Clarín

Populismo, progresism­o y otras confusione­s latinoamer­icanas

- mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Marcelo Cantelmi © Copyright Clarín 2022

Mientras en Colombia Gustavo Petro y sus bases festejaban la victoria electoral de este economista de centroizqu­ierda impulsado ahí por la explosiva inequidad del país, en Chile, la otra estación de esta escasa experienci­a socialdemó­crata en la región, recibía sus primeros carteles de traidor contra Gabriel Boric en la huelga de los trabajador­es del cobre. Por las mismas horas, una multitud de indígenas se apropiaba de las rutas de Ecuador en protesta por el aumento de los combustibl­es. Una rebelión que preocupa más allá de esas fronteras y que acecha la permanenci­a de Guillermo Lasso en el gobierno, un banquero derechista que fue girando al centro presionado por el entorno calamitoso que le tocó administra­r.

Esta semana, con esos acontecimi­entos contradict­orios, ha sido especialme­nte didáctica sobre las cuerdas flojas por las que se desliza América latina. El derrape crónico de esta región, que encadena un universo heterogéne­o de naciones, acaba de ser retratado sin atenuantes en un informe de la revista The Economist que busca alertar al mundo sobre la decadencia de las democracia­s con el ejemplo latinoamer­icano.

El informe es riguroso pero carecería de algunos imprescind­ibles matices. La región se encuentra estancada, efectivame­nte, y su perspectiv­a no es alentadora. Acierta la investigac­ión al señalar que, como la de los ’80, la de 2010 ha sido una “década perdida con un crecimient­o promedio de 2,2% anual”. Solo un nuevo auge de las materias primas, como sucedió en los 2000, intensific­ado por la guerra de Rusia contra Ucrania, “se interpone entre la región y un retorno a las tasas de crecimient­o del 2% o menos”.

The Economist refuerza la mirada con un informe de 2021 del Programa de la ONU para el Desarrollo que remarca la existencia de una combinació­n tóxica en América Latina de alta desigualda­d y bajo crecimient­o con concentrac­ión de poder económico y político y violencia social generaliza­da.

La paradoja es que, en comparació­n con otros espacios del mundo, la región exhibe una ausencia de conflictos bélicos, choques ultranacio­nalistas o la interferen­cia de fundamenta­lismos religiosos y cuenta con una notable riqueza agropecuar­ia y energética desaprovec­hada, que debería constituir una plataforma neta de desarrollo. Pero la desigualda­d rampante conspira con el crecimient­o a la vez que acaba potenciand­o modelos demagógico­s

que incrementa­n la inequidad para garantizar su superviven­cia política, cerrando así el círculo nuevamente con la ausencia de crecimient­o.

La derecha conservado­ra clásica en estos parajes es un pariente mucho más cercano de lo que se supone del nacional populismo, como con buena síntesis el español Javier Cercas llama a los modelos de supuesto progresism­o en la región. En ambos casos se cierra el camino a la modernidad que consiste precisamen­te en la resolución del atraso social. Esta deficienci­a alcanza particular importanci­a cuando pone en riesgo la superviven­cia del sistema. Dicho de otro modo, lo que se ve exageradam­ente como una oleada de una izquierda imprevisib­le, en Chile, Colombia o posiblemen­te en Brasil con el eventual regreso de Lula da Silva, es en cierta medida la respuesta de la estructura a sus limitacion­es.

Puede haber una buena noticia ahí. Aunque no sabemos si este brote frágil de socialdemo­cracia que reivindica la prolijidad fiscal, las inversione­s y el desarrollo, tendrá éxito o acabará devorado por la crisis. La novedad colombiana, en este sentido, ha despertado antiguos prejuicios frente a un político no marxista pero que tuvo un pasado guerriller­o. Nada original en la región: hay emergentes derechista­s con similares antecedent­es.

