“Estar” en el poder o “ser” el poder
Los verbos “ser” y “estar” son de los que usamos con mayor frecuencia, y a menudo los empleamos con la misma familiaridad confusa con la que a un amigo le decimos “hermano” sin que sea nuestro hermano. Pues bien, “ser” y “estar” son buenos amigos, pero no son hermanos. En la adolescencia, por ejemplo, solemos decir “somos jóvenes”, mientras que cuando llegamos a la vejez, casi siempre decimos “estamos viejos”. Doble error, es justo al revés: en nuestra juventud estamos jóvenes, ya que el estar joven es un estado transitorio, en cambio cincuenta años después somos viejos, que es un estado permanente, en el mejor de los casos. Esta reflexión que parece pura gramática básica quizás ayude a los jóvenes que sepan leer lo que no escribí, a aprovechar los años transitorios en que la vehemencia y el poder los acompaña, o sea cuando están jóvenes, para luego disfrutar mejor los años que vendrán, hermosos… magníficos años, pero menos enérgicos, y que serán remezones gratos o desgraciados de aquellos años nuestros donde la energía en su esplendor.
Pero también “ser” y “estar” se puede aplicar a los gobiernos. Ellos no deberían confundir jamás “estar” en el poder con “ser” el poder. Será esa corta ventana de poder para el que fueron elegidos en medio de coyunturas cambiantes lo convertirá a los funcionarios en algo diferente; mejores o peores, pero diferentes. Y entonces tendrán la posibilidad de definir si serán gloria o deshonra, bronce o escoria, recuerdo o vergüenza. Historia o carne muerta. Y les cuento, estamos hartos de carne muerta.