Una generación que asoma a pesar de las adversidades
Dicen que las limitaciones y las dificultades fortalecen y que incluso permiten desarrollar habilidades que en la abundancia hubiesen quedado dormidas u ocultas. El tenis argentino puede perfectamente ser utilizado como una clara y muy válida prueba para sostener esta teoría. Es que los jugadores de estas tierras son marinos expertos en navegar en mares embravecidos, con vientos que no siempre soplan a favor. Y no solo evitan naufragios, sino que se las ingenian para llegar a tierra firme y ser noticia. Como sucede en Roland Garros.
Nada debe ser adjudicado a la suerte o a la casualidad. La razón que le dio este ADN tan fuerte al tenis argentino tiene un nombre propio: Guillermo Vilas. Con su logros y la forma en que construyó su carrera, nos permitió tener el tenis a mano y agarrar una raqueta cuando en aquel momento era un deporte para pocos. Nos enseñó la dedicación al trabajo, a la superación, a nunca darnos por vencidos. Y ese ADN sigue firme y en evolución. Porque no todos jugamos a su manera, pero sí hemos mantenido muy firmes sus convicciones y su capacidad incansable de crecer y mejorar. Siempre.
La Legión nos volvió a poner en lo más alto del tenis internacional. Fue una columna muy fuerte y necesaria que construyó la plataforma que les dio el pase a Juan Martín Del Potro y Diego Schwartzman, quienes pudieron sostener al tenis argentino en lo más alto en los últimos años. Con características distintas, volvieron a mostrar esa esencia, esa identidad. Y ahora les toca a los que nos permiten en este Roland Garros recordar esos años de gloria.
Argentina colocó a 11 tenistas en el cuadro principal de individuales -otros tres en dobles-, volviendo a cifras de participación similares a los tiempos de abundancia de la Legión. Pero no se trata de la cantidad sino también de la calidad. Tienen características diferentes, pero comparten ese sello, esa marca registrada que es el tenis argentino. Son los hermanos Cerúndolo, Báez, Ugo Carabelli, Etcheverry, Tirante y Rodríguez Taverna, entre otros.
Con experiencias distintas, pero todos superando adversidades y limitaciones que tienen que ver con los vaivenes de la economía y las dificultades para viajar por el mundo, hasta para elegir el mejor entrenador, más allá de la reconocida calidad de los argentinos. Vale recordar todo lo que atravesó Pedro Cachín para estar disfrutando recién a los 27 años de uno de los mejores momentos de su carrera.
Es un momento para celebrar, porque el tenis argentino demostró por enésima vez que se las ingenia para no naufragar a pesar de que el viento casi siempre sopla en la dirección contraria. Porque cuando sopla a favor y cuando el contexto ayuda, por circunstancias económicas o como producto de la visión y la fortuna de poner en marcha el circuito Dove Men Care con Challengers en ciudades de Sudamérica, los más jóvenes tienen la posibilidad de competir, crecer y consolidarse cerca de casa, y de continuar el proceso de desarrollo que muchas veces queda trunco por factores externos al juego.
La fe siempre ha sido muchísimo más grande que los problemas. Y es por eso que Argentina puede celebrar por la cantidad y por la calidad de los jugadores que asoman. Decía Henry Ford: “Cuando sientas que todo está en tu contra, recordá que el avión siempre despega con viento en contra”. Y tenía razón.