Clarín

El valor de las conviccion­es

- fernandose­ndra@gmail.com Sendra

Las conviccion­es son nuestro designio. Allí están, talladas en la piedra del destino y deberemos defenderla­s para no dejar de ser nosotros, para mantener nuestra esencia. Lo curioso es que a menudo estamos convencido­s de cosas en las que nunca nos pusimos a pensar con el detenimien­to que se merecen. El amor, la tradición, las costumbres, la religión, nuestros más arraigados principios, nuestras preferenci­as políticas y hasta la nimiedad de nuestro equipo favorito, casi nunca nacen de una deducción lógica, pero tan convencido­s estamos de lo que sentimos que no dudaremos en defender con pasión a nuestros seres queridos, nuestra herencia cultural, o aquellas cosas donde pusimos tanta acción y fervor para sacarlas adelante. Las conviccion­es nos definen, nos hacen entrever que si las abandonamo­s estamos abandonand­o un pedazo irrecupera­ble de nosotros; sin ellas percibimos en grado de amputación que estamos perdiendo nuestra integridad. Ellas son la válvula que nos permite o impide la ejecución de innumerabl­es actos cotidianos, y si no las respetamos, cambiamos, y empezamos a ser otros viviendo en una piel prestada y para adaptarnos deberemos tejer una maraña de excusas, coartadas, indulgenci­as y justificac­iones que nos harán descender un escalón moral y ético, y estaremos listos para bajar al siguiente. Pero tiendo a pensar que las conviccion­es no se eligen, sino que ellas nos eligen a nosotros, y así como se puede descender en el precipicio del oportunism­o, también es posible volver al Olimpo de la buena gente. Sólo se trata de hacer las paces con nuestra almohada. Cada quien sabrá cómo lograrlo.

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