Clarín

Sabiduría popular: el que no arriesga no gana

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

La palabra “vieja” fue ele eje de un debate que mantuve con la autora: nos gustaba que figure en esta nota, destacarla. No porque a los 50 se sea viejo, claro. En verdad, a ninguna edad se lo es si uno está con ganas -y posibilida­desde seguir disfrutand­o. Pero la queríamos subrayar porque el lenguaje correcto políticame­nte la evita pero eso no impide que mucha gente la piense. No se dice; se asume sin embargo como verdadera. Quizás ese desfase sea una de las tragedias contemporá­neas: creer que las palabras dichas agreden, que las pensadas, no. Aunque permanezca­n ocultas, perfilan nuestras actitudes, no son neutras.

La razón última por la que quisimos marcar la palabra “vieja” fue por esa sensación que nos embarga a menudo: a tal edad ya no se hace camino al andar. Debieras haberlo emprendido antes, no ahora. Se olvidan de que si la cabeza y el cuerpo lo permiten -y las fronteras cada vez se corren más- nunca es tarde. Recuerdo una vez que la Universida­d de Rosario hizo una publicidad con cursos extracurri­culares diciendo que hasta “los 80 podés seguir estudiando”, o algo similar. Mi papá, que ya había pasado los 80, pero estaba impecable, se ofendió: ¿acaso él quedaba afuera? No lo sé, pero intuyo que el texto lo hizo algún estudiante de publicidad de veintipoco­s para quien los 80 implicaban una lejanía existencia­l inabarcabl­e. Me gustó esa actitud de mi papá, tenía razón. También recuercon do otras cosas que hizo pasados los 80, cuando ya trabajaba menos. Por ejemplo, un voluntaria­do de lectura para estudiante­s no videntes.

Además del placer que produce el cambio y de la adrenalina de algo que nos era desconocid­o, hay otra cualidad importante que se asocia a los nuevos caminos que se inician no tan joven. Cuando uno está construyen­do su carrera profesiona­l, quizás no encuentre el tiempo para algo más. Y si lo encuentra, duda: a los treinta y pico o a los cuarenta y algo es posible que la manutenció­n de los hijos ocupe un lugar central en nuestras decisiones. Ya con otra edad, apostamos sólo nuestros propios días, no los de quienes queremos y debemos cobijar. En ese sentido, la madurez da cierta ventaja.

Animarse. No tener miedo. Y una sugerencia: probá, hay menos riesgo del que imaginás.

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