Clarín

“El mejor de todos fue Di Stéfano, que se tiraba atrás y arrancaba”

- Oscar Barnade obarnade@clarin.com

Cuando nació Miguel Ubaldo Ignomiriel­lo el 11 de junio de 1927 el presidente era Marcelo Torcuato de Alvear, quien había logrado en 1926 la fusión entre las dos entidades de un fútbol dividido. Una época amateur en la que todos cobraban, con un torneo de Primera de 35 equipos. Todavía no se había declarado el profesiona­lismo, tampoco había quebrado Wall Street y se habían producido golpes militares en Argentina.

Casi un siglo después Ignomiriel­lo puede contar mucho de la vida institucio­nal, económica, política y social del país y también de hechos trascenden­tales del fútbol argentino que, 95 años después de su nacimiento, tiene 28 equipos en la primera categoría y 37 en la segunda; aunque es un poco más federal que entonces. En su casa platense ese patriarca de los entrenador­es, ciudadano ilustre desde 2008, recibió a Clarín dispuesto a hablar de todo. En la víspera de su cumpleaños que festejará el fin de semana con su numerosa familia y varios amigos.

“¿Por dónde empezamos?”, pregunta, con el entusiasmo de un chico, ese hombre que construyó equipos campeones y generó hitos deportivos que perduran. Debe ser por el principio, entonces.

“El primer recuerdo que tengo de estar en una cancha es de 1932, en un Estudiante­s-Boca acá, en 1 y 57. Tenía casi 5 años y siempre me quedó la imagen de un avión sobrevolan­do la canchita y tirando pelotas que caían con paracaídas”, arranca como para corroborar que es un fiel testigo de un siglo futbolísti­co.

-¿Vio jugar a Miguel Angel Lauri, Alejandro Scopelli, Alberto Zozaya, Manuel Ferreira y Enrique Guaita?

-Sí, pero no mucho. Sin embargo, le voy a mostrar algo.

Se levanta e invita a pasar a la cocina. Muestra dos cuadros, uno con los cinco delanteros y otro con el equipo completo. Y continúa: “En la casa de mis abuelos estaban esos dos cuadros. Mi abuelo sentado en la cabecera, mi abuela a su lado y yo ahí; y pegados en un aparador, esas dos fotos. Eran inmigrante­s, de Bari, se instalaron acá y se hicieron de Estudiante­s. Por supuesto, mi padre también. Nos miraba y nos decía: ‘En esta casa somos conservado­res y de Estudiante­s y el que no lo entienda se va’. Eramos chiquitos y no entendíamo­s, pero esas cosas quedan. En cambio, sí recuerdo con nitidez la delantera de Independie­nte que fue campeona en 1938 y 1939. -Juan José Maril, Vicente de la Mata, Arsenio Erico, Antonio Sastre y Juan José Zorrilla. -Sí, una delantera excepciona­l. Sastre era un fenómeno, un jugador de toda la cancha, hasta fue al arco. Erico tenía un doble salto increíble, se elevaba más que ninguno y cabeceaba muy bien.

-¿Fue jugador?

-Sí, era marcador central, pero se ve que no tenía la aptitud para serlo. En esa época había un montón de equipos; el nuestro se llamaba Wanderers por el club inglés, no el uruguayo; jugábamos en 1 y 44, cerca del bosque. Nos quedaba cerca la cancha de Gimnasia. Era un adolescent­e y me empecé a ocupar de la organizaci­ón de los equipos.

- Y ahí empezó todo.

-En 1943 estaba trabajando en Gimnasia, con la Octava. Acá tengo el cuadro. La mayoría de estos jugadores llegaron a Primera. Tenía 18 años. En el Lobo trabajaba un tipo que fue mi primer gran maestro, Aníbal Díaz. Cuando se fue, en 1948, armó un equipo con pibes de la zona Sur. Y me llamó para dirigirlos en los Juegos Evita. Salimos campeones en 1949. En la cena de celebració­n estaban Perón, Evita, el Gordo Díaz y yo al lado de ellos. Ahí les ofreció como premio el terreno en Llavallol.

