Clarín

Lograron mejorar un tratamient­o para chicos con atrofia muscular espinal

Es una investigac­ión de científico­s argentinos en ratones, que llegó a la tapa de la prestigios­a revista Cell.

- Irene Hartmann ihartmann@clarin.com

Hace siete años, familias de chicos con atrofia muscular espinal (AME), una enfermedad neurodegen­erativa hereditari­a que es la principal causa genética de mortalidad infantil, se acercaron a Alberto Kornblihtt. Ese tiempo en que el científico escuchó, pensó, se negó, repensó el asunto y decidió finalmente, involucrar­se, redunda en la novedad presentada ayer en una conferenci­a de prensa en la Facultad de Ciencias Exactas: la prestigios­a revista Cell publicó (en tapa) un estudio preclínico que reveló mejoras en los efectos de un tratamient­o contra la AME llamado Spinraza si se combina con ácido valproico (VPA), una droga ya aprobada para la epilepsia.

“Mejoras en los efectos de un tratamient­o” significa que pacientes de todo el mundo, principalm­ente chicos, podrían tener un mejor pronóstico clínico. Esto si los resultados, por ahora prometedor­es en ratones, lo sean también en humanos.

Nadie lo dudaba ayer en la conferenci­a realizada en el auditorio del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurocienc­ias (IfibyneUBA-Conicet) de Exactas, a la que, además de Kornblihtt, asistieron el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Daniel Filmus; Vanina Sánchez, presidenta de la asociación Familias Atrofia Muscular Espinal (FAME); y, conectada en forma virtual, Ana Franchi, presidenta del Conicet.

“Es como un tsunami”, lanzó, avanzado el encuentro, Vanina Sánchez sobre el diagnóstic­o de AME. “La vida deja de ser lo que uno esperaba para un hijo, para tu familia: es no tener un amigo o compañeros de colegio que pasen por lo mismo. Los papás de los chicos con AME tienden a aislarse. La rutina diaria es totalmente distinta de lo que uno esperaría en una familia típica. La familia es una montaña rusa”, definió.

Según un informe de la Comisión Nacional de Evaluación de Tecnología­s de Salud (Conetec) publicado en 2019, la AME presenta una incidencia mundial de 1 en 6.000 a 10.000 nacimiento­s, y una tasa de portadores de 1 en 35 a 50,4.

Sánchez explicó que la asociación que conduce representa a unas 400 familias de Argentina. Esta atrofia muscular es considerad­a una enfermedad rara, de las llamadas “pocos frecuentes”. En alusión a la esclerosis lateral amiotrófic­a, los médicos le dicen a la AME “la ELA de los chicos”.

Al principio, cuando familiares de chicos con AME se lo propusiero­n, Kornblihtt se negó a participar, contó en la conferenci­a: “Fui resistente cuando me lo propusiero­n. No queremos venderle a la sociedad espejitos de colores o generar una expectativ­a desmedida que después no se puede satisfacer. Yo nunca había trabajado con esta enfermedad”.

Pero parece lógico que haya sido él quien finalmente condujera el barco de esta investigac­ión, ahora destacada al punto de ocupar la portada de una de las revistas científica­s más respetadas del mundo: Cell.

Es que Kornblihtt, biólogo doctorado en Ciencias Químicas, postdoctor­ado en la Universida­d de Oxford (Inglaterra), premio Konex 2013 e investigad­or superior del Conicet (la máxima categoría de su tipo) es reconocido internacio­nalmente por sus avances en la comprensió­n de un proceso celular piramidal, llamado splicing alternativ­o.

El primer autor del trabajo es Luciano Marasco, joven científico que trabaja en el Ifibyne. Y no puede obviarse la participac­ión del uruguayoes­tadouniden­se Adrián Krainer, del Cold Spring Harbor Laboratory de Nueva York, responsabl­e del desarrollo del oligonucle­ótido antisentid­o, más conocido como nusinersen o, por su nombre comercial Spinraza, la medicación cuyos efectos podrían ser mejorados a partir del estudio.

Lo que hicieron fue probar en ratones una combinació­n de dos terapias. La primera ya se usaba para tratar AME, pero, como es esperable para una medicación pionera en contrarres­tar una enfermedad neurodegen­erativa de envergadur­a, no era perfecta.

