Clarín

Cómo sobrevivir a un duelo

- Analía Cobas

Licenciada en Ciencias de la Comunicaci­ón (UBA)

Duelar” es como estar con la valija en un aeropuerto y que el vuelo se cancele por tiempo indefinido; es estar en un no lugar, no estás ni en tu rutina ni en donde creés que deberías estar. Lo peor de todo es que no tenés idea de cuándo va a despegar tu avión.

El proceso de duelo no se inicia exclusivam­ente cuando muere alguien que queremos. Hay muchos duelos que atravesamo­s a lo largo de la vida: el de la pareja que no fue, la ilusión de un ascenso que se frustra, la familia que deseas, el estudio que posponés, el parto que no fue respetado, la enfermedad de un hijo. El ser humano puede duelar infinitas situacione­s, aun sin ponerlo en palabras, el sentirse triste y sin fuerzas. Esto lo corroboram­os en la pandemia.

Algunas personas pueden llevar años en duelo, aunque dicen que debería durar solo uno y que extenderlo es malo, pero ¿acaso podemos determinar cuánto tiempo duele?, como si tuviéramos una especie de alarma que diga: “Usted puede sufrir hasta dentro de tres días”.

Buda decía que el “dolor es inevitable y que el sufrimient­o es opcional”. Ahora, ¿cómo evitar “sufrir de más” cuando el duelo es por la partida de un ser amado?

La muerte es inexplicab­le porque la vida lo es. Con un llanto nos alumbran y empujan a la bastedad del mundo y en un suspiro, nos vamos. Sin aviso, sin citas programada­s que puedan excusarnos. No tenemos el control, aunque nos encante creer que sí. La muerte nos sacude y nos señala lo importante.

Cuando la persona que amamos muere nos deja muchas preguntas. Su partida es un desgarro, sentimos que una parte de nosotros se va con ella, es como si te arrancaran las piernas y te pidieran que sigas caminando como si nada hubiera pasado.

El shock de esa llamada que confirma que esa persona murió es durísimo. Sin previo aviso, entrás en un proceso incómodo, del que poco sabemos, pero vale la pena empezar a nombrar. Estar mal es parte del proceso para estar bien, pero saber pedir ayuda es fundamenta­l. El camino no tiene que ser en soledad, compartir el dolor hace que pese menos. La terapia, el deporte, los amigos, la familia, el trabajo, lo que sea que nos saque de la cama, estará bien. Al parecer estar triste es un símbolo de “debilidad”, como si todo fuera lo que se “ve” en Instagram. La vida no es un carnaval como dice la canción. El dolor es parte de la vida y negarlo duele.

En este proceso, del que todos queremos escapar, sentimos que estamos en una tormenta en medio del mar y el desafío es llegar a la orilla. Pero el día en que sentís bien ¡no cantes victoria!, porque es común que luego vengan días de sentirte mal. El duelo es un camino de pozos. El día puede hacerse largo, pero la noche puede ser eterna. Llamo “la hora del dolor” a ese horario fijo de madrugada donde la angustia te despierta, aunque desees dormirte con todas tus fuerzas. Escuchar música y las meditacion­es pueden ser un hermoso salvavidas.

¿Volveré a reírme alguna vez? Vas a llorar y reír, como si estuvieras en una montaña rusa de emociones porque necesitamo­s esa licencia, de poder reír a pesar del dolor.

Algunas personas no se van jamás porque viven en nosotros. Nos iluminan el camino, nos dan fuerza cuando nos hace falta porque el amor es eterno y la muerte no puede jugar esa carta, nos separa físicament­e, pero le es imposible separar a dos almas conectadas.■

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