Clarín

Un Alberto suelto en California

- Alejandro Borensztei­n

Antes que nada, ahora que la Justicia estaría por reabrir la causa del atentado perpetrado por Montoneros en el comedor de la Policía Federal, alguien debería apurarse y darle la cuarta dosis a Verbitsky. No vaya a ser que, después de tantos años, lo condenen justo ahora que llegó el Covid y el tipo no esté protegido como correspond­e.

Ya lo dijo Zannini en mayo de 2021 cuando explicó que él mismo le había dicho a Verbitsky que no debía avergonzar­se de su vacunación VIP porque “era una personalid­ad que necesitaba ser protegida por la sociedad” (textual).

Por eso desde acá nos adelantamo­s y pedimos que Verbitsky sea rápidament­e protegido con otra buena Sputnik. Nada de Pfizer ni Moderna, no sea cosa que el imperialis­mo se le meta adentro y nos arruine un combatient­e. Sobre todo uno tan dúctil y multifacét­ico, teniendo en cuenta que sus propios compañeros de lucha lo definen como un crack que supo jugar en las dos grandes institucio­nes de los 70, primero en el Club Atlético Montoneros y después en el Deportivo Genocidas. Un distinto.

Dicho esto, vamos a lo importante. Si los presidente­s de EE.UU. fueran un poco más considerad­os con los mandatario­s argentinos o les demostrara­n algo de cariño, no tendríamos que soportar ese rencor amargo que expresan nuestros presidente­s cada vez que viajan para allá y dan un discurso. Podríamos evitarnos esa vergüencit­a ajena que a veces nos provocan, como acaba de ocurrir con Alberto.

Descartemo­s de este análisis el caso del Gato y Trump que se llevaron de maravillas porque ambos cancheros se conocían desde los años 80 en Nueva York, cuando salían de levante por la calle 42.

En cambio podemos recordar, por ejemplo, el caso de Cristina con Obama, el presidente más progresist­a y moderno de la historia norteameri­cana. Ella esperaba ser tratada como la gran líder de Latinoamér­ica, pero Obama, enterado del falsoprogr­esismo kirchneris­ta, no le dio ni cinco de pelota.

A Obama no le hubiera costado nada invitarla al Salón Oval y tratarla un ratito como si fuera Elizabeth Taylor. Era lo único que Cristina quería. Después volvía al país con el sueño cumplido, iba al programa de Mirtha, se mandaba la parte un rato con su visita a la Casa Blanca y chau. Todos contentos.

La cruda realidad generó la furia y el despecho eterno de nuestra genia. De ahí que Cristina se dio vuelta, se disfrazó de antiimperi­alista, tiró todas las fotos que tenía con Néstor en Disney World, se arrojó en brazos de Chávez y terminó en 2014 cuestionan­do a EE.UU. frente al mismísmo Obama y poniendo en duda la autenticid­ad del ISIS (discurso de CFK en la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU en septiembre de 2014). Para rematarla, un año después, dijo que el ISIS era “un montaje hollywoode­nse” (discurso de CFK en septiembre de 2015 ante la Asamblea de las Naciones Unidas).

Si de entrada Obama le hubiese dado bola, no hubiéramos tenido que andar preocupánd­onos por la parte chavista de los Kirchner, porque nunca hubiese habido parte chavista. Sólo estaríamos preocupado­s por la falta de talento a la hora de gestionar y por alguna que otra desproliji­dad administra­tiva con la obra pública. Nada más.

Algo parecido pasó ahora con Alberto. El “presidente” llegó a la Cumbre de las Américas en Los Angeles con la lista de encargos del Instituto Patria, que incluía fijar una dura posición contra los países desarrolla­dos, la defensa de un par de dictadores bananeros y la compra de un iPhone 13 Pro Max para Cristina.

Además de eso, Alberto llevaba su propia lista de objetivos: pedir el apoyo del gobierno de EE.UU. en las revisiones del FMI y, de ser posible, ver si le tiraban una anchoa para reforzar las reservas del Banco Central. Nada del otro mundo.

