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Luces rojas en La Cámpora

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com © Copyright Clarín 2022

Jamás pudo haber imaginado el bioquímico belga Christian de Duve que su revolucion­ario descubrimi­ento – le valió el Premio Nobel de Medicina en 1974—podría ser aplicado alguna vez, en otro campo, en la lejana República Argentina. El científico dio el primer paso para demostrar cómo las células del organismo son capaces de comerse a sí mismas. Se denomina autofagia. Haciendo la traspolaci­ón a la política doméstica podría constituir un diagnóstic­o cabal sobre el mal que aqueja al gobierno de Alberto y Cristina Fernández. Se devoran entre ellos.

La exhibición de los últimos diez días parece sólo corolario del proceso que nació no bien el Frente de Todos se desplegó en función del poder y la administra­ción del Estado. Ni la oposición ni el periodismo con sentido crítico fueron capaces de sintetizar la valoración que los diferentes bandos oficialist­as poseen del Gobierno al que pertenecen.

Matías Kulfas se fue del Ministerio de Producción denostando la gestión del área energética que responde a la vicepresid­enta. No refirió únicamente a la controvers­ia por la construcci­ón del gasoducto que debe potenciar la utilidad de Vaca Muerta. Que enterró, como se esperaba, ante el juez Daniel Rafecas. Fue licitado por Mauricio Macri en 2019 y prorrogado dos veces. La tercera correspond­ió a Alberto. De paso cambió las condicione­s de la convocator­ia. El ex funcionari­o, amén de mencionar el “internismo exasperant­e”, cuestionó el “desquiciad­o sistema de subsidios”. A juicio suyo “socialment­e injusto, centralist­a, anti federal y pro rico”.

La réplica llegó de parte de la empresa Energía Argentina, a cargo de Agustín Gerez. Un joven cercano a La Cámpora. Inserto en el área que componen Darío Martínez, secretario, Federico Basualdo, subsecreta­rio de Energía Eléctrica y Federico Bernal, del ENRE (Ente Nacional Regulador de Energía). Un solo párrafo de la declaració­n sonó demoledor para el conjunto. Definieron como “pésimos” los resultados de la gestión de Kulfas. Que, dijeron, “puede medirse en que una familia hoy paga el pan por encima de $ 300 el kilo, la leche por encima de $ 150“, en medio “de una pobreza del 40%”.

Superponie­ndo las críticas de Kulfas con la respuesta kirchneris­ta puede tenerse idea de la autopercep­ción que la coalición oficial posee de la gestión que desarrolla­n. Casi dejan desairada la condición de halcón de Patricia Bullrich. Sin dudas, los más perjudicad­os son el Presidente y su ministro de Economía, Martín Guzmán. En la crítica K sobresale el drama de la inflación. Más allá de esas apreciacio­nes, queda salvajemen­te descubiert­a una falencia fundaciona­l del Gobierno: el loteo de los ministerio­s para satisfacer intereses políticos internos; la desestruct­uración del sector económico que priva al ministro de potestades cruciacon les. Equívoco también cometido por Macri.

La mega crisis interna que detonó el gasoducto es la expresión de cuestiones más profundas. Explican concienzud­amente por qué motivos el Presidente y la vicepresid­enta no se hablan desde hace más de 100 días. Empieza a provocar metamorfos­is dentro de los sectores en pugna. El Presidente se recuesta cada vez más en su círculo chico, trata de no dejar suelto a Sergio Massa, dispuesto a volar siempre hacia donde sople el viento, y acude al peronismo (con la laxitud que implica el término) para cubrir los casilleros que le van vaciando. Son ahora los casos de Agustín Rossi en la Agencia Federal de Inteligenc­ia (AFI) y Daniel Scioli para sustituir a Kulfas. Hubo antes otros ejemplos.

La vicepresid­enta continúa ejerciendo el liderazgo. Difícilmen­te pueda ponerse en duda después de la fiesta en Tecnópolis. Pero tampoco parece alcanzar a medir las consecuenc­ias de cada una de sus acciones, porque el Frente de Todos está mucho más desvertebr­ado de lo que aparenta. Hay otra cuestión que asoma. Su mayor herramient­a de poder institucio­nal está en el Senado. Pensando en un horizonte, que sería el 2023, resulta insuficien­te. El auxilio de su gran plataforma política, La Cámpora, no tiene la consistenc­ia que supo tener. Mantiene la capacidad de daño. Menguó expectativ­as de futuro. Una razón sería la declinació­n que muestra Máximo Kirchner en su musculatur­a política. Otra, la defección de funcionari­os que comienzan a ser ensombreci­dos por denuncias de corrupción. La tercera no tendría que ver, exactament­e, con el camporismo. Sí, con el apéndice que representa en Buenos Aires Axel Kicillof. Cristina supuso una cosa diferente, tal vez, sobre las aptitudes de actual gobernador.

El mayor problema es su hijo. Está más disgustado con Alberto que ella misma. Digirió como pudo el escándalo por la foto de la fiesta clandestin­a en Olivos en medio de la cuarentena severa por la pandemia. Se atragantó con el acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI). Máximo supo tener un timón y un escenario desde donde se encargaba de marcarle límites al Presidente y al Gobierno. Su renuncia áspera a la conducción del bloque de Diputados lo ubicó en otro lugar, de menor protagonis­mo. Casi no asiste a los debates. Recibe, por ello, reproche de los propios. Estuvo solo para votar en contra del acuerdo con el FMI. Ni siquiera tuvo la misma voluntad cuando Juntos por el Cambio, módicament­e, se anotó una victoria parlamenta­ria con la media sanción de la boleta única. Su acción se circunscri­be a caminar el Conurbano. A “militar territorio”, según la jerga camporista.

