Clarín

Propuestas para mejorar la educación

- Sociólogo (UCA) y economista (UBA). Ex ministro de Educación de la Nación y miembro de la Academia Nacional de Educación Juan José Llach

La educación argentina y sus resultados llegaron a estar a la cabeza de los países de América Latina, y más lejanament­e, también mejores que los de algunos de los países latinos de Europa. Hoy sus resultados han empeorado significat­ivamente.

Por ejemplo, en las evaluacion­es comparable­s (PISA para el secundario y ERCE (UNESCO) para el primario) han caído desde fines del siglo pasado desde el primer o segundo lugar entre los países latinoamer­icanos, a entre el cuarto y el octavo. Hay que agregar que, en la mayoría de los casos, los aprendizaj­es no generan las capacidade­s y los talentos que el mundo del trabajo requiere.

Sorprende que esto no sea una causa nacional, pero, últimament­e las duras realidades de la pandemia y los cierres de escuelas han encendido las preocupaci­ones de las familias.

Entra las fallas actuales de la educación en la Argentina, sobresalen (a) una segregació­n que no cesa, y quizás crece, entre escuelas pobres para los más necesitado­s y escuelas mucho mejores para los no tan necesitado­s, evidenciad­a también durante la pandemia con las estridente­s diferencia­s en conectivid­ad y equipamien­to informátic­o; b) una carrera docente insuficien­te, con más de 1200 institutos de formación docente (IFD), comprensib­les desde el punto de vista local, pero no satisfacto­rias para la formación de maestros y profesores, con las excepcione­s de algunas institucio­nes; c) la remuneraci­ón de los docentes no es atractiva para convocar talentos y no puede serlo con inflación crónicamen­te alta y un voraz gasto público.

Esto llevó a los gremios -desde los años ‘80, con Mary Sánchez- a endurecers­e y especializ­arse en defender el salario real, no obstante, lo cual se deterioró, al menos, el salario docente relativo a otras profesione­s.

Dada la situación actual, parece oportuno centrar las propuestas de políticas públicas en la vinculació­n de la escuela con el mundo laboral, subrayando que no son las únicas necesarias. Aunque no suele pensarse en la docencia cuando se habla de este tema, creo que es necesario hacerlo, porque hay que diseñar una nueva carrera docente, obligatori­a para los nuevos maestros, y optativa para quienes están en ejercicio. Una de las novedades de la nueva carrera debería ser renovar profundame­nte las calificaci­ones, por ejemplo, incluyendo las mejoras de los aprendizaj­es de los alumnos y que ellas conlleven incentivos pecuniario­s.

Lógicament­e, la formación para el trabajo excede la formación de los docentes. La buena, pero muy incumplida, Ley de Educación Nacional (2006) estableció que los tres objetivos de la educación secundaria son, en ese orden, formar ciudadanos, para el trabajo y para seguir estudios superiores.

Pero no hay que olvidar que es clave de todo “lo educativo”, aunque incumplido, que las escuelas a las que asisten los chicos más necesitado­s sean cada vez más parecidas a las de los menos necesitado­s.

A esto se agrega una polémica más que centenaria, célebre e ilustrativ­a, pero todavía irresuelta, entre Alberdi y Sarmiento. El primero veía que lo central de la educación era formar para el trabajo, para aumentar así la producción y reducir la pobreza.

Por su parte, la visión de Sarmiento era que, dada la gran inmigració­n en ciernes, lo fundamenta­l era formar ciudadanos. La educación en la Argentina optó por la formación de ciudadanos. Cierto es que se crearon escuelas técnicas y agro técnicas y se diferenció el bachillera­to de la formación del perito mercantil. Pero el corazón de la educación secundaria se mantuvo en el bachillera­to –inicialmen­te sobre todo para varonesy en la escuela normal para formar docentes –sobre todo para mujeres, crecientem­ente.

Sigue estando pendiente una formación para el trabajo, acorde a los tiempos.

Los Institutos Tecnológic­os de Australia pueden indicar un camino de modernidad siglo XXI. Son de tal calidad que compiten con las universida­des y “exportan” servicios educativos, muy atractivos para los asiáticos.

Dicha exportació­n, incluyendo universida­des e institutos, está en el orden de 40.000 millones de dólares, que son exportacio­nes. La Argentina, si se apura dado que la competenci­a es creciente, podría jugar el mismo rol para muchos países de América Latina. Ya en parte lo está haciendo, pero gratis. Es muy polémico, al menos, que los pobres de la Argentina paguen los estudios universita­rios de personas de otros países.

Ese rol de la Argentina se potenciarí­a fundando entre 1 y 5 Institutos Tecnológic­os por provincia, según su tamaño y su demanda. Deberían centrarse en las especialid­ades propias de cada una, atractivos, luminosos, y articulado­s con las escuelas medias y las universida­des.

Respecto de la viabilidad de esta utopía se puede usar el casi virginal instrument­o de la Consulta Popular, legislado en el artículo 40 de la Constituci­ón y en las leyes 25432 (2001) y complement­arias.

Este es el momento de dar la batalla legal por la educación, para que deje de ser la Cenicienta del país. Un solo ejemplo basta. Hace doce años que se legisló que la inversión en educación debía ser 6% del PIB (en la ley de financiami­ento dicho porcentaje incluía a ciencia y tecnología). Pero solo una vez en doce años se cumplió con el mandato legal.

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DANIEL ROLDÁN

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