Clarín

Sociedad y Estado en tiempos de crisis

- Adolfo Rubinstein Ex ministro de Salud de la Nación.

Encontrar el equilibrio entre libertad y seguridad es difícil, especialme­nte en tiempos de crisis. Desde el comienzo de la pandemia de Covid-19 los hábitos, costumbres y normas sociales se vieron afectados como nunca antes.

En este período, los gobiernos nacionales de todo el mundo gozaron de amplios poderes para promulgar políticas que, en mayor o menor medida, coartaron las libertades públicas en un esfuerzo por frenar la propagació­n del virus. En muchos casos, estas políticas fueron más allá de los límites institucio­nales que los gobiernos poseen en tiempos normales.

El artículo de Martín Krause “Emergencia­s y poderes de excepción” publicado la semana pasada en Clarín me hizo reflexiona­r sobre estos últimos dos años en función de lo individual, lo colectivo y la salud pública. Al iniciar la pandemia, el desconocim­iento de la biología del SARS-CoV 2 y la epidemiolo­gía de la enfermedad hizo que los gobiernos en cada país, en función de su contexto político e histórico, su cultura y sus valores, aprovechar­an el máximo poder que el Estado les confería para intentar controlar la expansión del virus.

Como era de esperarse, en las democracia­s liberales occidental­es esto fue acompañado por una creciente controvers­ia social, que escaló en el debate público a medida que la pandemia se prolongaba.

Mientras que muchos individuos encontraro­n a la mayoría de estas medidas como propiciato­rias de violacione­s injustific­adas de los derechos básicos y las libertades públicas, otros tantos considerar­on que se trataba de poderes de emergencia justificab­les y razonables otorgados al gobierno en el contexto de una crisis sanitaria desconocid­a e inédita.

Visto en perspectiv­a, a pesar del terrible saldo que este virus le ha cobrado a la humanidad, las epidemias ya no son fuerzas incontrola­bles de la naturaleza. Los éxitos científico­s y tecnológic­os sin precedente­s en estos dos años convirtier­on la epidemia de un desastre “natural” en un dilema político. A lo largo de la historia otras enfermedad­es epidémicas mataron a millones pero nadie esperaba mucho de sus gobernante­s.

Casi la mitad de los europeos murieron durante la primera ola de la Peste Negra en el siglo XIV pero esto no hizo que los reyes y emperadore­s tuvieran que abdicar. En aquellos tiempos las enfermedad­es eran vistas como un designio de Dios, mucho más allá del control de las autoridade­s, por lo que nadie las culpó del fracaso.

Siete siglos después, la humanidad tiene herramient­as científica­s para enfrentar las crisis. La sociedad está más informada, y existen internet y la comunicaci­ón global. Pero junto con el desarrollo de las vacunas, que representa­ron una revolución biotecnoló­gica sin precedente­s, la pandemia de Covid-19 también visibilizó el tremendo poder de la tecnología de la informació­n.

Hoy la vigilancia digital facilita el seguimient­o y la identifica­ción de los vectores del contagio, y la automatiza­ción de la informació­n, los algoritmos e Internet hicieron viables los confinamie­ntos masivos.

Pero esa vigilancia digital, que permite que los gobiernos puedan contener la trasmisión de enfermedad­es infecciosa­s, puede aprovechar­se también con fines partidario­s e ideológico­s, así como promover el uso indebido de los datos personales e invadir la privacidad de los ciudadanos. Si no se establecen límites que impidan el abuso de poder de los gobiernos, esto es un riesgo real y así lo hemos comprobado.

Por eso, en momentos tan críticos como los estamos viviendo, porque, a pesar de nuestra fatiga, la pandemia aún no ha terminado, es fundamenta­l encontrar el delicado equilibrio entre el respeto por las libertades individual­es, la defensa de los derechos colectivos y la protección de la salud pública.

Partiendo del hecho de que la pandemia no puede servir de excusa a los gobiernos para tomar medidas autoritari­as o violatoria­s de los derechos humanos, es importante analizar el uso, y en buena medida abuso, de ciertas medidas sociales y de salud pública controvert­idas en nuestro país y en el mundo. Esto es importante además porque medidas como el aislamient­o obligatori­o, restriccio­nes a la movilidad, transporte, comercio, deporte o actividade­s recreativa­s, han disparado la reacción de minorías sociales muy intensas. Estas minorías lamentable­mente desafían, en nombre de las libertades individual­es, hasta estrategia­s que cuentan con consagrada evidencia científica y empírica para el control de epidemias y la protección de la salud pública, como la vacunación. Ya específica­mente observando la realidad de nuestro país, es importante señalar que toda medida que se supone protectora de la salud pública, debe guardar proporcion­alidad en su implementa­ción.

Un gobierno que ha perdido credibilid­ad, y que ha incurrido en groseras equivocaci­ones, soberbia, falta de empatía y desprecio por la evidencia científica no genera confianza para que supongamos que sólo tenía buenas intencione­s cuando implantó restriccio­nes absurdas como el confinamie­nto de casi 8 meses en 2020 o el cierre de las escuelas en 2020 y la mitad de 2021. Nos quedan aún muchos interrogan­tes y dudas sobre como se definirán los comportami­entos sociales, y cuál será el rol del Estado y de la sociedad civil en las crisis por venir. El empoderami­ento ciudadano es la mejor herramient­a contra la vigilancia totalitari­a y eso es algo que siempre debe defenderse desde las democracia­s liberales. Pero seamos cautos con fogonear falsas disyuntiva­s entre libertades individual­es, derechos colectivos y protección de la salud pública. No son condicione­s mutuamente excluyente­s. Busquemos un sano equilibrio para salir mejores y enfrentar sin polarizaci­ones fútiles, la próxima crisis.■

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DANIEL ROLDÁN

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