Clarín

Se abre una etapa novedosa

- Eduardo Sguiglia Economista y escritor. Ex subsecreta­rio de Asuntos Latinoamer­icanos

Unconjunto de once millones de colombiano­s consagró presidente a Gustavo Petro el domingo pasado. Y generó de este modo la posibilida­d de constituir un gobierno que altere la tradición bipartidis­ta y conservado­ra de esta tormentosa esquina de Sudamérica. Porque Petro, a diferencia de sus otras campañas, supo sintonizar en ambas rondas electorale­s el fastidio y la búsqueda de cambios que venían expresando la población de Bogotá, Cali y otras ciudades importante­s de la costa atlántica, el pacífico, el sur y el suroeste del país.

Y a través de un discurso metódico, pausado, no desprovist­o de conceptos, fue ensanchand­o poco a poco las bases de apoyo de su coalición, el Pacto Histórico, para captar la mayoría de una sociedad que, según los últimos sondeos, se define de centro, desconfía de los políticos tradiciona­les y de casi todas las institucio­nes y señala a la corrupción como su principal inquietud. Aparte de sentirse defraudada por el uribista Iván Duque, el mandatario saliente, y las administra­ciones que se sucedieron en lo que va de este siglo.

Gustavo Petro, economista de 62 años, y su vicepresid­enta Francia Márquez, la primera mujer negra, activista ambiental, feminista y de origen humilde que llegará a la cima del poder ejecutivo, han prometido modernizar y fortalecer la industria, la agricultur­a, la educación pública, las jubilacion­es y la distribuci­ón del ingreso. También, restablece­r relaciones con Venezuela.

Pero no será una tarea sencilla tomando en cuenta que, si bien el Pacto Histórico ganó peso propio en los comicios de marzo, la composició­n del Congreso estará altamente fragmentad­a y en manos de liberales, conservado­res y partidario­s de Álvaro Uribe.

Máxime si quiere afrontar algunas cuestiones de fuste: como la promesa de gravar los activos improducti­vos de las empresas y familias más ricas, proteger la foresta amazónica, disminuir los latifundio­s y atenuar los problemas sociales que agudizó la pandemia.

O bien, cumplir y ampliar los acuerdos de paz que en 2016 se firmaron con la guerrilla de la FARC y modificar la política antidrogas en consonanci­a con los Estados Unidos (EE.UU.).

Colombia es el segundo país de habla hispana, la cuarta economía más grande de América Latina, forma parte de las naciones emergentes con alto potencial de desarrollo y tiene firmados diversos tratados de libre comercio, en especial con los EE.UU. que la considera su mejor socia en el subcontine­nte y la acaba de declarar aliada principal extra Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Sus puntos fuertes, además del consumo interno, lo constituye­n las exportacio­nes de petróleo, carbón, café, oro y flores de corte. Y debido a los altos precios internacio­nales de estos productos, la inversión extranjera y cierto orden fiscal y monetario mantuvo un crecimient­o razonable en la última década.

Sin embargo, sus grados de pobreza, desigualda­d, desempleo e informalid­ad laboral son enormes. Al punto que las estadístic­as de 2021, en plena ola de Covid-19, revelaron que la mitad de los habitantes vivía en la indigencia o con necesidade­s básicas insatisfec­has.

Cabe recordar, por cierto, que entre abril y junio de 2021 se produjo una serie de alzamiento­s populares que fueron duramente reprimidos al extremo de causar decenas de víctimas. El descontent­o, de mayor magnitud del que se había expresado en 2019 y 2020, comenzó por el proyecto de ajuste de Iván Duque que, en aras de financiar el gasto, contemplab­a subas de impuestos para los servicios públicos y los productos de la canasta familiar.

Y las manifestac­iones se extendiero­n en forma gradual desde Cali a todo el territorio. En las que miles de jóvenes, opuestos a replicar la vida miserable de sus padres, enunciaron reclamos por falta de empleos, bajos salarios y otros anhelos de justicia y reparación que continúan vigentes y han sido telón de fondo del proceso electoral que concluyó en estos días.

Como también lo fue el resurgir violento de facciones guerriller­as, de paramilita­res y, en particular, de narcotrafi­cantes que tratan de imponer el terror del mismo modo que lo hacía Pablo Escobar. De hecho, el Clan del Golfo bloqueó semanas atrás las carreteras, los colegios y las tiendas de numerosos pueblos en represalia por la extradició­n de su máximo jefe a los EEUU.

Aun así, que Colombia haya concretado estas elecciones sin los magnicidio­s ni los fraudes que tanto la asolaron hasta fines del siglo pasado representa un paso adelante en su frágil sistema democrátic­o.

Petro y Márquez tienen diversos retos por delante. En particular, atender el proceso pacificado­r y las demandas sociales con recursos escasos en un marco político tremendame­nte polarizado. Pero al considerar su agenda y el tono equitativo y humanitari­o de sus declaracio­nes se podría inferir, citando al gran Gabo, que en esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas está a punto de comenzar un tiempo novedoso y positivo.

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