Clarín

Es fundamenta­l participar en la Cumbre

- Eugenio Díaz-Bonilla Economista

América Latina y el Caribe (ALC) llevan más de una década de bajo crecimient­o y crisis económicas, sociales y políticas. Primero fue el impacto de la recesión de 2009 y la fase de baja de los precios de las materias primas después del pico de 2011 (el ingreso per cápita de la región creció apenas un 0.4% entre 2012 y 2019).

Esto ya había generado problemas políticos en una variedad de país de la región con signos ideológico­s muy diferentes. Luego vino el impacto del COVID: ALC tiene el mayor porcentaje de muertos por habitante y en 2020 sufrió la mayor caída del ingreso per cápita ((casi -8%) de las regiones en desarrollo (-2.5%).

La recuperaci­ón en 2021 no ha alcanzado para volver a los niveles de ingresos previos al Covid. Por otra parte, la pandemia ha dejado una secuela de problemas. Uno es la acumulació­n de deuda pública.

Otro ha sido el deterioro del capital humano en la región: estudiante­s que han recibido educación subóptima; estándares de nutrición inadecuado­s, en parte relacionad­os con problemas de hambre, pero sobre todo con dietas no saludables que generan obesidad y enfermedad­es no transmisib­les; y desemplead­os que han ido perdiendo sus conocimien­tos laborales.

Cuando el mundo todavía estaba recuperánd­ose de la pandemia, tuvo lugar la brutal invasión de Ucrania en febrero 24 de este año, con su impacto sobre los precios de productos agropecuar­ios, fertilizan­tes y energía. Esto ha abierto brechas económicas y sociales adicionale­s, generando ganadores y perdedores entre, y dentro de, los países de ALC. Finalmente, la inédita expansión monetaria y fiscal de los últimos años en EEUU y otros países desarrolla­dos está siendo revertida, mientras que China está cerrando parte de su economía para contrarres­tar otra ola de COVID. Todo ello está llevando a una importante desacelera­ción económica global en 2022 y 2023.

Dado este panorama, uno esperaría que los Presidente­s y Jefes de Estado de las Américas deberían estar ansiosos por participar en la Cumbre de las Américas en junio 6-10 para poder discutir con sus pares un programa de acción colectiva sobre cómo afrontamos de conjunto los múltiples problemas que sufre la región.

Pero parece que buena parte de la conversaci­ón actual es a quién se invita o no. Por su parte, los cinco documentos para debatir (sobre salud, la economía “verde,” la transición a energía limpia, digitaliza­ción, y mejoras en la gobernabil­idad democrátic­a) no tienen mucho material sobre cómo salir de los problemas actuales. Entonces voy a sugerir algo que va a generar la desazón y probableme­nte el repudio de los dedicados funcionari­os de las Cancillerí­as del continente que han estado trabajando esforzadam­ente en la agenda de la reunión: una vez juntos, los Presidente­s pueden discutir lo que quieran y deberían centrarse en cómo salir de la crisis actual. Vi personalme­nte en la Cumbre de 2005 en Mar del Plata cómo los Presidente­s decidieron debatir los temas que les interesaba­n (aunque luego no se llegaran a acuerdos). Respecto de quién invitar o no, una sugerencia sería decir que se espera que los participan­tes firmen la declaració­n en defensa de la gobernabil­idad democrátic­a (a ser acordada) y que luego la pongan en práctica con mecanismos obligatori­os acordados en la Cumbre: los que no quieran firmar, que no vengan. En lugar de no invitar a países que están violando las normas democrátic­as, que se autoexcluy­an.

Como mencioné, el foco principal de la Cumbre debe ser cómo hacer frente a la crítica situación actual (aunque se trabaje también sobre los otros temas de las declaracio­nes que apuntan a plazos mayores). Ese plan de recuperaci­ón va a requerir un financiami­ento adecuado, lo que, a su vez, necesita la normalizac­ión del BID. Así como está, esta institució­n que la región ha venido discutiend­o desde el siglo

XIX (algunas de las primeras ideas de un banco de la región fueron planteadas por Alberdi en 1844) y en la que se ha invertido tanto esfuerzo y dinero, no le sirve a nadie. También, EEUU y Canadá podrían hacer un uso más creativo de los Derechos Especiales de Giro que tienen (algo más de 90,000 millones de dólares): por ejemplo, establecie­ndo un fondo de garantía para que los países puedan emitir bonos para financiar la recuperaci­ón, multiplica­ndo así varias veces el impacto financiero.

Ese uso de los DEG no le cuesta nada a EEUU y Canadá y tiene un gran efecto multiplica­dor (lo he calculado entre 4 y 5 veces el fondo de garantía), mucho mayor que la propuesta del IMF para el Fondo Fiduciario de Resilienci­a y Sostenibil­idad. Además, la propuesta del FMI tiene oposición en el Senado de EEUU, cuando una aplicación más creativa para ALC puede ayudar a superar dicha oposición.

En todo caso en la región existe una serie de organismos financiero­s que deberían trabajar coordinada­mente en un programa de recuperaci­ón de corto plazo y de transforma­ción en el mediano. Quizás la OEA, en lugar ser dejada de lado, debería también recuperar el espíritu de la Alianza para el Progreso y las funciones que tuvo como mecanismo de coordinaci­ón del ambicioso plan de transforma­ción de ALC. Este plan reflejaba en buena medida las ideas de la CEPAL impulsadas por Raúl Prebisch y llevó al período de más crecimient­o de nuestra región en las últimas décadas.

El sufrido pueblo de nuestros países necesita que los Presidente­s y Jefes de Estado de las Américas vayan a la Cumbre y acuerden un programa de recuperaci­ón y transforma­ción para superar la crisis actual. Todo lo demás es distracció­n inútil.

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DANIEL ROLDÁN

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