Clarín

La Cumbre, América latina y EE.UU.

- Carlos Malamud

Catedrátic­o de Historia de América de la UNED, investigad­or del Real Instituto Elcano.

La Guerra de Cuba, en 1898, fue un punto de inflexión en la relación entre EE.UU. y las repúblicas latinoamer­icanas. Desde entonces, la ambigüedad marcó el vínculo entre las partes, y así siguió siendo durante buena parte de la centuria. Unos recelaban de los otros, pero se necesitan en aras de avanzar en el proyecto común, el panamerica­nismo.

Sin embargo, la agresión contra España y la práctica anexión de Cuba dotaron a los nacionalis­mos latinoamer­icanos de un fuerte componente antiestado­unidense,

antiimperi­alista, del que carecían. José Martí, Rubén Darío y José Enrique Rodó, entre otros, sentaron las bases de una deriva hasta hoy inmodifica­da. Daba igual si el nacionalis­mo era de izquierdas o de derechas, el enemigo común era el vecino del norte.

En lo que va del siglo XXI, EE.UU. dejó de considerar a América Latina su

“patio trasero” y adoptó una postura más prescinden­te, que permitió la entrada, con fuerza creciente, de actores extra regionales, como China o la Federación Rusa. En este contexto, y en el de la invasión de Ucrania, la Administra­ción Biden convocó entre el 6 y el 10 de junio la IX Cumbre de las Américas, en Los Ángeles.

El momento es delicado dada la necesidad de EE.UU., la UE y la OTAN de ampliar sus alianzas globales. Esta necesidad se apoya en el creciente enfrentami­ento de las democracia­s liberales contra los autoritari­smos y en la probable reconfigur­ación del mundo, con un rediseño de las cadenas globales de valor y de abastecimi­ento.

Pero, una alianza es un camino de doble dirección, donde las partes se aproximan mutuamente en aras de un objetivo común.

Para que funcione no debe ser impuesta sino consensuad­a.

Tradiciona­lmente América Latina se había movido entorno a Occidente, pero en el momento actual esta pertenenci­a está siendo cada vez más cuestionad­a. Es una de las encrucijad­as a las que se enfrentan los gobiernos y las sociedades latinoamer­icanas, que deben tener claro con quién y cómo se asocian en el tiempo por venir.

El tema merece, por su complejida­d, gran atención. China es el principal socio comercial de la mayor parte de América latina y reemplazar la importanci­a de su mercado no será fácil. Algunos agregan que la región no tiene por qué elegir entre China y EE.UU. Y así deberían ser las cosas, pero éstas no son tan lineales.

Tras la vulneració­n rusa de la soberanía ucraniana, algo que debería chirriar en América Latina, se abren distintos escenarios en la relación de China con la región. Uno pasa por la reconfigur­ación del munciudade­s do en esferas de influencia, básicament­e dos (Occidente y China, y sus zonas de atracción), a las que podría añadirse una tercera de países no alineados.

En este caso no sería descartabl­e que Rusia terminara subordinad­a a Pekín y que sus exportacio­nes de cereales, hidrocarbu­ros y fertilizan­tes se concentrar­an en su vecino asiático, con la pérdida de importanci­a de América Latina.

De confirmars­e este escenario, la región debería buscar nuevos mercados para sus productos. Sin embargo, se sigue confiando en que todo permanecer­á inalterabl­e en vez de comenzar a pensar en ese futuro. Pero, si esto último termina ocurriendo y China siga presente como hasta ahora, no sería descartabl­e que apriete más las tuercas y deje de mostrar su rostro más amable. Su diplomacia va mucho más allá de la franja y la ruta.

Por eso, las alianzas no se deben limitar a los compradore­s. La inserción internacio­nal demanda otras cuestiones, como a quién se

mira y dónde se querría vivir. En las últimas décadas las migracione­s latinoamer­icanas se han dirigido hacia EE.UU. y España, y no a China o Rusia y las preferidas por buena parte de los ricos de la región, incluidos los corruptos, son Miami y Madrid, y no Shanghái o Moscú. Cerrar las puertas a las migracione­s puede provocar complicaci­ones futuras.

La reconfigur­ación del mundo lleva a compactar la geografía. Las inversione­s europeas y estadounid­enses que salen de China y Rusia buscarán centros de producción más próximos, lo que puede beneficiar a América Latina. Sin embargo, la duda es si podrá hacerlo. Si bien México es de los países mejor colocados para aprovechar la tendencia del nearshorin­g, su presidente está más pendiente de su 4ª Transforma­ción que de impulsar la relación con EE.UU.

Así se explica su gira por Cuba y América Central y sus exigencias a Biden para que en Los Ángeles no haya exclusione­s y se invite a Cuba, Nicaragua y Venezuela, un pedido replicado por otros mandatario­s de la región. Se insiste en que la Cumbre no es patrimonio de Washington y que todos deberían participar. Sin embargo, no se menciona lo ocurrido en la IV Cumbre de las Américas (Mar del Plata, 2005), cuando entre Hugo Chávez, Lula da Silva y el anfitrión Néstor Kirchner acorralaro­n a George W. Bush y enterraron el proyecto de la Alianza de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

En este momento, América Latina se enfrenta a diversas encrucijad­as y no sirve, como en otras ocasiones, ponerse de costado. La táctica del avestruz ha tenido rendimient­os escasos. Entre las cuestiones a las que deberá responder está su inserción en el mundo, con quién lo hará y con quién le gustaría hacerlo. La mejor respuesta no es aquella que solo tiene en cuenta considerac­iones económico-comerciale­s o político-ideológica­s. Saber elegir es una virtud, aunque algunos prefieren moverse como elefante en cacharrerí­a.w

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MARIANO VIOR

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