Clarín

La historia del “Tano”, el único bombero voluntario que fue a combatir a las Malvinas

Claudio Rapino empezó a prestar servicio a los 16 años. Recuerdos de los peligros vividos.

- Cristian Sirouyan csirouyan@clarin.com

El pescador sostiene la caña y apunta la mirada hacia el horizonte borroso del Río de la Plata, mientras el rumor del agua amarronada parece anunciar el pique inminente. La escena transcurre una tarde destemplad­a de otoño en la ribera de Punta Lara, uno de los remansos que suele elegir Claudio “El Tano” Rapino para tomar distancia de los avatares que atravesó su propia historia sin dejar de repasarlos, una y otra vez al detalle, en su memoria prodigiosa.

Los momentos de incertidum­bre quedaron atrás y Rapino terminó acomodándo­se a una vida bastante menos azarosa. Sin embargo, sus recuerdos más recurrente­s reflotan la prueba de fuego que afrontó en las Islas Malvinas como combatient­e en 1982, mientras cumplía con el servicio militar obligatori­o.

Los fuegos de la guerra dejaron marcas indelebles para siempre en el cuerpo y el carácter de este vecino del sur del conurbano, como una continuida­d de su experienci­a como bombero voluntario de Quilmes. Esa especialid­ad reflejaba la vocación solidaria que había adoptado desde niño en el entorno de potreros y calles polvorient­as del barrio Los Hornos, a pasos del Parque Cervecero.

Apoyado por sus padres de origen italiano, Rapino fue admitido como aspirante por Bomberos Voluntario­s de Quilmes apenas cumplidos los 14 y ya a los 16 empezó a ser puesto a prueba a la par de colegas de larga trayectori­a. Esa etapa de rápido aprendizaj­e se vio interrumpi­da en marzo de 1981, cuando el bombero novato fue convocado a la “colimba” y se vio obligado a viajar a Mar del Plata para alistarse en el Grupo de Artillería de Defensa Antiaérea (GADA) 602.

Sin habérselo propuesto, cuando un año después fue embarcado para aterrizar en Puerto Argentino, se transformó en el único soldado incorporad­o que ya había prestado servicio como bombero voluntario profesiona­l.

“A esa altura, ya había pasado situacione­s complicada­s en varios incendios y esperaba salir en la primera baja para volver a estar disponible cuanto antes. Pero jamás pensé que en la colimba enfrentarí­a otros fuegos, como los desatados por la guerra, y que, más de una vez, mi vida iba a pender de un hilo”, admite Rapino, a 40 años exactos de esa situación extrema, una profunda llaga que aún hoy sigue abierta.

A bordo del soberbio camión Reo verde oliva con motor Mercedes Benz que manejaba, el Tano recorrió buena parte de la isla Soledad por calles en sube y baja, rutas desoladas, caminos rurales descuidado­s y huellas de barro que recortaban el terreno recubierto de turba. Su misión era la de llevar municiones, equipos y comida a las tropas argentinas, apostadas en la primera línea para hacer frente al avance de las fuerzas británicas.

“Ya me había acostumbra­do a abrirme paso en medio del constante bombardeo de los aviones y barcos enemigos y la artillería tierra-tierra que duraba 24 horas por día. De noche, cuando bajaba la neblina y el frío se hacía insoportab­le, yo avanzaba con las luces del vehículo apagadas y persignánd­ome en cada cambio de velocidad, rogando que no se escuchara el ruido de la palanca y me pudieran detectar", reconstruy­e el ex conductor motorista.

"Después de haber salido indemne de innumerabl­es peligros que acechaban desde todos lados, el miedo parecía haber quedado atrás. Hasta que en la madrugada del 11 de junio, habiéndome alejado unos 7 kilómetros del pueblo por el camino costero, un bombazo pegó de lleno en el frente del camión y lo dejó inutilizad­o. En la caja llevaba a unos 25 soldados. Por suerte, todos sobrevivie­ron, pero después me enteré de que me habían dado por muerto”, repasa Rapino uno de esos momentos en que la tragedia le pasó apenas de costado.

La noticia fue replicada en el cuartel de Mar del Plata -donde incluso se celebró una misa en homenaje al Tano y a un suboficial supuestame­nte fallecidos- y resonó con fuerza en Quilmes, aunque los allegados más cercanos prefiriero­n ocultar el mensaje a los padres y a la hermana, cinco años menor que el Tano.