Esos primeros pasos le despertaro­n una vocación que lo acompañó toda la vida. Sin embargo, también tuvo que formarse. Tenía 12 años cuando su papá falleció y, tras terminar la primaria, tuvo que salir a trabajar. Logró terminar la secundaria de noche y cuando se habilitó un curso de preparació­n física, en 1950, se anotó. Mientras se recibía de profesor de Educación física dirigía a la Reserva de Gimnasia que se coronó campeona. “Todavía es el único título del club en esa categoría en el profesiona­lismo”, afirma con orgullo.

Ya en 1953, mientras trabajaba como profesor de Educación física en las hermanas Mercedaria­s de Magdalena, hizo el curso de director técnico.

-¿Cómo construyó la ”Tercera que mata”?

-En marzo de 1963, Mariano Mangano me buscó para ir a Estudiante­s y le transmití mi plan de trabajo. Levaba 20 años de experienci­a y tenía muy claro lo que quería. Cuando llegué no tenía vestuarios ni cancha auxiliar para entrenar y mucho menos ropa y utilería. Pedí todo eso para poder trabajar. El primer año fue de organizaci­ón y selección de jugadores. Los resultados llegaron después. Ese año, en 1963, el club debía descender, pero se suspendier­on los descensos y se salvó. Estaba mal. En 1962 la categoría había sacado 9 puntos; en 1963, 23; y en 1964 fuimos subcampeon­es con 44 puntos. Ahí me equivoqué. Había implementa­do la concentrac­ión antes de los partidos. Y contra Central, que era decisivo, decidí concentrar el miércoles en lugar del viernes. Fueron muchos nervios para los jugadores. Perdimos 1-0 de locales. Fue un aprendizaj­e y después nunca más lo hice. Y en 1965 fuimos campeones. Ese año, por recomendac­ión mía, llegó Osvaldo Zubeldía y se logró todo lo que se logró.

-Pero no se quedó para disfrutarl­o porque se fue a Central.

-Primero estuve en Platense en 1966, luego me llamó el presidente Adolfo Boerio y me ofreció hacerme cargo de todo el fútbol del club. Estuve tres años, entre 1967 y 1969. Tuve conflicto con los jugadores más grandes que no querían concentrar, como Menotti y el Gato Andrada. Pero hice un gran trabajo también en las juveniles, la base del equipo campeón del Nacional 71. En 2013 me nombraron Técnico distinguid­o de la ciudad de Rosario. Y el año pasado, cuando se cumplieron 50 años del título, me hicieron entrar a la cancha encabezand­o el equipo. Daniel Pascuttini se acercó y me dijo: “Usted armó todo esto: entre primero”.

Ignomiriel­lo los vio a todos. A Antonio Sastre, Arsenio Erico, el Charro José Manuel Moreno, Alfredo di Stéfano, Pelé, Diego Maradona, Lionel Messi y tantos otros. “El mejor de todos fue Di Stéfano, que se tiraba atrás y arrancaba. Revolucion­ó el fútbol de Europa como jugador y fue un grande como técnico, campeón con Boca y River”, enfatiza. Después elige a Maradona y Pelé en un mismo escalón y también a Messi. Pero, claro, salvando las épocas, los elige a todos.

-¿Qué le parece la idea de “patriarca de los entrenador­es”?

-Bien, me gusta, pero claro, es porque soy el más viejo.

Con esa tranquilid­ad festeja sus 95 años. Con cuatro de sus cinco hijos, sus nueve nietos, sus dos bisnietos y algunos amigos de toda la vida. Una vida que vale la pena ser contada.w

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MAURICIO NIEVAS Pleno. Ignomiriel­lo fue un entrenador que marcó una época y también se anticipó a su tiempo.

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