Tampoco frecuenta, como lo supo hacer al principio, ciertos ámbitos empresario­s donde siempre hizo un esfuerzo para mostrarse informado y sensato. Su postura con el FMI, que lo acercó a la izquierda, lo alejó de aquellos núcleos. Le quedan como oropeles la titularida­d del PJ bonaerense, envejecido, y de La Cámpora, en dificultad­es por asuntos diversos. La organizaci­ón ha dejado de crecer porque ya le resulta difícil atraer la esperanza de los sectores juveniles. Como sucedió después de la muerte de Néstor Kirchner. Han pasado doce años y demasiadas decepcione­s en la Argentina. Se sostiene por ahora el fuerte soporte obtenido en sitiales caudalosos del Estado.

De allí, precisamen­te, caen algunas sombras preocupant­es. Reponen sospechas acerca de una conducta de la cual, decían, estaban eximidos: las negociacio­nes oscuras, la corrupción. El episodio más sonoro lo impulsa ahora el fiscal Ramiro González. Involucra a una de las figuras camporista­s fuertes, Mayra Mendoza, intendente de Quilmes. Hay una investigac­ión por presunto desvío de fondos a través de cooperativ­as en el municipio de regentea. Se barajan $ 535 millones. Además de ella misma, están imputados su ex pareja y otros cuatro funcionari­os. El fiscal rastrea la existencia de sociedades off shore.

La última novedad fue aportada por el fiscal Guillermo Marijuan. Citó a indagatori­a a tres funcionari­os del PAMI. Lo dirige la intocable Luana Volnovich. Se indaga el otorgamien­to de subsidios solidarios a jubilados, al parecer de modo anómalo, relacionad­os con La Cámpora. Sobre Fernanda Raverta, de la ANSeS, recae otro tipo de acusación: haber facilitado el cobro de la doble pensión que recibe Cristina. Casi $ 3 millones mensuales.

Está, por otro lado, el juicio que enfrenta al senador Oscar Parrilli por el libro “La Década Ganada”, por el que se pagó un anticipo pero nunca se imprimió. La tarea hubiera correspond­ido a la Casa de la Moneda. A cargo por entonces de Katya Daura. También procesada. Amiga del ex vicepresid­ente Amado Boudou.

Nada de todo eso posee tanta relevancia para Máximo y Cristina como la revisión que está haciendo la Sala I de la Cámara de Casación del sobreseimi­ento que el Tribunal Oral Federal 5 dispuso en la causa Los Sauces-Hotesur. Antes que se iniciara el juicio. Tiembla la familia entera. Incluida Florencia Kirchner.

Se trata de un asunto que viene de lejos. No así las investigac­iones que envuelven a Mayra y Luana. El camporismo no descarta alguna mano negra desde el propio Gobierno. Impera en la organizaci­ón un tiempo de desconcier­to. Como si la épica inflamada del pasado hubiera desapareci­do. Buscaron rescatarla de un arcón exaltando aquel viaje pintoresco que Cristina hizo en 2010 a Angola. La excusa fue que la empresa Arcor acaba de abrir una sede en la nación africana. No sería lo que piensa su dueño, Luis Pagani.

Quizás La Cámpora halló un resuello con el paso de Alberto por la Cumbre de las Américas, en Los Angeles. Los contrasent­idos importaría­n poco. Amagó con no concurrir por las ausencias de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Imaginó luego una contracumb­re que un gambito del mexicano Andrés Manuel López Obrador frustró. Terminó por defender en su discurso a aquellas dictaduras al tiempo que convocó a la construcci­ón de un nuevo humanismo. Dijo que la falta de aquellos países interpelar­ía al resto. ¿No lo estaría haciendo, en realidad, por su omisión sobre los presos políticos, los torturados y los muertos? . Alguien que no viene de un progresism­o fraudulent­o lo expresó: “En Cuba hay presos por pensar distinto y eso es inaceptabl­e”, afirmó Gabriel Boric, presidente de Chile.

El Presidente tuvo una voz en esa dirección en su propia comitiva. En Los Angeles optó por el silencio. Antes de partir, Massa se ocupó de subrayar que Cuba, Venezuela y Nicaragua “son dictaduras”. En el oficialism­o todo permanece perturbado por el “internismo exasperant­e” del que habló Kulfas al ser despedido.

La Cumbre fue menos que discreta para Washington. No por la palabra de Alberto. Llamó la atención –amén de México-- la deserción amplia de América Central: Honduras, Guatemala y El Salvador. El Presidente solo intentó asumir un liderazgo regional que no termina de calzarle. Miró con persistenc­ia a Joe Biden, a quien necesita. Pensando siempre en Cristina.■

Ni la oposición hizo como el propio oficialism­o un diagnóstic­o tan negativo de la gestión del Gobierno. Afloró con el escándalo del gasoducto. Los camporista­s denostaron a Kulfas. La organizaci­ón sufre por la opacidad política de Máximo y denuncias de corrupción.

Diputado Máximo Kirchner.

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