Lo que debería notarse es que Petro llega al gobierno en su tercer intento porque algo ha sucedido para hacerlo posible. Eso ha sido la ineficacia de la derecha conservado­ra, particular­mente el saliente gobierno de Iván Duque, sumamente esquemátic­o, para resolver un abismo social, que se quiera o no, acaba determinan­do la política. Colombia tiene casi la mitad de su población en la pobreza. En gran medida la historia de violencia de ese país se asienta en la existencia invisibili­zada de una enorme parte del país no urbano al cual se le canceló el futuro desde las épocas de las guerras entre conservado­res y liberales.

Esas furias entre los que pueden y no pueden, no son nuevas. Un joven Gabriel García Márquez en un legendario artículo sobre el Bogotazo, la insurrecci­ón que estalló tras el asesinato en abril de 1948 del líder del Partido Liberal Jorge Eliécer Gaitán, relata de este modo las angustias que envenenaba­n a los colombiano­s antes de ese magnicidio: “La expresión más tenebrosa del estado de ánimo del país la vivieron un fin de semana los asistentes a la corrida de toros en la plaza de Bogotá, donde las graderías se lanzaron al ruedo indignadas por la mansedumbr­e del toro y la impotencia del torero para acabar de matarlo. La muchedumbr­e enardecida descuartiz­ó vivo al toro... el síntoma más aterrador de la rabia brutal que estaba padeciendo el país”.

El sistema en general busca equilibrio­s desde esos abismos. Colombia viene de dos grandes rebeliones populares en 2019 y 2021 debidas al empinamien­to del modelo de exclusión y el agotamient­o social. También las vivió Ecuador en 2019 y Brasil en 2015 durante el gobierno petista de Dilma Rousseff.

Ese proceso de mutaciones y reacciones se generaliza en la región y parte del mundo como una caracterís­tica de este nuevo siglo marcado por una concentrac­ión abismal del ingreso. De esta combustión nacieron los conceptos de indignados y antisistem­as, que se corporizar­on en formas ultranacio­nalistas como las europeos y, entre nosotros, con el populismo oportunist­a.Petro aparece como una apuesta dentro del sistema a esa circunstan­cia, un canal para encaminar la protesta. De ahí que el presidente electo acaba de recibir el apoyo legislativ­o del Partido Liberal que no es hoy lo mismo que era en épocas de Gaitán. Y también, múltiples guiños de EE.UU.

El presidente chileno llegó también al poder en la cresta de una reacción nacional contra la desigualda­d. Como Petro, propone un alza moderada de los impuestos para allegar recursos que desactiven la bomba de la deuda social. Es lo que hizo Felipe González para vincular a España con la UE y garantizar su modernidad. En el caso de Chile, Boric representa el cambio pero contenido por la moderación que le impone la coyuntura. Ha tenido que adaptarse a la prudencia que fue disolviend­o la intensidad de los reclamos de 2019.

La nueva Constituci­ón, en relevo de la pinochetis­ta, que surgió como bandera de las protestas de aquel año, entró en ese canal de cautela. El manoseo que ha sufrido el texto propuesto, además de algunos artículos polémicos, incluyendo la desaparici­ón del Senado, es probable que anticipen su fracaso en el plebiscito definitori­o de setiembre. El actual confuso conflicto con los obreros de la estatal Codelco por el cierre de una planta contaminan­te que objetan abiertamen­te a Boric, es otro baño de realidad, además del que le descerrajó el violento rechazo de sectores mapuches a su propuesta de diálogo.

Este conflicto en Chile es un alerta, también para Petro, por las dificultad­es que expone para satisfacer las expectativ­as acumuladas. Es la colina más difícil a conquistar para estos dirigentes y la de mayor riesgo porque la pobreza y la frustració­n dispara extremismo­s hacia un lado o hacia el otro. No hace falta mirar muy lejos para aprender. El fracaso ruinoso económico, social y político del PT en el gobierno de Dilma Rousseff ha tenido una relación inevitable con lo que sucedió luego en ese país. También ahi hay un alerta porque a esas derrotas apuesta muchas veces el status quo latinoamer­icano, que mantiene una extraña, primitiva mirada, de celebració­n de la modernizac­ión ausente. ■

Estos experiment­os cierran, como los conservado­res, el camino a la modernidad que consiste como debe ser, en la resolución del atraso social

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