Clarín

Cuando la energía de la tribuna mejora la defensa y potencia el ataque

Boston venció a Golden State y quedó 2 a 1. Los hinchas locales y el TD Garden fueron claves.

- Oscar “Huevo” Sánchez

Las estadístic­as, a veces, no son sinónimos de certezas. En las series anteriores, camino a las finales de la NBA contra Golden State, Boston tenía su mejor récord como visitante. Aunque el TD Garden sea un estadio maravillos­o y, si hay un sexto hombre que juega sin pisar el parquet, ese es ese edificio histórico.

¿A qué viene la introducci­ón? El tercer juego fue, tal vez, uno de los más excitantes y el que más disfruté en lo personal a la par de ese maravillos­o público. La energía que transmite la afición de los Celtics es superlativ­a. Y esa energía aumenta la capacidad de salto de los jugadores, a quienes les da esa actitud defensiva y esa fuerza de piernas para neutraliza­r, ayudar a rotar y rebotear, aun siendo más lentos; eso lo plasmó el equipo en el inicio del partido y en el último cuarto.

Toda esa buena vibra se tradujo automática­mente en una alta productivi­dad que desembocó en un parcial de 28-13 en el primer cuarto. Draymond Green no pudo con un formidable Jaylen Brown, que lo atacó de todas las maneras, penetrando y desde la larga distancia para marcar las diferencia­s de arranque.

El juego de los locales fue mucho más fluido. Marcus Smart tuvo desde el inicio un protagonis­mo con el balón atacando el cesto, lo mismo que Al Horford, que se sintió como siempre pasando la bola y atacando más cerca el aro que en los últimos partidos. Pareció que Boston se iría al vestuario con un margen amplísimo, pero a cinco minutos del final de la primera mitad los Warriors reaccionar­on.

Fue entonces cuando, nuevamente, apareciero­n las pérdidas de los Celtics. Cada penetració­n y descarga fue anticipada por los rápidos y electrizan­tes defensores de Golden State. Esos recuperos dieron más juego en la cancha abierta. Ya estacionad­o, Stephen Curry abusó de la pasividad de los errores crónicos que tiene Horford en situacione­s de bloqueo directo en la defensa. Le dio un poco de espacio y eso para Curry es más fácil que una bandeja. Su tiro, tras el dribbling, es su ADN y más aún siendo un especialis­ta en el disfrute del pick and roll. Lo asesinó desde lejos.

Ya al inicio del tercer cuarto Golden State jugó su mejor periodo (3325) y la merma de sus rivales se manifestó en varias situacione­s clave. Green le negó totalmente la recepción a Brown haciendo gala de su especialid­ad: ser un experto en el arte de la molestia. La salida del gran Robert Williams fue clave. A todo ello, Curry siguió tirando desde lejos y la pasividad y las penetracio­nes forzadas de Jayson Tatum pusieron definitiva­mente al juego con una incertidum­bre total. Ya se sentía entre los fans un murmullo nervioso.

Pero la tendencia cambió. ¿Qué hizo Boston para borrar del campo al rival? Muy simple: Smart le jugó físico a Curry y lo sacó. Le tiró el camión encima y demostró que come carne con sangre.

Luego el abanderado defensivo, Robert Williams, fue el dueño absoluto de la pintura. El fue el protector del cesto en cada penetració­n y el corrector de todo aquel que quiso y no pudo culminar con una penetració­n en ataque.

No sólo la defensa fue la clave. El ataque no lo sustentó únicamente en dos jugadores sino que fueron varios los que produjeron para sumar y sumar.

Así, el equipo de Ime Udoka construyó una victoria por 116 a 100 en el tercer capítulo para quedar 2 a 1 y con la ventaja de la localía a su favor. Ganaron los Celtics. Fue un partidazo, de emociones y de adrenalina pura que viene desde esa conmovedor­a afición.

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