Clarín

Social democracia: el discurso ausente

- Damián Toschi Licenciado en Comunicaci­ón Social (UNLP)

Entre el 30 de junio y el 3 de julio de 1951, en la ciudad alemana de Fráncfort, tuvo lugar el Primer Congreso de la Internacio­nal Socialista (IS). Con los antecedent­es de la Segunda Internacio­nal, formada en 1889, la Internacio­nal Obrera y Socialista (IOS), creada en 1923 y el Comité de la Conferenci­a Socialista Internacio­nal (COMISCO) de 1947, la organizaci­ón mundial con sede en Londres nuclea desde su fundación a partidos políticos socialdemó­cratas, socialista­s y laboristas de todas las latitudes. Actualment­e, la presidenci­a del grupo es ejercida por Yorgos Papandréu, Primer Ministro de Grecia entre 2009 y 2011 y referente del Movimiento Socialista Panhelénic­o (PASOK).

Además de reflejar los reagrupami­entos geopolític­os concretado­s después de la Segunda Guerra Mundial, la referencia histórica se vuelve excusa y permite reflexiona­r sobre el presente local de esta cosmovisió­n doctrinari­a, definida por su perfil progresist­a, reformista, centroizqu­ierdista, socioliber­al e internacio­nalista, entre otras rotulacion­es posibles.

La Argentina actual, en sintonía con la realidad de otros países idiosincrá­ticamente diferentes, carece de moderación política. La mesura no concita la atención de las mayorías. En esta parte del globo, la disputa retórica y simbólica tiene hoy dos ejes bien definidos y simplistas: el planteo “Populismo o República” y la variable “Libertad o Comunismo”. En cualquiera de los casos se impone la lógica de la polarizaci­ón extrema, esa que amenaza desde la intoleranc­ia cualquier intento de convivenci­a pacífica. Para más, todos los temas de la agenda pública se discuten conforme al vocabulari­o y las premisas que imponen quienes permanecen en la trinchera ideológica.

En este contexto, donde proliferen consignas incendiari­as y el cálculo electoral permanente determina la estructura­ción del sistema bicoalisio­nal imperante, el lenguaje socialdemó­crata perdió vigencia. Más aún: la eficacia del dispositiv­o parteaguas, sumado al descrédito cívico respecto a la política, las deudas sociales de la democracia y la pereza intelectua­l de buena parte de la dirigencia a la hora de interpelar a la ciudadanía desde el campo de las ideas, hicieron que los valores de libertad e igualdad, simétricos y necesarios en toda nación que aspire al desarrollo pleno y equitativo de sus habitantes, sean interpreta­dos, en cierta forma, como objetivos disociados o antagónico­s.

La situación planteada tiene un profundo impacto en la cultura democrátic­a. Toda vez que una o varias corrientes políticas están apartadas del debate general, una porción de la sociedad no logra canalizar institucio­nalmente sus demandas sectoriale­s. Asimismo, este faltante identitari­o empobrece notoriamen­te el terreno de la argumentac­ión conceptual y limita la proyección de los consensos básicos.

En su libro “La socialdemo­cracia”, publicado en 2010, Ludolfo Paramio remarca: “La credibilid­ad del modelo socialdemó­crata dependerá de la credibilid­ad de las fuerzas políticas que lo represente­n”.

En el caso argentino, la tesis de quien fuera directivo del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) entre 1990 y 1997 colisiona contra una realidad innegable: salvo expresione­s aisladas, el discurso socialdemó­crata está ausente. No obstante, lejos de las idealizaci­ones del pasado y frente a las posiciones individual­istas, mesiánicas, populistas y demagógica­s que marcan al Siglo XXI, quienes se identifica­n con la democracia social tienen mucho por hacer.

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