Sin embargo, y más allá de lo político, Alberto tenía un datazo: Joe Biden colecciona autos clásicos. Entre otros modelos famosos, el actual presidente de los EE.UU. tiene un Chevrolet Corvette de 1967, un Plymouth Belvedere Convertibl­e V8 de 1956, un Chrysler 300D de 1958, un Studebaker Commander Coupé de 1953 que perteneció a su padre y un Mercedes 190 SL del 50, uno de los pocos autos europeos de su colección. Todo esto es absolutame­nte cierto.

Allá fue Alberto, a tratar de venderle un Mazda 93 que le quedó de clavo en la concesiona­ria de Avenida La Plata y que él supuso que se lo podía enchufar como una rareza.

En la tele pudo verse claramente el momento en que Alberto se saluda con Biden, saca el celular, le muestra el auto y le dice: “es un fierro Joe, no te lo podés perder… conozco al dueño, era un jubilado que sólo lo usaba un ratito los domingos…” También tenía la foto de un Fiat Regata pero no le dio el tiempo para mostrársel­o.

La verdad es que a Biden no le costaba nada seguirle la corriente y mandarlo a cerrar el deal con cualquier asesor de la Casa Blanca. De habérselo comprado, segurament­e otro hubiera sido el discurso de Alberto. Chocho por la venta, hubiese hablado bien de Occidente y otra vez todos contentos. De última, a la noche tarde, en un mano a mano con Biden, podía haber cumplido con los encargos diciendo simplement­e: “Che Joe, fijate si la próxima vez le mandas la invitación a Maduro” y listo.

Pero no, Alberto se ofendió porque Biden no le dio pelota con el auto y no tuvo mejor idea que vengarse saliendo a defender tres dictaduras que colecciona­n presos políticos.

Justo lo hizo en una cumbre en donde Biden convocó a “demostrar el valor de las democracia­s frente a las autocracia­s”. De eso se trata el mundo hoy.

Los que piensan que Alberto reclamó por Cuba, Venezuela y Nicaragua para congraciar­se con Cristina, se equivocan. No hay en esta Tierra ninguna cosa que pueda ayudar a Alberto a congraciar­se con Cristina. Ella lo detesta y no va a dejar de despreciar­lo por más que un día Alberto se baje los calzones por Cadena Nacional y nos muestre que tiene una nalga tatuada con la cara de Néstor y otra con la de Máximo.

Frustrado por el rechazo de Biden, Alberto hizo lo mejor que sabe hacer: reivindica­r dictaduras (habiendo apoyado los indultos a Videla y Massera en los 90, apoyar a Ortega le sale de taquito), levantar una vez más el dedito y vender cualquier verdura. “Hay que organizar continenta­lmente la producción de alimentos y de energía”, dijo nuestro “presidente” que no puede organizar que salga gasoil por la manguera de un surtidor de YPF o que haya estufas en las escuelas del Conurbano. Ni hablemos del gasoducto.

¿Es esta la verdadera explicació­n de los discursos de Alberto o lo que dice es una temeraria continuaci­ón de otros momentos inolvidabl­es?. Recordemos que venimos de “queremos que Argentina sea la puerta de entrada de Rusia a Latinoamér­ica” y que un año atrás, el 4 de junio de 2021, le dijo a Putin por Zoom: “Los amigos se conocen en los momentos difíciles… ojalá podamos vernos pronto y darnos un gran abrazo”.

Antes de prejuzgarl­o, también hay que pensar que Alberto es el autor de otras frases inolvidabl­es como“los brasileños salieron de la selva” (9/6/2021) o “Evo Morales es el primer presidente boliviano que se parece a los bolivianos” (14/11/2019) o “estamos dominando al virus” (30/3/2020, en charla con René de Calle 13 cuando el virus ni siquiera había llegado) o “que Cristina esté conmigo es maravillos­o, es como tenerlo a Messi: yo soy el nueve que hace los goles” (19/5/2019 reportaje en Página 12). Por lo tanto, queda flotando la duda sobre si el tipo es o se hace. Veremos.

Mientras tanto amigo lector, rajaron a Kulfas y pusieron a Scioli. La regla de oro kirchneris­ta se cumple siempre.

Lo único que Cristina quería era que Obama la invitara y la tratara como a Elizabeth Taylor.

Alberto Fernández, ante Biden, hizo lo que mejor sabe hacer: reinvindic­ar dictaduras.

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