La memoria de Rapino remite a las jornadas plagadas de riesgos que pasó en Malvinas para que su voz pau

Un bombazo pegó el 11 de junio de 1982 en el camión que conducía. Lo dieron por muerto.

sada reflote, uno tras otro, esos mojones que lleva grabados en forma indeleble. La guerra fue el marco impensado donde se reencontró con un vecino y compinche de aventuras en los potreros de la infancia.

"Casi de casualidad me crucé con Marcelo Varela, soldado conscripto como yo y asignado a tareas de cocinero. Me habrá notado desnutrido y me dio una pata de cordero. La devoré así nomás, cruda y fría, lo que me generó una terrible descompost­ura. Ahora, cada vez que nos reunimos un grupo de amigos, Marcelo se ocupa de preparar el asado y suele reservar 'una porción de cordero para el Tano'. Pero es un manjar, perfectame­nte cocido, que como con sumo placer", admite Rapino.

Los capítulos más dramáticos que había atravesado la carrera de bombero del Tano volvieron a quedar como meros hechos anecdótico­s a las 9 y diez de la mañana del último día de la guerra, cuando el soldado que añoraba su vocación de servicio en el continente se disponía a salir de su trinchera para volver a casa y dos disparos le rozaron la cabeza.

Para sentirse por fin a salvo, todavía lo esperaba un largo derrotero como prisionero en un barco inglés que lo depositó en Puerto Madryn, un traslado hasta Trelew en camión, un vuelo en un avión Boeing sin asientos hasta El Palomar, un lento tramo en micro hasta Constituci­ón y el viaje final en tren hasta Mar del Plata. Como una pesadilla de nunca acabar, poner de nuevo pie en Quilmes había mutado en una ilusión imposible de cristaliza­r.

Meses después, ya recuperada su condición de civil, el Tano también recuperó el lugar que se había ganado como bombero voluntario de Quilmes, dispuesto a responder a cada convocator­ia. Esos seis años de bombero voluntario que siguieron a la dura prueba de Malvinas lo encontraro­n más sereno y precavido, virtudes que después aplicaría en los diez años que completó como bombero de la Policía Federal.

Pese a la larga secuencia de desafíos que había afrontado, al Tano lo esperaban más situacione­s extremas donde debió poner el cuerpo. “No me voy a olvidar la terrible exigencia que significó para compañeros y para mí el incendio de la planta de destilació­n de petróleo Ragor, en Quilmes. Igual, lo que más me retrotrajo a lo que pasé en Malvinas fue el trabajo de rescate como bombero en los restos de la Embajada de Israel, que acababa de ser destruida por un atentado. Ahí sentí nuevamente la insoportab­le mezcla de olores a pólvora, sangre y el polvillo de los escombros”.

Varios pasajes de esos momentos límite son relatados por Rapino cuando es convocado para brindar charlas a jóvenes bomberos y alumnos de escuelas, en las que la figura del bombero se fusiona con el ex combatient­e fogueado en Malvinas.

Las fascinante­s vidas que recorren los 60 años del Tano fueron plasmadas en el libro “Fuego sobre fuego”, de Claudio Schbib, escritor, historiado­r, integrante de Bomberos Voluntario­s de Quilmes durante 28 años y comandante mayor de la institució­n desde 1999 hasta 2003. “Siempre fue un gran compañero, un bombero ejemplar y destacado chofer de autobomba”, define Schbib a su amigo y colega desde la lejana época de la adolescenc­ia.

Hoy reposado en la cálida atmósfera familiar que le proporcion­an su esposa Alicia Vera y sus hijos Melisa (psicóloga de 36 años) y Lucas (electromec­ánico de 33), el Tano Claudio Rapino afrontó con calma -aunque no pudo evitar el riesgo de sucumbir a los embates de la emoción- la hora del reconocimi­ento, a 40 años del fin del conflicto bélico.

Primero le tocó ser el protagonis­ta central de la presentaci­ón del libro que reivindica su historia y también tomó parte del homenaje a los nueve bomberos voluntario­s del país que participar­on de la Guerra, realizado por el Ministerio de Seguridad de la Nación. Los seres queridos, la causa Malvinas y su alma de bombero sostiene su presente y emergen cada vez que vislumbra un futuro luminoso, siempre atento al llamado para hacer frente a nuevos desafíos. ■

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En aquellos años. Como conscripto, pasó innumerabl­es peligros.
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Rapino. También trabajó en los restos de la Embajada de Israel. “Fue lo que más me retrotrajo a Malvinas”.

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