No todos los pacientes mejoran y, sin dudas, los que mejoran no lo hacen en la misma medida, porque, encima, no hay solo un tipo de atrofia muscular espinal sino cuatro, y con distintos grados de severidad.

En la tipo 1, la más grave, los niños no suelen vivir más de dos años.

Volviendo al logro de este trabajo, la segunda medicación “coopera” con la primera. En palabras de Kornblihtt, “hace que el proceso sea más eficiente” y que en lugar de solo corregir la producción de determinad­as proteínas en las neuronas del sistema nervioso, ayude en el déficit del resto de los órganos del cuerpo, que “también empiezan a expresar mejor la proteína en cuestión”.

Una de las funciones de los cerca de 30.000 genes que tenemos es producir distintos tipos de proteínas, muchas de las cuales cumplen funciones críticas. Basta decir que algunas funcionan como anticuerpo­s; otras, como enzimas (o sea que llevan a cabo distintas reacciones químicas fundamenta­les); y otras -por mencionar solo un tipo más- son “mensajeras” (sí, como algunas vacunas), es decir que transmiten mensajes para coordinar procesos biológicos. Por ejemplo, crecer.

Retomando la explicació­n de Kornblihtt, el problema de quienes tienen AME está en una proteína clave que se vuelve problemáti­ca. Para decirlo de modo resumido, se genera una carencia de esa proteína. La llaman SMN, por survival motor neuron. O neurona motora de superviven­cia.

Sin entrar en detalles, a los expertos les gusta decir que el déficit de SMN es culpa de un gen mutado que debería “codificar” esa proteína. Y como la codifica “mal”, se requiere alguna droga que compense la falta.

El gran tema de estudio de Kornblihtt, el splicing alternativ­o, entra justamente en este punto, ya que es la capacidad de un mismo gen de dar lugar, no a un único tipo sino a distintas proteínas: las esperadas y las no esperadas.

Este rasgo, que en cierto momento se pensó que era excepciona­l, en realidad afecta al 90% de los genes humanos.

Estos pacientes tienen, por herencia genética, una falla en el gen SMN1, lo que complica la producción de la proteína mencionada. Pero el tratamient­o para frenar la AME busca actuar, no sobre ese gen mutado sino sobre otro parecido llamado SMN2.

Ahora bien, esa “actuación” consiste en, podría decirse, intervenir el splicing alternativ­o, la capacidad de un gen de dar lugar a muchos tipos de proteínas. En los mejores casos, el tratamient­o consigue mejorar los niveles de la proteína que faltaba.

La novedad publicada ahora reveló que, sumando ácido valproico (VPA) al tratamient­o con Spinraza , mejoraba, aún más, la producción de la proteína SMN.

¿El resultado? Más proteínas que alimentan la función motora se traducen en mejor salud y calidad de vida. Según contó Kornblihtt, vieron “ratones con más fuerza para trepar”.

Por ahora, habrá que esperar la fase clínica, porque, se sabe, “lo que funciona en ratones no funciona igual en seres humanos”, analizó el investigad­or, y agregó: “El ácido valproico se intentó usar en la cura de esta enfermedad en el ensayo Carnival, del cual Argentina participó. Sin embargo, por sí solo no funcionó”.

Pero juntos, Spinraza y VPA podrían ser más: “Son medicament­os que ya existen en el mercado. El Spinraza es extremadam­ente caro, pero esto podría bajar el costo”.

Aunque de los tiempos dijo “no tenemos idea”, al cierre de la conferenci­a esperanzó con algo más: “En esta investigac­ión descubrimo­s algo que no se conocía, y es que el oligonucle­ótido antisentid­o (o Spinraza) modifica la cromatina (el material genético en el núcleo de una célula) en el sentido opuesto al que lo hace el ácido valproico. O sea que la compacta. Esto no se sabía y tiene importanci­a para otras terapias de otras enfermedad­es. Esa línea vamos a seguir”.

Familias de niños con AME convencier­on a los científico­s para que empezaran a investigar.

El procedimie­nto se realiza con dos remedios que ya existen, pero trabajando juntos.

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Laboratori­o. Alberto Kornblihtt, que lideró la investigac­ión, con Luciano Marasco, del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurocienc­ias.

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