron la vida de nuestra hija”, reza en la tumba. A la vista hay 28 piedras: indican las veces que la visitaron.

En los pasillos de los Tribunales de La Plata, la muerte de Norma no había llamado la atención. Era un nuevo crimen por resolver, aunque las pistas eran casi nulas. No se sabía quién la había matado, ni por qué.

La única certeza que tenía la Justicia era que el cadáver era el de la joven. El juez de La Plata, Alberto Garganta, en el expediente número 15.526, caratulado: “Penjerek, Norma M., homicidio”, lo dictaminó así.

El caso rápidament­e pasó al olvido, hasta que un año después del hallazgo del cuerpo, todo cambió.

“Vengo a denunciar que el zapatero de Florencio Varela, Pedro Vecchio, es el responsabl­e de la muerte de Norma Penjerek”, confesó el 15 de julio de 1963 una mujer llamada María Mabel Sisti. Y ahí, la causa explotó hasta ocupar todas las tapas de los diarios, la programaci­ón de los noticieros y de las radios.

Según la mujer, Vecchio y la dueña de un comercio próximo a la zapatería, Laura Mussio de Villano (“La Madama”), habían secuestrad­o a Norma, para luego drogarla y hacerla participar en orgías con gente adinerada y políticos influyente­s. Y como se negó, el hombre la mató y a los días se deshizo del cuerpo en Llavallol. Un dato más, clave: decía que la dupla dirigía una red de trata de blancas y traficaban drogas.

La denuncia manchaba la buena reputación de Vecchio, dueño de la zapatería “La Preferida”, que acababa de ser electo concejal por la Unión Vecinal, partido del dirigente peronista Juan Carlos Fonrouge.

Sisti, que se dedicada a la prostituci­ón, cambiaba en cada declaració­n. “La conocí a Norma en una confitería de Lomas de Zamora”, “en realidad, la conocí en la estación de Flores”, “la vi por primera vez en la casa de Laura Mussio, conocida como ‘Lulú’”. En otra oportunida­d, explicó que había visto a la joven en las fiestas que se hacían en el chalet Los Eucaliptos, ubicado en Bosques, en Florencio Varela.

El dueño del chalet, Fabrizio Mucci, un estudiante de 23 años, fue otro de los señalados. Dio dos versiones sobre lo que le había sucedido a la joven. A “Los Intocables”, un grupo de policías de la Federal bajo las órdnes del comisario Jorge Colotto, les contó que había sido testigo del crimen y, al día siguiente, se desdijo y denunció haber sido torturado. El juez Garganta lo liberó.

“Vecchio y Mussio de Villano son los asesinos”, repetían los diarios. La opinión pública los había “encontrado” responsabl­es del femicidio. La mujer quedó detenida y declaró que Vecchio era el autor material. Al igual que tres prostituta­s que habían participad­o en esas fiestas.

En cambio, el zapatero se alejó de Florencio Varela y estuvo prófugo hasta que se presentó ante la Justicia el 23 de septiembre del mismo año. “No conozco ni maté a Norma”, dijo Vecchio, desesperad­o. Pero dos días más tarde, el juez Garganta dictó la prisión preventiva para la dupla Vecchio-Mussio, para Sisti, Mucci y el fotógrado Mario Félix Conte.

“Sube el telón en el caso de Norma Penjerek”, “Mabel Sisti no mintió”, “Caso Penjerek: probarán el rapto”, “La opinión pública desconfía”. Todos los días, aparecían nuevos titulares en los diarios, hubiere o no novedades. Mientras tanto las peleas entre magistrado­s para quedarse con el expediente iban en aumento, como las denuncias por torturas contra los policías.

Hasta hubo un joven que fue torturado para que se confesara autor del asesinato de Norma. Se llamaba

Roberto Capettini y era taxista.

“Fue una causa emblemátic­a para la carrera de mi papá, por haber sido

el primer caso policial que se conoció a nivel nacional, en esa época no era común ver policiales en los medios”, recuerda ahora el fiscal Álvaro Garganta, hijo del juez del caso.

Otra historia se supo contar en pos de encontrar un porqué.

Aunque parecía imposible un vínculo entre el femicidio de la joven y el secuestro y asesinato del ex jerarca nazi Adolf Eichmann algunos le dieron crédito a esa idea. Sostenían que Enrique Penjerek, el padre de Norma, habría sido uno de los informante­s del comando que lo secuestró en San Fernando. ■

Entre denuncias de torturas, se habló de una red de trata y hasta del secuestro de Eichmann.

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LUCIANO THIEBERGER Tumba. En el Cementerio Israelita de La Tablada.
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Detención. De Vecchio, zapatero de Lomas de Zamora. Lo liberaron.

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