Clarín

El abrigo de Leonardo

- Diana Baccaro dbaccaro@clarin.com

Hay que atravesar campos de frambuesas, moras y cerezas para llegar desde la ciudad de Orleans hasta el palacio de Chambord, a orillas del río Loria. Hasta allí había llegado justamente Leonardo Da Vinci montado en una mula para inspirar la creación de ese castillo, el más grande y original jamás construido en Francia. Hasta allí había llegado el sabio desde Roma, a los 63 años, cruzando los Alpes con un viejo abrigo de paño negro sobre la espalda y algunas de sus obras en las alforjas, entre ellas La Gioconda. Lo había mandado llamar el rey Francisco I, quien le ofreció 700 escudos de oro al año a cambio de sentarse a hablar con él. Le otorgó también un castillo, el Clos Lucé (cerca de la ciudad medieval de Amboise), para que viviera junto a su cocinera Marthurine, que le servía los más sabrosos caldos de verdura frente a la chimenea siempre humeante. Con su llegada, el rey pretendía refinar a la corte francesa y elevar sus conocimien­tos. También esperaba luego la llegada de otros artistas del Renacimien­to italiano. Leonardo fue el encargado de abrir esa puerta. Al morir dejó bocetos de los mejores castillos del Valle del Loira, una ruta de 300 kilómetros que arranca en el Chambord, con todas sus torres y agujas que se dejan ver desde los viñedos y campos de espárragos. Es una obra maestra de 365 chimeneas.

...Y sin embargo el viejo sabio no cambiaría la simpleza de la suya, de hierro y piedra, donde todas las noches Marthurine le alcanzaba su sopa caliente. Antes de cerrar sus ojos para siempre, envuelto en aquel aroma a hierbas, le dejó a su cocinera su objeto más querido: el abrigo negro con el que cruzó los Alpes.

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