Clarín

Burocracia y literatura

- Débora Campos decampos@clarin.com

Paseaba aquel día el poeta y dramaturgo Ulyses Petit de Murat por Londres, cuando en Charing Cross se topó con un material extraordin­ario: “En una vieja colección de revistas dedicadas al fuero criminal, encontré la letra viva, día por día, de ese proceso (por homosexual­idad contra el dramaturgo inglés Oscar Wilde)”, anotó en la “Presentaci­ón” de Los procesos de Oscar Wilde, la traducción al castellano de aquellas actas publicada en 1967 y reeditada ahora por Lumen.

Dicen que el periodismo escribe la primera versión de la historia. Algo parecido podría caberle a las actas de algunos procesos judiciales. Es por eso que, en Francia, desde hace algunos años se graban aquellos juicios considerad­os relevantes. Tal vez, en un futuro, esos videos sean la materia de obras memorables.

Es lo que pasó cuando en 1976 el magistral historiado­r italiano Carlo Ginzburg dio con las actas del juicio al que fue sometido en el siglo XVI un molinero apodado Menocchio, por apartarse en sus creencias de la teocracia imperante. Con aquellos escritos, Ginzburg retrató a ese hombre anónimo en una obra deliciosa (El queso y los gusanos), pero además fundó otra manera de entender la Historia.

Una década antes, Petit de Murat anticipaba ese movimiento con las actas de los tres procesos a los que fue sometido el autor de El retrato de Dorian Gray por homosexual­idad. Wilde fue condenado a dos años de prisión y a la realizació­n de trabajos forzados por encontrárs­elo “culpable de vergonzosa­s indecencia­s”.

Para dar forma a esa condena, además de los testigos convocados, Wilde fue confrontad­o con su obra. Debió explicar una y otra vez que la ficción es ficción. A la lectura de tal o cual párrafo, deliberada­mente elegido para escandaliz­ar al jurado (y a la sociedad victoriana, que seguía las audiencias con fervor), el autor respondía con sarcasmo e inteligenc­ia.

Si Ginzburg retrató la cultura popular del siglo XVI, Petit de Murat capturó la hipocresía de la sociedad victoriana y ahora, su nieta, la escritora Claudia Aboaf, anuda aquel proceso con la cultura de la cancelació­n: “Alertada por sucesos recientes que vivieron dos queridas colegas”, cuenta en el prólogo de la nueva edición.

Refiere a un intento de censura sobre una miniserie y al uso de las novelas de una escritora en el juicio por la tenencia de sus hijos. Hoy. Ahora mismo. En la tercera década del siglo XXI. Actas de ayer, que revelan cuánto atrasa el futuro.w

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