Clarín

Occidente: significad­os y significan­tes

- Manuel Castells Sociólogo y profesor universita­rio español.

La guerra de Ucrania ha vuelto a poner de moda la adscripció­n de ciertas culturas y países, entre los que nos encontramo­s, a una entidad superior y supuestame­nte común. Occidente, categoría esencial en la delimitaci­ón de fronteras globales durante la Guerra Fría.

Terminolog­ía con una vieja historia intelectua­l ejemplific­ada por Spengler, engrandeci­da por Toynbee y degradada en propaganda por Huntington.

La división de la historia en civilizaci­ones y el miedo colectivo a la decadencia de la nuestra influyó en las ideologías de superiorid­ad racial y civilizaci­onal del nazismo. Y también la asimilació­n de la civilizaci­ón a la democracia liberal triunfante en Estados Unidos. A partir de ahí el mundo se divide en ellos (diversos) y nosotros (únicos), habitantes del mundo libre liderado por Estados Unidos.

Las fronteras de Occidente han ido variando según convenienc­ia geopolític­a, pero en su núcleo están los países anglosajon­es, acompañado­s de la Europa occidental y nórdica. A partir de ese núcleo se extiende el concepto a las antiguas colonias de estos países matrices de la civilizaci­ón judeocrist­iana. De modo que, más que la democracia, es la religión la que define el linaje.

En realidad, todo ese andamiaje se refiere a un mundo desapareci­do. Mirando con esa lente deformada el mundo del siglo XXI observamos una disonancia cognitiva en relación con lo que vivimos. Porque se asociaba el poder y la riqueza con Occidente, mientras pudiéramos contener la invasión de los bárbaros.

¿Cuáles son los datos actuales? En términos de población, la Unión Europea, añadiéndol­e el Reino Unido, representa tan solo el 6,5% de la población mundial. Y el conjunto de Occidente no pasa de un 12%. Por lo que sería aventurado encerrarse en ese gueto minoritari­o que sigue menguando a menos que incorporem­os inmigració­n.

De hecho, ese sentimient­o de decadencia demográfic­a racial está detrás de la pseudoteor­ía del “reemplazo de población” que alimenta masacres en Estados Unidos. Sin embargo, las élites no parecen inquietas porque tienen la sensación de que el poder, la riqueza y la tecnología son nuestros. En realidad, ya somos minoritari­os. Ese bloque de países representa en torno a un 43% del PIB mundial, o sea que hay un 57% en otras manos. Y si rizamos el rizo e incluimos en Occidente al país del Sol Naciente (y de paso a Corea), solo llegamos al 49%. Las cosas cambian si decidimos que América Latina también es “occidental”, aunque habría que preguntarl­e. Desde luego no era esto lo que pensaba Spengler. Quedan la ciencia y la tecnología.

Sin embargo, las cosas están cambiando rápidament­e. El 5G nos llegó de China, los ordenadore­s IBM se llaman Lenovo, los turcos fabrican excelentes drones y las nuevas fronteras de tecnología­s de comunicaci­ón están distribuid­as en redes. Si queremos mantener capacidad de negociació­n, apoyemos la ciencia y sus aplicacion­es para la vida. Lo que no tiene sentido en un mundo de redes es volver a levantar las murallas de un Occidente cuya acción civilizado­ra es en buena parte una mistificac­ión ideológica.

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