Clarín

Discrimina­do por el Jockey Club por no llevar corbata: una tarde insólita

- Maximilian­o Kronenberg

Nueve de la mañana. Para este periodista, era hora de levantarse. Los cuatro grados de temperatur­a (0,6 de sensación térmica) eran todo un desafío. Una subasta de cuadros en el Jockey Club de Buenos Aires, en avenida Alvear 1345, Recoleta, era la primera cobertura de la semana. Había que estar vestido con saco, pantalón y zapatos, me habían informado. Hasta aquí, todo común y corriente. Sin embargo, lo que parecía una simple cobertura, comenzó a desdibujar­se rápidament­e hacia el mediodía.

“¿Nombre y apellido?”, preguntó Gastón, el portero del Jockey Club. Comprobó que yo figuraba en la lista. Por eso hizo un tilde al lado de mi nombre. Pero me dijo: “Tenés un jean. No creo que te dejen pasar, averiguo”. “Soy periodista, vengo a cubrir el evento”, respondí.

Gastón se fue de su lugar. Jamás en mi vida me dijeron algo así, que mi vestimenta no era acorde. Tenía un saco negro, un jean oscuro al tono, un sweater de hilo negro, una bufanda por el frío y un par de botas. Pasó el tiempo. De repente, apareció Alba, coordinado­ra general de la Fundación Responsabi­lidad Intelectua­l (FRI), y me dijo: “Mirá, no sé si vas a poder pasar, tenés un jean. Acá hay que venir de otra manera, pero vamos a hacer una excepción. A las 12 te paso a buscar y vos quedate sentado, no hagas nada, no te muevas de ahí”, como si estuviera en penitencia. Después de varias deliberaci­ones, me deotra jaron pasar al recinto para presenciar la subasta. En 10 minutos, Alba se acercó. “Mirá, te tenés que ir. Me llamaron de la Gerencia General. No podés estar así en este lugar”, dijo, titubeante.

Mi cara lo decía todo. Pasé la vergüenza de mi vida delante de todos. No podía entender cómo me sacaban de la sala. Según ellos, había vulnerado las reglas. Me sentí como si fuera un delincuent­e.

En el Jockey Club, el protocolo es estricto. Aquí valen más las normas centenaria­s que el sentido común. Los socios sí o sí tienen que estar vestidos de saco, camisa, corbata, pantalón y zapatos. Tampoco se aceptan mujeres. Algunas ingresaron por su relación con otros miembros, pero fue sacada del lugar por usar un jean. Un lugar exclusivo, para gente como uno o para unos pocos.

Fue tal el escándalo que hasta el propio Cuttica se enojó. Una vez en el hall, el pintor me dio dinero para comprarme la ropa “permitida” para cubrir la subasta. Poco después, le devolví el dinero. Estaba bien vestido, así me lo dijeron quienes fueron testigos de semejante acto de discrimina­ción, también algunos socios del club y los empleados que me echaron. Pero el protocolo es el protocolo y hay que cumplirlo como sea. Con esa vergüenza propia y mucho más ajena, me fui. Más tarde, volví al Jockey Club. Pedí hablar con el gerente. “Está ocupado en una reunión”, me respondier­on, tajantes. Primero era la ropa. Después, agregaron, que aunque estuviera de gala tampoco era suficiente: había que tener ART para estar dentro del club del protocolo.

Se hicieron “miles de eventos privados y los organizado­res le dicen al periodismo cómo tienen que estar vestidos”, argumentar­on. Pero a mí nunca me dijeron que debo cubrir una nota vestido de gala. Luego, vino una charla con Cuttica en el Palacio Duhau. “Te agradezco, Maxi, por todo lo que soportaste hoy. Te considero un caballero del periodismo, el hecho de haber resistido un ninguneo horrible que te hicieron, habla de tu caballeros­idad”.

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